'Ars amandi'
¿Será una tontería? Seguramente lo es; y ello entraría, entre otras razones, en la explicación de que añadie le haya parecido interesante -y así anda de inédito y no representado- un drama que uno escribió allá por los años sesenta, El banquete, cuyo título viene del banquete platónico, pero que no trata tanto del amor como de la imitación del amor, en las formas en que viene haciéndola el arte cinematográfico euroamericano durante las últimas décadas. Es decir, de la imitación artística del amor humano -en su sector pareja- en este caso (el cine), en el que la materia, que se emplea para la imitación es el cuerpo humano, el cuerpo de los actores, y no el óleo, la acuarela, la piedra o la escritura. El tenla de la enajenación del actor/de la actriz circulaba, más o menos implícito, por mi. ánimo cuando escribía la obra; y al hablar de préstamo corporal por parte de los actores yo me daba cuenta de que la cosa no era tan sencilla en este Caso como cuando se trata del préstamo que hace un cascadeur que, hale, se contrata para tirarse por un terraplén y a lo peor se rompe un hueso. Aquí, en el actor, lo que presta -o alquila, mejor dicho- está situado en esa zona que Ortega y Gasset llamaba el "alma corporal". La cosa no se reduce a que uno presta o alquila su mejilla izquierda para que en ella le estampen un buen tortazo, 9 hay que tirarse al agua en este rodaje de invierno con el frío que hace y el agua tan helada que está, que casi me agarro una pulmonía, sino que la imitación cinematográfica del amor humano pone a los partenaires en la situación, muchas veces, de explorarse territorios recónditos tales como la epiglotis por medios lingüísticos, quiero decir, linguales;' o bien el galancete mordisquea con fruición los pezones mamarios de la actriz a la par que le acaricia los glúteosde modo bastante concienzudo. (En mi desconsiderada obra, el asunto iba de sinvergüenzas que, durante la producción de un filme de sexo y violencia, instalados en la producción, fingían el rodaje de una secuencia para la distribución en el extranjero -aquello de la doble versión, por mor de la censura- que consistía en una escena de amor durante la, cual, en realidad con gran satisfacción y regodeo de los golfantes asistentes al falso rodaje -no sé si a eso se le llamaba rodar con película inglesa: ¿lo habré soñado?-, el actor gamberro violaba a una actriz principiante, pletórica de ilusiones y procedente de los teatros universitarios. La chica, en fin, tenía el mal gusto o la ñoñería de suicidarse.) Tragedia compleja suelo yo llamar, desde aquellos años, a esta figura dramática, ante la cual uno se ríe, aunque no sea de reír". (Ahola no es de leíl, por decirlo, macalónicamente, en chino.) Se trataba, pues, de ese problema de la enajenación que, en términos generales, quizá sea una característica del trabajo del comediante: enajenarse en otros caracteres es, precisamente, lo suyo: lo suyo es ser lo otro, o algo así; es difícil decirlo. De todos modos, en mi opinión hay, en este como en otros oficios, turtísticos o no, un problema de dignidad en el ejercicio de tales oficios; y precisamente el de actor no tendría por qué ser enajenante, sino al contrario, por mucho que consista en prestarse a otros caracteres, cuerpos y psicologías. Precisamente, en cuanto al de actor, Brecht y otras gentes dijeron más de una vez cuánto había que luchar por su dignificación, la cual no se consigue por el hecho de que ya hoy los actores sean enterrados en sagrado, o porque se les permita acampara menos de una legua de las ciudades, con lo que han superado su antigua condición de cómicos de la legua. Concretamente, en lo que se refiere al cinema, a veces he recordado que oí en cierta ocasión decir al director soviético Cliujrai (creo que fue en un simposio que se celebró en Grénova durante aquellos años sesenta) cuánto dolor le producía ver cómo se trataba en el cine occidental el amor humano. En general, este tema no se ha tratado entre nosotros, aunque sí ha habido algunos actores -me parece que, con mayor precisión, algunas actrices- que han mostrado su disgusto por las prestaciones a que viene obligando, en el cine, este oficio; lo más corriente es que el asunto se haya hanalizado reduciéndolo al tema del desnudo. Desnudarse o no desnudarse, ese sería el problema, y ahí venía lo de las exigencias del guión y otros discursos más o menos tontos y divertidos. La verdad es que el tema no es el desnudo, ni mucho menos, sino el transfer erótico que se produceen el rodaje de algunas escenas, de modo un tanto análogo al que se establece en algunas relaciones psicoterapéuticas. Delicado problema cuando de lo que se trata es de una relación psicoanalítica, en la que el fantasma del enamoramiento plantea la necesidad de una gran delicadeza en la ruptura del transfer que se crea en la transmisión de muyPasa a la página 12
'Ars amandi'
Viene de la página 11íntimos contenidos. ¡No exageremos en lo que se refiere a un rodaje y a las relaciones que en su curso se establecen! En cualquier oficina, y no digamos entre jefes y secretarias, ocurren cosas muy parecidas. Pero sí es cierto que algo de específico hay, con seguridad, en esta relación entre gentes cuyo oficio consiste: en reproducir, en un plano carnal-imaginario, las relaciones de la vida. Tanto más cuanto que, hablando del cine, una mala filosofía poética -el naturalismo- impone la renuncia a medios propiamente artísticos para imitar la realidad. En el límite, la reproducción de un asesinato se haría matando a la persona ante las cámaras; y no es eso, no es eso. Aquí viene, quizá, la posible distinción -no sólo posible, sino pienso que conveniente y hasta necesaria- entre el cinede arte y la pornografía con sus penetraciones y su propia parafernalia. 0 la prostitución -otro oficio- y sus propias características. De momento, no deja de ser un objeto de reflexión el que determinadas escenas se rueden con una especie de protectores genitales, o que haya situaciones como una, que leí en alguna parte, en la que hubo algún problema por el hecho de que, durante un abrazo prolongado al cuerpo desnudo de Ornelia Muti, se produjera ante las cámaras una insólita -¿o no?- erección en el del actor Gérard Depardieu. En el cine pomo es otra cosa. Allí, la obra maestra puede ser aquel filme, Tras de la puerta verde (o algo así), en la que la artista realizaba la proeza, en una escena, de recibir un mensaje por el trasero mientras ocupaba su boca y sus manos en relacionarse con tres hombres sentados sobre su cabeza. No sé si el hecho de que ella fuera una rubia -famosa por la publicidad inocente que antes había hecho- y sus interlocutores unos magníficos negros tendría algo que ver en la estimación de que gozó este filme como magna opus del cinema erótico. Pero, sea como sea, creo que hay oficios y oficios. Por lo demás, la verdad es que no estoy muy ducho en estos achaques de caballerías, y que uno siempre ha sido más dado, como decía mi inolvidable amigo Ignacio Aldecoa, al logos etílico que al logos espermático.
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