La mala pinta ya es delito
EL ESTADO de gracia que tradicionalmente rodea en Francia a los hombres políticos tras haber triunfado en una consulta electoral está siendo consumido por Jacques Chirac con toda rapidez. Frente a la cohabitación con Mitterrand que la Constitución le impone -y que está siendo formalmente salvada-, en todo el resto de los terrenos Chirac impone la confrontación más que el diálogo, y ello apoyado en una exígua mayoría y con la espada de Damocles de un Mitterrand con dos años por delante; pero Chirac actúa como si tuviera las manos libres, y desde luego se las mancha a fondo. Ya lo dijo Serge July, el director de Libération: "Es peligroso impulsar a Chirac al crimen porque siempre lo comete".Las noches de París en esta primavera ofrecen un espectáculo insólito, como en los mejores tiempos de la guerra de Argelia o de mayo de 1968. A cada kilómetro tropieza el noctámbulo con una patrulla policial efectuando controles, y eso hasta en los mejores barrios. Charles Pasqua, el nuevo ministro del Interior, no dice que sus ciudadanos sientan ternura hacia su departamento, como alega su colega Barrionuevo; piensa, por el contrario, que deben ser masoquistas. Desde su instalación en el cargo, lo primero que ha hecho ha sido desplegar a la policía con la mayor ostentación posible. La calle es suya, desde luego, por emplear otra metáfora española. Los honrados ciudadanos que se quejaban de la inseguridad ciudadana -esto es, la mayoría- pueden dormir satisfechos tras llevar al poder a Chirac y Pasqua, pero dentro de poco ya sólo podrán hacer eso: dormir. Lo demás va resultando bastante arriesgado.
Las instrucciones de Charles Pasqua a su policía no tienen desperdicio, y ni siquiera se para en barras para saltarse la ley, como lo demuestran los incidentes habidos en torno a la sale gueule (cara sucia, o mala pinta, con mayor exactitud). Según estas instrucciones, la policía tiene orden de operar con toda rapidez contra todo aquel ciudadano que no ofrezca en su figura y vestimenta garantías de normalidad: esto es, que tenga mala pinta. La verdad es que no se sabe bien qué es eso de tener o no tener buena pinta, y que a estas alturas en que hasta la arruga ya es bella resulta muy difícil establecer baremos objetivos. "A los sospechosos hay que tratarlos como lo que son sospechosos", insiste el ministro en cuestión.
Ya está todo claro: se acaba de inventar en Francia, país de la revolución que lleva su nombre, de la tolerancia intelectual, de Voltaire y Sartre, un nuevo tipo delictivo, sin que haya pasado por Parlamento alguno y sin ninguna ley escrita: el sospechoso, por el mero hecho de serlo, será castigado.
Lo malo es que el sospechoso siempre lo es para alguien, y que ese alguien es tan indeterminado como la sospecha misma; posiblemente este nuevo tipo delictivo contribuye más a fomentar la inseguridad ciudadana que a combatirla, pero fomenta también la inseguridad estética, la de la incida -tan vacilante élla-, la de la cultura y la de las costumbres, que ya no importará que sean buenas o malas, sino que lo parezcan: que lo parezcan a las autoridades y a la policía de turno, cuya eficacia y competencia se van a ver perturbadas por las oscilaciones de los usos de nuestro tiempo.
Los incidentes habidos con un abogado, dos periodistas y ocho menores en menos de una semana muestran la fragilidad de estos planteamientos. Pero Chirac sigue dispuesto a utilizar la mano dura en este terreno, y aunque sea otro ministro, el de Justicia, Albin Chalandon -considerado como más racional y moderado, que Pasqua-, quien haya presentado las reformas legales sobre este tema, de hecho esas reformas van en el sentido en el que actúa el ministro del Interior. Se aconseja a los viajeros por Francia que extremen el cuidado de su pelo, su higiene, su afeitado y su vestuario. La historia de los fascismos está llena de premoniciones estéticas de este género.
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