La verdad y el sentido
Cincuenta años después, el calendario ha traído a muchos el recuerdo de las fechas en que se inició el gran drama y ha reavivado en mí la nunca muerta memoria de unos días que cambiaron el curso de mi vida, y de unos años, los de la guerra civil y los, subsiguientes a ella, que indeleblemente han configurado mi. condición de español. ¿Para qué: ese recuerdo en quienes no somos historiadores de profesión, hombres que deben dar pública. y plausible razón del pasado, ni políticos de gestión, hombres; que aspiran a regir la vida colectiva de sus conciudadanos? Por lo pronto, para, sin poner paño al púlpito, hacer un leal examen de lo que esos días y esos años han sido en nuestra existencia y, han representado en nuestra conducta.Dos deben ser las líneas cardinales de ese ejercicio memorativo: una, la línea de la verdad, el severo atenimiento a lo que objetivamente ha sido la vida en torno a nosotros y a lo que objetiva y subjetivamente fue la, nuestra; otra, la línea del sentido, una exigente indagación del que la atroz realidad de la guerra civil haya tenido -o no haya tenido- en nuestro modo de entendernos y realizarnos.
No es cosa fácil caminar por la vía de la verdad. cuando es de nuestra verdad y de la verdad de nuestro mundo de lo que se trata, y no de las verdades que los hombres de ciencia desvelan. Para disimular su apocamiento o para ostentar su escepticismo, no son pocos los que ante la verdad de la historia se conducen como contrahaciendo pro domo sua una tópica frase sobre la libertad: "Verdad, verdad, cuántas mentiras se dicen en tu nombre". Mentiras estadísticas, mentiras factuales, mentiras interpretativas. Las hay, sin duda, y más de una vez han prevalecido. No será difícil descubrirlas en libros y periódicos cuando el tema compromete la vida o las creencias del autor. Pero más frecuentes y acaso más dañinas son las medias verdades: esas que dan expresión sólo a media verdad del que habla, la que le favorece, y a media verdad del adversario, la que le desprestigia. Referidos a una conducta personal o a la conducta de un grupo humano, muy pocos son, en lo tocante al golpe de Estado de 1936 y a la guerra civil subsiguiente, los relatos en que su autor trate de rebasar la media verdad o, a lo sumo, los dos tercios de ella.
Metódicamente ha sido cultivada la táctica de la media verdad a lo largo de 40 años. Media verdad en cuanto a la haz de la conducta de los vencedores (heroísmo militar en los frentes de batalla, sacrificio e inmolación por la causa nacional en la retaguardia roja, no participación en la II Guerra Mundial, mejora de la economía) y silencio respecto del torpe y sombrío envés de esa conducta (dureza y volumen de la represión en la retaguardia propia durante la guerra, y en todo el país tras la victoria, mediocridad excluyente y retórico engolamiento de la política cultural, cuestionable auge rápido de tantas fortunas personales, incapacidad para el examen de la propia conciencia, miopía o ceguera para el sentido de la historia). Media verdad, por otra parte, ante la conducta de los vencidos (saña homicida de las masas, desbarajuste en los conatos de revolución social, persecución religiosa, disensiones entre los grupos políticos) y silencio respecto de lo que en ella fue noble (fidelidad, entre los mejores, a las ideas de libertad y justicia social tradicionales en el republicanismo español, leal dignidad de muchos en el reconocimiento de las faltas propias, calidad de sus intelectuales y sus artistas). Patente o larvado, maniqueísmo puro.
Sería candidez excesiva desconocer que el maniqueísmo ha existido también, más o menos patente, entre los que iban a ser vencidos y luego lo fueron. Es difícil evitarlo cuando se defiende a muerte una causa en cuya justicia se cree, y más aún cuando se ha sentido en la propia carne cómo los vencedores entendieron y administraron su victoria. Incurriendo a veces en falsedades de hecho -sin esfuerzo podría citar ejemplos recientes-, todavía perduran algunos que metódicamente lo practican. Como hay quienes no renuncian al empleo agresivo del término rojo, los hay que siguen usando como dicterio indiscriminado el término fascista. Aquéllos son herederos directos de la muy alta personalidad política que comentó el regreso de Marañón a España con estas exquisitas palabras: "Ya tenemos otra vez aquí a ese rojazo". Estos otros, directos continuadores del foliculario que escribió Plafón, el conocido filósofo fascista, y de los que consideraron reaccionaria y burguesa la genética de Mendel y Morgan. Pero también sería deslealtad manifiesta negar que entre los titulares y beneficiarios del advenimiento de la democracia apenas ha existido la actitud maniquea. Bien patentemente lo demuestra el hecho de que los más aguerridos supervivientes del maniqueísmo fascista y los más empecinados críticos del poder democrático han tenido y siguen teniendo libertad suficiente para serlo y expresarlo.
Verdad, pues, aunque el camino de la verdad sea arduo en tantas ocasiones, y aunque la verdad total nunca deje de ser utopía ingenua. Exigencia de una máxima aproximación objetiva a la entera verdad de lo que aconteció -cifras, hechos, eventos- ante quienes por vocacion y por oficio tienen el deber de averiguarla y exponerla: los historiadores. Voluntad de una verdad que necesariamente habrá de ser a un tiempo objetiva -acciones- y subjetiva -intenciones- respecto de lo que realmente haya sido el comportamiento personal de cada uno.
Mucho se ha escrito acerca de nuestra guerra civil y sus consecuencias sociales y políticas, pero tal vez no lo suficiente para que el lector deseoso de verdad, sea cualquiera su personal modo de interpretarla, conozca con claridad y rigor lo que en su cruda realidad descriptible ha sido la historia de España, desde febrero de 1936 hasta diciembre de 1975. Salvo en le, tocante a pocas provincias -Córdoba, La Rioja, Soria, Navarra, acaso alguna más-, la investigación local no ha ofrecido hasta ahora datos suficientes y fiables. ¿Será mucho pedir que esa. investigación sea eficazmente fomentada? Y a la luz de lo que en ese campo y en otros se haya hecho, ¿no va siendo hora de que los seniores de nuestra historiografía nos ofrezcan, respecto del último medio siglo ole nuestra historia, libros semejantes, valga el ejemplo, a los que en su conjunto estudian la Revolución Francesa? Ojalá el cincuentenario de la guerra civil sea aldabada de alerta para la ejecución ole una empresa que muchos consideramos necesaria.
Ante una situación histórica como la que durante los últimos 50 años ha vivido España, tienen estricta obligación moral de exponer públicamente lo que han sido y por que han sido lo que fueron tanto más, si en ellos se produjo un cambio de actitudes grupos de personas: los políticos en activo y los escritores que hacen crítica de lo que en su país sucede. Pero en la recoleta intimidad de sí mismos, sobre todos los adultos conscientes y responsables pesa el deber de examinar su conducta política y de valorar sin autoengaño las razones por las cuales esa conducta ha cambiado o no ha cambiado.
"La verdad os hará libres", dice una luminosa sentencia cristiana. "La libertad os hará verdaderos", he dicho yo alguna vez para mostrar la integridad de su sentido. Referida la sentencia a lo puramente mundanal y biográfico, en ella, en la realidad psicológica que ella tan certeramente expresa, tuvo su primer fundamento mi idea de publicar el libro Descargo de conciencia. "Este libro", decían sus primeras líneas, "quiere ser dos cosas conexas entre sí: una exploración memorativa de mi propia realidad y un testimonio crítico de lo que durante los 30 años más centrales de mi. vida (de 1930 a 1960) han sido ante mí y dentro de mí la vida y la sociedad de España". Como comentarista y crítico de la realidad española, quería ser enteramente libre, y para lograrlo tenía que decir mi verdad, tal como yo la veía. La expuse lo mejor que pude, y ante ella hice dialogar a un juez (mi propia conciencia moral), un actor (el yo ejecutivo que en cada ocasión hizo lo que de hecho hizo) y un autor (el yo decisivo que, pudiendo haber hecho otra cosa, libremente quiso hacer eso que hizo). Porque tal es el diálogo que en la intimidad acontece cuando uno, en callada soledad, mira judicativamente su propia vida.
¿Hice bien componiendo y publicando ese libro? Algunos amigos dijeron benévolamente que no necesitaba haberlo escrito. Otros, menos amigos, pero con cierta razón -el alto y noble ejemplo de Dionisio Ridruejo se Ia daba-, pensaron que lo había escrito un poco tarde. Menos amigos todavía, algunos me atribuyeron la intención de preparar me para recibir tal o cual prebenda de la ya inminente democracia. No han faltado, en fin, quie nes, más fiscales que yo ante mi propia vida, hubiesen querido leer más detalles y más juicios acerca de ella, y hasta se han permitido a veces la licencia de atribuirme inventivamente dichos o acciones.
Vuelvo a lo que dije. De nuevo Armo que los políticos y los críticos debemos dar razón de nuestros cambios de actitud, si efectivamente se produjeron -o de exponer, en caso contrario, las razones que nos decidieron a no cambiar-, y en modo alguno me arrepiento de haber escrito la historia de mi modesta vida pública. Es más. Creo que algo habría ganado España si otros españoles más notorios que yo hubiesen defficado algún tiempo al ejercicio de tal menester. Pondré en claro castellano un viejo dicho latino: "Hice lo que pude; háganlo mejor quienes pueden hacerlo".
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