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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alternancia a la italiana

EL SISTEMA político italiano ha padecido supuestamente, durante los últimos 40 años, de no tener una alternativa de poder aceptable al partido históricamente mayoritario, la democracia cristiana, que suele acaparar un porcentaje de sufragios que va desde la parte alta de los 30% a la parte baja de los 40%. La segunda formación política del país es el partido comunista, que si bien parece atascado en la actualidad en torno al 30%, en sus momentos de máxima inspiración ha llegado a un tiro de sufragio de la DC. Desde fines de los años cuarenta, cuando se produce la consolidación de Europa en dos mitades y Estados Unidos vuelca su ayuda económica sobre Italia para ¡mpedir que la república forjada en la marea antifascista de la II Guerra Mundial se coloree de rojo, el tabú del factor K inmovíliza el escenario político del país. El partido Comunista debía ser mantenido a extramuros del sistema y, por tanto, la democracia cristiana se organizó para ser a la vez oposición y relevo de sí misma.El fértil ingenio del pueblo italiano hizo que el sistema, pese a la multiplicidad de Gobiernos que se sucedían velozmente y de aparentes crisis políticas que se eternizaban, funcionara tan bien como para dar al país el más dilatado período de prosperidad de su historia. La DC, superhegemónica, se articulaba en fuerzas, sectores, tendencias, fórmulas de un útil nominalismo para crear un juego político que combatiera el estancamiento interior. El partido, por ello, pese a permear los instrumentos de poder del Estado con amorosa familiaridad, evitaba a Italia la esclerotización en el poder de un partido a la mexicana.

Aunque las relaciones entre la democracia cristiana y el partido comunista han evolucionado mucho en estos últimos 40 años, creándose diversas formas de colaboración entre ambos, como el apoyo del PC a iniciativas concertadas con la DC en el Parlamento, el sistema seguía sin encontrar recambio por la permanencia de factores estructurales, con su corolario de inevitable desgaste para el partido mayoritario.

Hace casi tres años, la fórmula hoy en el poder del pentapartido formado por la democracia cristiana, el pequeño pero renovado partido socialista y los aún menores socialdemócrata, republicano y liberal, ensayaba una nueva receta con la asunción de la Presidencia del Gobierno por el líder del PSI, Bettino Craxi. Se trataba de amortiguar ese desgaste de la DC como prima donna eterna y, eventualmente, primar al PSI para que erosionara el apoyo popular del partido comunista. El 27 de junio pasado Craxi dimitía ante lo que consideraba que eran inmoderadas exigencias del partido mayoritario; básicamente, la adopción de un programa de Gobierno pactado para los 20 meses que restan de legislatura o, lo que es lo mismo, de resignarse a una tutela más evidente que hasta la fecha de la DC sobre lo que pueda restarle de mandato. Más de un mes se ha consumido con el intento del democristiano Giulio Andreotti para formar Gobierno, que se encontraba con el veto del PSI, en posición al menos de impedir la coalición a cinco si no de imponer sus propios criterios, hasta que el presidente Cossiga ha vuelto al punto de partida encargando a Craxi la recomposición del equipo de Gobierno.

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No significa ello que la DC se haya rendido a los afanes de independencia de Craxi, sino, al contrario, que éste ha tenido que aceptar ahora las condiciones democristianas. Y en esas condiciones podría apuntarse un esbozo de desarrollo político futuro sumamente interesante. A la celebración del congreso socialista en la primavera próxima Craxi cederá su puesto a un democristiano, con toda probabilidad el actual ministro de Exteriores, Andreotti, para que complete la legislatura. El hecho de que ni unos ni otros deseen la celebración de elecciones anticipadas ha sido básico para que DC y PSI hayan vuelto al punto cero de su asociación.

Lo más interesante es, sin embargo, que si el electorado responde positivamente en su día a este acuerdo elevando la cota socialista -por el momento, nunca más allá del 15%- sin rebajar la democristiana, esto es presumiblemente a costa del PCI de Alessandro Natta, podríamos hallarnos ante un principio de alternancia en el seno del pentapartido.

La aparente imposibilidad de asentar la democracia italiana sobre las dos patas de sus principales partidos nacionales -DC y PCI- habría llevado inicialmente, como hemos visto, a un inteligente desdoblamiento fraccional de la democracia cristiana; más tarde a la apertura por la izquierda a un socialismo moderado con el arropamiento de los partidos menores laicos ya citados; y en el presente a buscar esas dos patas dentro de la propia coalición. Si en un futuro posible esa apoyatura socialista del sistema cobrara la fuerza electoral suficiente para independizarse de su asociado mayor, Italia se habría desembarazado de un supuesto bloqueo político de 40 años; supuesto porque, como se ve, a la política italiana le sienta bien dar vida a un punto muerto.

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