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Asad, el pacificador de la ciudad más turbulenta del mundo

Cuatro años después de dejar la ciudad con la cabeza gacha, expulsados junto con los fedayin (guerrilleros palestinos) por el Ejército de Israel, las tropas sirias regresaron a principios de este mes a Beirut oeste. Hafez el Asad, el presidente sirio, ha vuelto a levantar cabeza, del mismo modo que en 1983 superó una grave crisis cardiaca. El dirigente, acusado por Estados Unidos e Israel de "patrocinar el terrorismo", se ha transformado ahora en la única esperanza de restablecer la ley y el orden en el sector musulmán de la capital libanesa. Y, según se dice en voz baja en las embajadas occidentales en Oriente Próximo, cuenta con el beneplácito o al menos la comprensión de sus propios acusadores.

Son sólo entre 200 y 300-soldados de elite sirios los que patrullan por las calles de Beirut oeste, pero lo importante no es el número sino el significado. Siria ha vuelto, pese a que lo prohíben los acuerdos negociados en el verano de 1982 por el enviado especial de Ronald Reagan, Philip Habib. Ha rematado su operación de sabotaje del plan israelonorteamericano de crear un Estado, un Gobierno y un Ejército libaneses fuertes y prooccidentales, el proyecto Gemayel, y ha pisado de nuevo la calle de Hamra. Además, desde mediados de la pasada semana las tropas sirias controlan también la carretera que va a Sidán, al sur de Líbano.

Maestro en desbaratar jugadas ajenas, Hafez el Asad tiene ahora que probar que es capaz de construir las propias. La tarea es difícil pacificar sin demasiado alboroto la ciudad más turbulenta del mundo. No pudieron hacerlo los marines y otros contingentes de la fuerza multinacional, que se retiraron de Beirut con las impedimentas manchadas en sangre y una estupefacta expresión en los rostros. Ni siquiera Israel pudo soportar el avispero libanés y se replegó a su franja de seguridad en el sur del país.

En realidad, Siria nunca ha dejado del todo Líbano. Desde 1976 e incluso después de la invasión israelí de 1982, un mínimo de 20.000 de sus soldados han acampado permanentemente en un país que consideran casi como suyo. Controlan el valle de la Bekaa y el Norte, pero hasta hace unos días les quedaba el símbolo del regreso a la capital.

Hafez el Asad ha esperado la ocasión propicia. Ha dejado que Beirut oeste se pudriera bajo el caótico poder de las múltiples milicias musulmanas. Acosados por los secuestradores, los residentes occidentales no pudieron resistirlo y dejaron la ciudad. Incluso la economía del país, milagro de supervivencia durante muchos años de guerra, terminó por hundirse.

Entonces sólo quedó Siria para arreglarlo. El pasado 13 de junio todos los dirigentes musulmanes libaneses fueron llamados a despacho. En Damasco el vicepresidente, Abdel Jalim Jadam, les leyó la cartilla. Hay que acabar con esa vergüenza universal que es la guerra de los campamentos entre palestinos y shiíes de Amal (Esperanza), vino a decirles. Hay que restablecer un mínimo de seguridad en Beirut oeste. El general Ghazi Kanaan, jefe de los servicios de información del Ejército sirio en Líbano, fue explícito ante los periodistas: "O lo hacen ellos o lo hacemos nosotros". A finales de junio, soldados y policías de las fuerzas regulares libanesas comenzaron a desplegarse en Beirut oeste, bajo la dirección de oficiales sirios. Pero como no daban abasto para cerrar sedes de grupos y grupúsculos y desarmar milicianos, Siria hizo efectiva la advertencia de Kanaan. Y los beirutíes volvieron a contemplar esos uniformes rosas moteados que habían perdido de vista en 1982.

Asad no es un líder que emprende una aventura semejante sólo por sacarse una espina. La presencia de sus tropas en Beirut oeste obedece a consideraciones de orden práctico. Una de las primeras, evitar que los palestinos partidarios de Yasir Arafat recuperen una posición de fuerza en el Beirut musulmán, fenómeno del que empezaba a hablarse como posible este año.

Otro objetivo sirio es seguir de cerca el desarrollo de Hezbollah, el Partido de Dios, de los shiíes más integristas. Aunque Hezbollah sea proiraní e Irán aliado de Siria, el régimen de Asad le sigue la pista de cerca. Ya en alguna ocasión unos y otros han protagonizado escaramuzas armadas. El integrismo islámico, en la versión sunita de los Hermanos Musulmanes, es el principal opositor del baasismo, en el poder en Damasco. Hezbollah no comparte además con sus hermanos de Amal la aversión por la resistencia palestina y sus más o menos buenas relaciones con Arafat no provocan la simpatía siria.

Advertir a los cristianos libaneses es el tercer objetivo de la operación de regreso a Beirut. Siria les dice por enésima vez que están solos, que nunca vendrán a salvarles los norteamericanos o los israelíes, que es con Damasco con quien tienen que entenderse.

La población de Beirut oeste ha acogido el retorno de los sirios con temor y respiro. Muchos han dicho: "Que ponga orden alguien, aunque sean los sirios". También los dirigentes políticos, desde el musulmán Rachid Ka rame al cristiano Camille Chamon, comparten esa -opinión. En Israel ha habido un encogimiento de hombros y la secreta esperanza de que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) vuelva a recibir castigo.

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