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Reportaje:FESTIVAL DE SALZBURGO

Un bicentenario sin Mozart

En Salzburgo se vive más cada año la preocupación por el futuro de sus festivales, de pascua y de verano, una vez que Karajan haya de abandonar su dirección actual más o menos directa. Se barajan nombres de sucesores, y todo ello, paradójicamente, viene a recordar los cónclaves para lección de un nuevo papa: éste es demasiado viejo, aquél es muy joven, el otro resulta un dictador en potencia. Pero son tan solo pronósticos. Lo cierto es la importancia de este festival, que con sus más de 140 actos en algo más de un mes atrae lo más escogido de la elite musical tanto para dentro del escenario como para contemplarlo.Para los artistas supone una prueba de nervios: Carreras o Cappuccilli admiten la conveniencia de descansar de Salzburgo de cuando en cuando. Es mucha la tensión de tener que dar continuamente lo mejor de uno en todas las representaciones, pues prácticamente se encuentran entre los espectadores el mayor mercado del arte musical clásico.

Karajan, con la ya vieja producción de Carmen, volvió a inaugurar el festival el pasado día 26, aunque las representaciones continúan hasta finales de agosto. Sin duda, aquella primera representación en 1875 que se dio en Viena marcó una carrera triunfal para la obra de Bizet, a pesar del escaso éxito en su estreno en la ópera Cómica de París, hasta recibir en estos años una inusitada atención, que se refleja no sólo en la lírica sino también en el cine y el ballet.

Pero la Carmen de Karajan no aporta escénicamente nada nuevo. Los decorados son prácticamente los mismos que se utilizaron en los años sesenta, de carácter conservador y tono naturalista y monumental, mientras que el movimiento escénico no pasa del buen hacer de una eficaz rutina.

En el terreno orquestal se acentúa el preciosismo y el excesivo lirismo, casi empalagoso en ocasiones, que desvirtúa la autenticidad de la obra aunque, por otro lado, sea toda una experiencia escuchárselo a una orquesta como la Filarmónica de Viena, que, en contrapartida, en los pasajes dramáticos aplasta sonoramente al oyente.

Conflictos

Helga Müller-Molinari ha sustituido de improviso a Agnes Baltsa tras enfrentarse ésta con Karajan, y en modo alguno puede abordar con éxito una obra que requiere, además de unas infrecuentes características vocales, una madurez capaz de reflejar la provocación, la picardía, coquetería o misterio. Carreras es otro cantar, pues expone con claridad toda la evolución psicológica de Don José, desde su primera ingenuidad hasta la ulterior desesperación final, utilizando un fraseo transparente y cálido.Punto especialmente conflictivo es el Escamillo de José van Dam, cuyos medios vocales marcadamente insuficientes para el papel quedan en evidencia en la famosa canción del toreador, al faltar apoyo en los graves.

Desde el día 2 y hasta el día 30 Salzburgo celebra los 200 años del estreno de Las bodas de Fígaro con una reposición de la producción de Ponelle que se ha venido utilizando desde 1972, si bien interrumpidamente, y que desde 1980 no figuraba en los programas del festival.

La escenografía no pierde belleza con el paso del tiempo, y los movimientos escénicos van ganando vida hasta poderse contemplar hoy una auténtica pieza de teatro en cuanto que los intérpretes son verdaderos actores. Digamos, por otro lado, esto en su beneficio, ya que, como cantantes, el resultado es bien diferente. Ni Ferruccio Furlanetto como Fígaro, ni James Morris como Almaviva, ni Diana Montague como Cherubino, por citar sólo a los principales personajes, reúnen las condiciones de las figuras que aquí les han precedido -Berry, Krause, Dieskau, Stade, Berganza-. Distinto es el caso de Kathleen Battle y Lucía Popp. La primera muestra musicalidad y gusto como Susana, pero el volumen es insuficiente. La Popp, sin duda la más cantante de la velada, no acaba de encontrarse en el papel de la Condesa, que precisa una interpretación más distante y no tan humana.

Para el final queda la reflexión sobre el director musical, un James Levine que, aunque haya dirigido aquí varias óperas de Mozart, como La clemencia de Tito, Flauta mágica o Idomeneo, no es un mozartiano por más que su casa discográfica intente presentarlo como tal. En él hay ritmo pero no gracia, hay contrastes dinámicos pero no sutileza.

Viene a ser como la antítesis de lo realizado por Karajan en esta producción de 1980, cuyo gran pecado era la excesiva reflexión, profundidad y lentitud. Quienes vengan este año a escuchar Bodas en Salzburgo se encontrarán con un Mozart americanizado vocal y orquestalmente, de un nivel medio muy aceptable para cualquier teatro del mundo pero muy inferior a lo que se espera aquí.

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