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CORRIDA DE BENEFICENCIA

Relucía menos que un candil

Estos días se ha repetido mucho aquello tan gracioso de nuestros mayores, los aficionados de la plaza vieja: "Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol; Jueves Santo, Corpus Christi y la Corrida de Beneficencia". Pero eso era antes. Actualmente la corrida de Beneficencia no reluce mas que el sol, ni igual, y la de ayer relucía menos que si la hubieran alumbrado con la luz de un candil.La corrida de Beneficencia de ayer resultó un fracaso mayúsculo. ¿Hay que echarles; las culpas a los toros? Pues bien, se les echa la culpa a los toros. La tenían. Eran toros inválidos, algunos de ellos moribundos, y los que llegaban más enterizos a la muleta, delataban su falta de clase, que en terminología taurina se dice falta de casta y en la jerga, tendencia moruchera.

Cámara / Robles, Ortega Cano

Cinco toros de Rocío de la Cámara, desiguales de presencia, varios inválidos, sin clase; 22, sobrero de Antonio Pérez, manejable. Julio Robles: tres pinchazos y estocada corta caída; estocada corta atravesada; bajonazo descarado perdiendo la muleta y tres descabellos (silencio en los tres). Ortega Cano: pinchazo, bajonazo descarado y descabello; pinchazo perdiendo la muleta, media baja y dos descabellos; cuatro pinchazos y siete descabellos (silencio en los tres).El Rey presenció la corrida desde el palco de honor, acompañado del Príncipe de Asturias y del Príncipe heredero de Marruecos. Los diestros les brindaron sus toros. Plaza de Las Ventas, 26 de junio. Corrida de Beneficencia.

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El Príncipe, en los toros

Claro que es fácil echarles la culpa a los toros, ahora, que ya están filetes, o para estofado. Ponerse delante del plato, la servilleta protegiendo la pechera, en una mano el cuchillo, en otra el tenedor y gritarle al filete "¡So morucho!", es lance sencillo, que no requiere de valor especial.

Sin, embargo, hay vivos -y tan vivos- que también tuvieron su parte de culpa. Por ejemplo, en el palco había quien debió ordenar la devolución al corral de unos cuantos toros, por inútiles, y allá se andaba el hombre, metamorfoseando en Don Tancredo su delicada función de presidente.

Le rodeaban gente principal, altos cargos de la Administración, políticos, y unos metros a su izquierda, en el palco de honor, estaban el Rey, el Príncipe de Asturias, que debutaba ayer en Las Ventas, el Príncipe heredero de Marruecos. Casi nadie. Desde luego por obligación pero aunque sólo fuera por cortesía y respeto a tan ilustres invitados, el funcionario que convertía en la chusca suerte del Don Tancredo su misión de presidente, debió evitar el escándalo.

Pues hubo escándalo, y rechifla, y daba vergüenza estar allí, presenciando aquella mascarada de corrida, con toros que hocicaban la arena, o aquel otro que se tumbó cuan largo era (por cierto, no mucho) y para que se incorporara tuvieron que tirarle las cuadrillas de los cuernos y el rabo. Lo levantaron igual que un gato.

A ese toro-gato pretendía Julio Robles pegarle derechazos. Cuando a un torero le entra el furor derechacista no hay quien lo pare, y Julio Robles tenía tanto empeño en pegar derechuzos que, aun después del desastre -la caída del toro, su ascensión por tracción banderillera, etcétera- aún quería pegarle más.

¿Qué le había hecho el público, que los palcos notables y egregios, qué el toro, para que pretendiera molerlos a todos a derechazos? O puede que hubiera buena intención; puede que Julio Robles tratara de rentabilizar las 7.500.000 pesetas que al parecer cobró portorear la corrida que relucía más que el sol y que ayer se celebró a la luz de un candil apagao. Desconcierta, no obstante, que anduviera desganado con su primera ruina. En el quinto toro, en cambio, intentó faena, pero el amoruchado producto no la tenía.

Ortega Cano salió a por todas. A los primeros toros los recibió y fijó en el centro geométrico del ruedo. Al sexto le cuarteó banderillas. Ensayó quites. Sus faenas de muleta eran voluntariosas y valientes. Aguantó algunas embestidas violentas, hasta templarlas; ciñó los muletazos. Ahora bien, no estaba en tarde de inspiración, sino de afectación, y un torero afectado, frente a toros deslucidos, genera pesadez supina, bostezo y siesta. Todo lo cual no acaba de justificar los 8.000.000 de pesetas que cobró por torear así y eso.

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