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Reportaje:

Los 'haredim' creen que el sionismo es ímpio

No hay cafeterías, hamburgueserías, cines o locales de juegos electrónicos en Mea Shearim. Si de una planta baja sale un susurro colectivo, indicio de una reunión de seres humanos, hasta dar un vistazo desde la ventana entreabierta para confirmar que se trata de una yeshiva, una escuela talmúdica. El espectáculo es siempre el mismo: adolescentes y jóvenes enlutados que se vuelcan sobre montañas de libros. A partir de los cinco años, los niños de este barrio de Jerusalén aprenden la Torah; a los 12 conocen ya el Talmud; después empiezan con la Cábala, y hasta los 40 no serán dignos de inclinarse sobre los textos místicos del Zohar, el Libro de los Esplendores. Entonces habrán aprendido que "se puede hablar a Dios, pero no se puede hablar de Dios". Tal vez por esa pasión por la lectura de textos sagrados, un gran porcentaje de los haredim lleva gafas.

Mea Shearim vive en una casi completa autarquía espiritual y material. Si los pensamientos de sus habitantes poco tienen que ver con los del grueso de la población israelí, sus actividades económicas son las de la era preindustrial. En vano busca el visitante una tienda de automóviles o una sucursal bancaria. Lo que encuentra siempre es el local del escriba, el impresor, el carnicero kosher, el que hace las circuncisiones. Los artículos más expuestos en sus comercios son el gorrito semiesférico o kippah, el cilindrito metálico con extractos del Pentateuco que se coloca en las puertas o mezuza, el candelabro de siete brazos y el libro religioso.Y, sin embargo, este gueto es tan ísraelí como la cosmopolita calle de Dizengoff, en Tel Aviv, con sus lujosas joyerías y sus locales de diversión. Y los severos caballeros del barrio de Jerusalén, tan judíos como esas chicas hermosas, desenvueltas, vestidas con camisas transparentes y faldas o pantalones cortos, que hacen en Dizengoff de camareras, policías, soldados, vendedoras o paseantes.

El rabino está en Nueva York

"El rabino Hirsch no puede atenderle. Tampoco luego. Es que está en Nueva York". El discípulo del rabino, Zalman, un joven de unos 21 años con mirada tímida, se niega a explicar qué hace en la metrópoli norteamericana el autodenominado ministro de Asuntos Exteriores de los ultraortodoxos, pero un portavoz del Comité de Lucha contra la Violencia de los Zelotas lo hará luego."Se habrá dado cuenta", dice con malicia el militante laico "que en Mea Shearim no se realiza ninguna actividad económica seria. El barrio vive de las subvenciones de comunidades extranjeras afines, sobre todo de las que llegan de Williamsburg, en Nueva York. El rabino Hirsch habrá ido allí a recoger fondos para seguir su guerra contra la democracia israelí".

Si no da explicaciones sobre el viaje de su maestro, Zalman se extiende en cambio sobre las razones de su causa. "Cuando, una mujer se exhibe en un cartel, se prostituye. Es un deber sagrado combatir las empresas del demonio", afirma en inglés chirriante de acento centroeuropeo. Curiosamente, en Mea Shearim, un barrio calificado de explosivo, no se ve ni un solo uniforme de la policía o del Ejército de Israel.

El joven de la yeshiva se queja de que la opinión pública internacional les confunda a ellos, los haredim, con otros grupos religiosos partidarios del sionismo. "Nosotros no queremos destruir este Estado para levantar otro que siga con más rigor los preceptos bíblicos. Nosotros no queremos en absoluto un Estado judío. La nación sionista es impía y sacrílega, porque el verdadero Israel sólo volverá con el Mesías".

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Los seguidores de Hirsch, un millar de vecinos de Mea Shearim que forman el grupo Neturei Karta (Defensores de la Ciudadela), asimilan el Estado hebreo al nazismo y pintan cruces gamadas en los edificios sionistas. Ellos se consideran súbditos del rey Hussein de Jordania, al que Hirsch pide permiso cada vez que quiere rezar en el muro de las Lamentaciones. También envían cartas a las Naciones Unidas para ser incluidos en los proyectos de autonomía destinados a los palestinos de Cisjordania.

Se calcula que la tercera parte de los 300.000 habitantes judíos de Jerusalén son rigurosos observantes de la ley mosaica. Sin embargo, no todos estos haredim viven en Mea Shearim ni comparten la actitud antisionista del rabino Hirsch. Dos partidos ultraortodoxos, el Shas y Agudat Israel, participan en la actual batalla contra la pornografía y la violación del shabat, pero admiten con resignación la existencia del Estado, en cuyo Parlamento tienen seis diputados en total.

Lo que la opinión pública internacional ha conocido hasta ahora como partidos religiosos ortodoxos de Israel, que se hicieron famosos por defender sus asentamientos judíos en los territorios ocupados, son el Partido Nacional Religioso, Marasha, Tami, Tehiya y Kach, con un total de 13 diputados en el Parlamento. Esas formaciones no están consideradas haredim, piadosas, puesto que sus idearios son tan nacionalistas e incluso racistas como religiosos. "Aunque estén integrados por gente practicante, llamarlos partidos ultraortodoxos es como llamar así a Fuerza Nueva en España", explica un portavoz de la oficina de Prensa del Gobierno.

Así pues, los habitantes de Mea Shearim pueden tener el orgullo de ser los más estrictos entre los estrictos. Y están dispuestos a que el mundo lo sepa.

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