Perros
Todas las mañanas, después de desayunar algas con miel, acostumbro a caminar hora y media por una colonia de ricos situada en las afueras de Madrid. En el trayecto voy oliendo sucesivos aromas de enebro, de pradera recién trasquilada, de pino o de madreselva, y también desde cada verja, me ladra una clase distinta de perro: aquí un dogo, allí un pastor alemán, a la izquierda un dálmata, a la derecha un mastín. Por encima del coro canino que mi paso va arrancando, cantan los pájaros. Se trata de una colonia de ricos, ya lo he dicho. En alguna esquina vegetal saludo a un guarda jurado vestido de conejo. La ciudad hierve de forma sucia allá al fondo.Yo acudía a este lugar todas las mañanas para hacer, un poco de gimnasia hortera según la moda, pero lentamente esta costumbre ha ido derivando en. un ejercicio espiritual, lleno de ascética. Con el tiempo he perdido todo el interés por la musculatura o por el aire puro y ahora sólo disfruto oyendo cómo me ladran los perros. Ya no sabría prescindir de ellos. Me gusta contemplar tantos colmillos dispuestos a devorarme, analizar los diferentes grados de su rencor hacia mí. Antes, yo me levantaba de la cama con la falsa euforia de¡ neófito que cree tener derecho a ser feliz. Hacía las abluciones laicas de rigor, desayunaba algas con miel, me ponía las zapatillas de deporte, llegaba a esa colonia y comenzaba a caminar atléticamente aspirando diversos perfumes, absorbiendo todo el silencio de aquellos' ricos. Al principio me molestaba que a un señor tan distinguido .como yo le ladraran tantos perros. Luego lo encontré natural. Incluso necesario. Finalmente descubrí que era agradable. Hoy, mientras camino, esos aullidos me obligan a olvidar el cuerpo y los perros se apoderan de mi alma hasta inundarla de un fino sabor, ocupándola enteramente. Por la mañana, antes de poner en marcha el pensamiento, necesito que me acucie este coro de canes, come, un acto de disciplina que suple la antigua mortificación. Para iniciar la jornada nada mejor que le ladren a uno los perros de los ricos. A partir de ahí, todo lo que pueda suceder durante el día siempre será maravilloso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.