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También sucedió en mayo

Aquel mes de mayo florecían las lilas y el narciso blanco. Por la radio anunciaron que Hitler había muerto. Por las carreteras de Alemania, millones de seres humanos erraban sin hogar ni destino, desposeídos de todo aquello que no fuese el instinto de sobrevivir pese a todo. En aquellos días no fue inusual la caza del hambre, el pillaje o la violación. Abundaban la venganza, la bestialidad, el hambre, todas las facturas de la envidia y los posos de la irracionalidad. Las ciudades de la Alemania derrotada eran montañas de cascotes -por fin territorio libre, sin conciencia-, pero los ciclos naturales de la vida rural proseguían, imperturbables. En sus diarios, Ernst Jünger anotaba día a día aquella gravitación insoportable de la historia, los horrores inventados por la época y las floraciones puntuales del mes de mayo.Así, el fénix germánico retornaba a las cenizas. En el poema Mayo 1945, de Peter Porter -de quien no sé si vivió aquella guerra-, vemos otra perspectiva de un fatídico mes de mayo: el estrépito sordo de los carros de combate aliados hacia el corazón de las tinieblas, el avance de las tropas norteamerianas al límite de la fatiga, la destrucción de Dresde por los bombarderos británicos y los soldados soviéticos junto a la puerta berlinesa de Bradenburgo. En sus tres versos finales, Porter describe el contraste entre los campos de concentración y exterminio que los aliados iban descubriendo -como infierno que concluye la gran utopía- y la música solemne que la radio alemana estuvo programando en los últimos días del III Reich: cita la Octava sinfonía de Bruckner. Sobrevolando tantas pruebas tangibles de nuestra potencialidad inhumana, los suntuosos avances; sinfónicos de Bruckner tuvieron que resonar extrañamente, -como un fervor, no por ¡noportuno deleznable- entre tanta muerte y destrucción, en un país vencido por sus mitos y sus inocencias.

Por la ventana de su presbiterio, Jünger contemplaba el interminable desfilar de individuos para siempre desplazados, mientras escuchaba aquellas magnas cadencias altisonantes y profundamente ingenuas -como el largo sueño del que su país despertaba en congoja, rindiéndose incondicionalmente al enemigo-. Escribía acerca de las figuraciones en el ala de una mariposa. En el poema ole Peter Porter suenan las notas ole Bruckner a fin de que "el bien y el mal puedan morir en igualdad de esperanza". Tal vez, a pesar de todo, la música -arte peligroso para almas y masas- lograría ser el único pacto posible.

El día 23 de aquel mayo, la radio informó que Himmler, disfrazado, había sido detenido. Entonces Jünger escribe que la idea de que millones de seres humanos mueran por la única razón de que un Himmler accione la palanca de la máquina de destrucción es una de nuestras ilusiones ópticas: cuando ha caído mucha nieve durante todo un largo invierno, la pata de una liebre basta para provocar un alud.

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La convivencia de la cultura con el horror es una de las más sólidas lecciones de nuestro siglo. Las mareas del tiempo y de la historia nos dejan para siempre sin principio ni fin, como vencedores y a la vez vencidos. En el corazón de los hombres tiene sus raíces la guerra, pero también la piedad. Hitler había inventado una nueva metodología del asesinato de masas y nada podría curar aquella gran herida de la civilización. Porter ha escrito un bello poema, y podemos tener el deseo de conocer y escuchar la Octava sinfonía de Bruckner o, simplemente, de mirar el mundo sesgadamente y anotar cada mayo -como Jünger- el espléndido florecer de las lilas.

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