De Suárez a Suárez
Entre 1585 y 1593, la cátedra de Teología de Alcalá es ocupada por un pensador excepcional, el jesuita. Francisco Suárez, cuya obra impregna toda la filosofía política moderna. Cuatro siglos después, otro Suárez se aproxima 7conocimiento no como pensador, sino corno político que comprende las relaciones de lucha y ole poder, y expresa, en un discurso surgido de la práctica, su voluntad transformadora de la realidad. La sutileza de ambos personajes -el filósofo y el político- les hace recibir las más inesperadas adhesiones y ello hace que el apelativo suarista -adepto al suarismo, según el diccionario- pueda aplicarse, en uno y otro caso, a personas y colectivos ole la más diversa ideología.Cuando 61 papa Paulo V encarga a Francisco Suárez que responda a los teólogos anglicanos defensores del derecho divino de los reyes, las doctrinas políticas siguen, desde Duns Escoto y Occam, dos tendencias principales, que podrían denominarse autoritaria y democrática. La primera, que sostiene el predominio de la forma política sobre el cuerpo social, ha servido a lo largo de los siglos para justificar el poder político de la Iglesia, y es el soporte ideológico de las monarquías absolutas según las diversas teorías del derecho divino de los reyes. La segunda, por el contrario, define que el cuerpo social predomina sobre la forma política, lo que conduce, llevado al extremo, a la soberanía absoluta del pueblo: éste no necesita ninguna forma extrínseca -ley, orden o príncipe-, porque se constituye a sí mismo en unidad política acabada, en democracia directa. Es la forma anárquica que experimentan los anabaptistas de Münster (1534-1535).
Suárez toma de esta segunda doctrina el principio, la soberanía del cuerpo social, para negar el derecho divino de los reyes. Pero mantiene, por convicción o por prudencia -estamos en los tiempos de Giordano Bruno y Galileo-, que el poder eclesiástico procede inmediatamente de Dios y que la soberanía del príncipe sigue siendo absoluta, aunque proceda del abandono, la alienación, por parte de la comunidad, del poder constitutivo que en ella reside. Toda invención es una ruptura, dice Nietzsche. La invención de Suárez, pese a la ainbigúedad del resultado, es el concepto unum corpus mysticum, entendido como pueblo y como república, como democracia original, como unión propia ante rior a la unidad política de un régimen civil dado o constituido. La ruptura es, como consecuencia inevitable, la primacía absoluta de la voluntad popular. Las reacciones a la doctrina del genial jesuita son múltiples y contradictorias. Jacobo I de Inglaterra, contra el cual iba dirigida la Defensio fidei, ordena quemar la obra por el verdugo en las escaleras de la catedral de San Pablo. El Parlamento de París toma la misma decisión, pero Luis XIII comprende las posibilidades que ofrece para el reforzamiento, del Estado la doctrina suarista y rectifica la orden. La Iglesia, identificada con el concepto del corpus mysticum, que procede de la teología cristiana y que, desde Constantino, viene interpretándo de modo restrictivo -el cuerpo místico es ella misma y no la comunidad de los fieles-, se siente afianzada. en su poder y llama a Suárez doctor eximius. El populismo luterano se ve representado en ese mismo cuerpo social, y la obra de Suárez pasa a ser texto obligado en las universidades alemanas. Los anarquistas van a considerar la doctrina de la soberanía absoluta del pueblo como un eco de los
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