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Tribuna:
Tribuna
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Guerra en la paz

Fernando Savater

Mientras los Jóvenes parados cruzan coches en las calles donostiarras y desahogan en la guerra santa su demasiado justificada frustración social., entre carreras y pelotazos de la policía, releo con agobio una de las mejores novelas históricas de nuestra literatura: paz en la guerra, de Unamuno. No hay libro preferible para quien quiera iniciarse en el llamado problema vasco, ni tampoco más desolador. ¿Hasta cuándo seguiremos padeciendo en Euskal Herría los arrechuchos cíclicos de la carlistada? ¿Hasta cuándo los tibios intentos de racionalización democrática del Estado español seguirán tropezando contra ese escollo oscuro, ayer comunión tradicionalista y hoy nacional-leninismo no menos eucarístico? Con un ropaje u otro, siguen oyéndose las diatribas del Gambelu unamuniano: "¡Tanta ley, tanta Constitución, tanto reglamento! Aquí vivimos hace siglos con nuestros buenos usos y costumbres... Para los, buenos bastan los mandamientos de la ley de Dios; para los demás, hecha la ley, hecha la trampa.... ¡Democracia la nuestra!... y continuaba desarrollandio su programa de ¡guerra a la ciudad! y ¡duro en el rico!". ¡Qué desperdicio de fervor y sangre juveniles, qué provecho para frenéticos y pescadores a río revuelto...!Hace varias semanas, mi amigo Javier Sádaba se preguntaba en esta misma columna acerca de quién teme a Herri Batasuna. La línea de su argumentación me interesa, sobre todo porque su honrada voluntad progresista me consta de antiguo, es decir, porque si se equivoca no lo hace -como supongo de: otros interesadamente. Pero no por ello me asombran menos algunos de sus planteamientos. Dejemos de lado los cálculos que amalgaman los votos de HB, PNV y EE a fin de conseguir una legitimación democrática para... ¿para qué, exactamente? ¿El litigio anticonstitucional? ¿La lucha armada? ¿El malestar de la cultura? También me parece un ofuscamiento venial sostener (que HB obtuvo sus votos "en unas condiciones mucho peores que las peores condiciones del más maltratado de los partidos políticos estatales". No es fácil reconocer en esta descripción patética al grupo que cuenta con periódico propio, llevó a cabo todos los actos electorales que quiso, desarrolló una excelente campaña de carteles por todo Euskadi (mejor que la de los demás, pues, inteligentemente, no incurrió en la ordinariez de la tópica foto, de candidatos) y hasta contó con la involuntaria colaboración del delirio represivo en el entierro de un preso cuya muerte, por cierto, dista de estar clara.

Más digna de atención resulta la anécdota que cuenta sobre la imposibilidad de leer en Madrid cierta tesis en euskera, por la contradicción que encierra proponer el caso como argumento político a favor de..., bueno, a favor de lo que sea. Y ello, por tres razones: primera, porque reivindicar la lectura de tesis en euskera en Madrid supone admitir que los hablantes de tal lengua son miembros a todos los efectos del Estado español, lo cual no me suena a doctrina de Herri Batasuna; segundo, porque no se subraya con la debida fuerza que hoy, en Euskadi, cualquiera puede leer su. tesis en euskera sin cortapisas (el que muchos lo hagan en castellano es resultado de una libertad de opción contra- la que supongo que ni Javier Sádaba ni yo -ambos-vascos y doctorados en lengua castellana- tenemos derecho a protestar; tercero, porque aducir tal agravio comparativo -fruto, desde luego, de la insensibilidad burocrática menos atenta al espíritu de la Constitución- en un contexto de explosiones que causan docenas de muertos, ametrallamientos, heridos rematados con el tiro en la nuca, etcétera, parece, como mínimo, desproporcionado.

Se queja Sádaba de que a HB no se le reconozca virtud alguna salvo la que se desprende de fallos ajenos; yo me quejaría más bien de que no se atreva a asumir ninguna, salvo la de administrar políticamente la presión militar de ETA. A la pregunta retórica "¿Quién teme a HB?", la única respuesta que parece obligada es: temen a ese partido quienes no le permiten ir a ocupar su lugar en el Parlamento y el Senado para desempeñar esas potencialidades progresistas que algunos les regatean. Digámoslo de otro modo: ¿a quién teme Herri Batasuna? Porque es evidente que los miembros de esa coalición no pueden reservar todo su valor para enfrentarse a los guardias civiles: otras metralletas les vigilan más de cerca. Y es ocasión de asumir lo que ya a estas alturas seguro que muchos de ellos presienten, bien expresado por Alejandro Herzen, el rebelde más generoso y lúcido del pasado siglo: "Ni la bravura personal ni el carácter bastan para convertir a un hombre en revolucionario, si no lo es como lo requiere su época".

Creo que el problema de Euskadi, cuanto menos real es, más grave lo van haciendo. Los grandes conflictos simbólico-políticos de este siglo tienen siempre su lado concreto, material, en el sentido marxista de la palabra, por donde pueden ser asidos: oligarquía económica protestante en Irlanda, explotación racial en Suráfrica, imperialismo depredador en tantas afirmaciones inacional-guerrilleras de América Latina. Pero nada de eso se encuentra en Euskal Herría, donde la oligarquía económica, la explotación racista y el imperialismo -que no faltan- no son acosos a los vascos por el resto de[ Estado, sino de vascos por vascos o de miembros de otras regiones por vascos. Cuanto más se insiste en Euskadi en el conflicto nacional, más se enmascara y desvirtúa el perfil de los auténticos conflictos. De aquí el éxito de este planteamiento simplificador, que conviene a los torpes y perezosos por lo burdo, pero a otros porque deja intactos ,los auténticos problemas de fondo.

Que hay que negociar es cosa clara. Que tal negociación sólo puede ser política, no militar, es más claro todavía, sobre todo para quienes ya hemos vivido lo bastante bajo una dictadura mil¡tar como para tolerar que ahora nos impongan otra en nombre del pueblo, el proletariado o cualquier otra gaita al uso. Ya vamos aceptando que a esos chicos habrá que darles empleo, sueldo y una medalla para que se queden contentos, pero, desde luego, izada más. Lástima que el Gobierno socialista, en lugar de lanzar baladronadas risibles sobre sus éxitos policiales y la "desarticulación del enemigo" -que son desmentidas pocas horas más tarde por la próxima bomba que les ponen bajo el trasero y de la que se enteran cuando llegan las arribulancias- no afronte de ve ras las auténticas medidas simbólicas que privarían de argumentos a los terroristas: sustitución de la Policía Nacional por la autónoma, referéndum en Navarra, etcétera. Pero lástima también que haya tantos insensatos que se tomen la algarada y el tiroteo como alegres señas de identidad, que no sabrían susti ituir por otras más sutiles o reaIistas.

Francamente, cada vez veo más claro que esta carlistada, ya ciemasiado trágica, va a acabar pero que muy mal. Y de nuevo a los intelectuales, sobre todo a los de aquí, se nos plantea un problema de conciencia y de consciencia. Este verano parece estar de rnoda dar tirones de orejas a los antiguos fascistas. Pues bien, más de uno -pero por lo menos uno- de los inquisidores que revelan el supuesto pasado fascista de los demás harían bien en preguntarse por su propio pasado y presente -lo que es aun peorsirviendo de cobertura ideológica "movimientos totalitarios adictos a la purga criminal y a la bomba en cafeterías. Porque éstos en riada son preferibles a los dichosos fascistas del pasado. Más vale prevenir ahora nuestras actitudes teóricas, no sea que el vértigo de gallardías marciales y nacionales nos obligue mañana a amargos arrepentimientos.

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