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Erase una vez una compañía aerea

Chuck Yaeger, en 1947, rompía la barrera del sonido en un vuelo de pruebas de la Fuerza Aérea de Estados Unidos (USAF). En la base donde se realizó la prueba había una caseta en donde los pilotos de prueba charlaban mientras tomaban una copa. En una pared del establecimiento se sujetaban con chinchetas las fotos de los pilotos que iban cayendo en esa lucha por conseguir un avance más en el mundo de la aviación. Las fotos eran muchas, apenas quedaba un hueco libre. Yaeger, alto y desgarbado, subió aquella mañana al cockpit con dos costillas rotas, producidas por una caída, de caballo el día anterior; tuvo que asistirse de un palo de escoba para poder cerrar la puerta de la cabina, ya que apenas podía mover el brazo. El piloto usaba su chaqueta vieja de cuero de la Fuerza Aérea americana y las botas estaban sin abrochar. Aquel día Yaeger rompió la barrera del sonido.Desgraciadamente, el proceso evolutivo que preside tanto el mundo de la tecnología como el de la empresa moderna hace cada día más difícil el mantenimiento de posturas románticas como las anteriormente citadas, en beneficio de unos planteamientos más colectivos, en donde todos y cada uno se convierten en engranajes de un gran mecanismo, sin cuya colaboración no es posible el logro de unos objetivos determinados.

La inexorable evolución nos obliga a unos y a otros a ceder muchos de nuestros principios más sagrados, sin que ello suponga renuncia histórica de ningún tipo. Nadie duda del papel de los pilotos en el mundo de la aviación comercial y de su importancia en su futuro más inmediato; pero este reconocimiento no puede realizarse a costa de otros profesionales cuyo papel y aportación a este mundo de la aviación es, sin duda, de primera magnitud.

Anteponer el principio del romanticismo al de la consecución de unos objetivos comunes es ir contra la historia, y la propia historia se encargará de demostrarlo en su momento. Estas consideraciones nos sitúan, de manera general, en dos bases de entendimiento mínimas para comprender la huelga de pilotos de Iberia, que una vez más pone en entredicho la credibilidad de la propia compañía y de cuantos trabajamos en ella.

Ante esta situación, que parece repetirse cíclicamente, es lógica la reacción airada del ciudadano, que ve cómo sus necesidades -en este caso, de viajar en un avión de Iberia- se ven coartadas por un conflicto que no entienden, al no existir -una relación causa/efecto entre los perjuicios que ocasiona y las demandas que generan el conflicto. Este argumento, de todo punto impecable desde la óptica del pasajero, no lo es tanto Visto desde quien tiene la responsabilidad de implantar y desarrollar una política coherente de ¡gestión, que tienda no sólo a resolver el conflicto, sino a imprimir unas pautas que permitan un sano crecimiento de la empresa a largo plazo.

Por ello y por la íntima creencia de que, como presidente de Iberia, debo una explicación a todos los que directa o indirectamente se han visto afectados por este conflicto, me gustaría realizar una breve descripción de hechos y motivos que han conducido a la convocatoria de huelga de los pilotos del SEPLA. No voy a entrar en el histórico de las relaciones entre la compañía Iberia y el colectivo de pilotos, histórico posiblemente plagado de errores por ambos lados, aunque quizá en ese histórico se encuentre la génesis de muchos males que vuelven a aflorar y que perturban la vida del ciudadano.

La actual huelga de pilotos está motivada por unas negociaciones que han finalizado, por el momento, sin el acuerdo entre las partes sobre tres planos ciertamente diferentes, aunque todos ellos convergen en un punto tan crucial para la empresa como es el modelo laboral. En este sentido, el convenio colectivo, el laudo de obligado cumplimiento surgido a raíz de la última huelga del SEPLA en 1984, y desestimado posteriormente por la alta Magistratura española, y una sentencia del Tribunal Central de Trabajo, obligando a la compañía a diferenciar claramente entre período de descanso previo al vuelo y días libres, han sido los tres planos que han convergido en la negociación, si bien el gran caballo de batalla ha sido, sin duda, el cumplimiento de la sentencia sobre los períodos de descanso, dictada en junio de 1985.

Compañía y SEPLA, se sientan en la mesa negociadora en agosto del pasado año, inmediatamente después de la sentencia, con el mandato claro por parte de la empresa de buscar una solución que permita el cumplimiento de algo tan sagrado en un régimen democrático, como una sentencia del Tribunal de Justicia. A este proceso se une el del convenio colectivo y el del laudo de obligado cumplimiento, aunque en ambos no surgen más problemas que los que son habituales en este tipo de negociaciones.

Sentencia incómoda

La sentencia dictada por el Tribunal. Central de Trabajo es un fuerte golpe para la compañía, por cuanto viene a suponer de facto una gran reestructuración en la actividad de Iberia, que permita acomodar ésta al número de pilotos existente, teniendo e n cuenta que la productividad de éstos se verá sensiblemente reducida en base al mandato del juez, que obligaba a Iberia a contemplar un mayor número de horas de descanso. Ante este mandato, la compañía sólo tiene dos soluciones que permitan aplicar la literalidad de la sentencia: contratar nuevos pilotos en un número superior al centenar, o reducir la actividad de la compañía en cifras ciertamente significativas y que, de hecho, ponen a la empresa en una situación económica mucho más delicada de la que tiene actualmente. La primera de las alternativas es prácticamente imposible a corto y medio plazo, dados los baremos de formación exigidos por la propia dirección de operaciones de la compañía, y, por tanto, descartable en las negociaciones iniciadas en agosto. La segunda nos lleva a una reducción de actividad drástica, en. la que ningún estamento de la sociedad saldría beneficiado de ello, ya que supondría cerrar, de la noche a la mañana, numerosas líneas nacionales, y que, a nuestro modo de ver, generaría violentas reacciones, de la sociedad española, al negárseles la posibilidad de contar con un medio de transporte como es el aéreo. ¿Qué dirían los asturianos o los andaluces si la compañía cerrase sus líneas con el aeropuerto de Asturias o Almería en base a una necesaria reducción de actividad provocada por una sentencia?

Ante todo ello, sólo le, queda a la compañía una vía: buscar una solución económica con el SEPLA que permita mantener la actividad con el mismo número de pilotos, mientras que gradualmente, y según lo vayan permitiendo las circunstancias, se puedan ir contratando nuevos pilotos y cerrando ciertas líneas, cierre que en cualquiera de los casos habría que asumir dada la difícil coyuntura por la que pasan algunos mercados tan importantes para Iberia como el norteamericano, el de Oriente Próximo y otros.

Dentro de esa tercera vía, y como prueba de la disposición de la compañía a buscar una solución, se abonó a los pilotos, en concepto de anticipo y a cuenta de la liquidación final de cada tripulante por el número de horas extras voladas, un complemento económico durante los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, todo ello con la aquiescencia de los pilotos a través de su representación sindical, lo que venía a demostramos que lo que se estaba negociando no era, una cuestión de reducir su actividad o incrementar sus tiempos de, descanso en base al concepto de seguridad aérea, sino una exigencia dineraria. Han sido muchos los meses de negociación en un intento tremendo por encontrar una solución, pero la dirección de la empresa no puede plegarse a las exigencias de un colectivo, por muy importante que éste sea.

Aquí hay que dejar muy claramente dicho que la huelga no se hubiera, llegado a producir si la compañía hubiera estado dispuesta a cubrir las exigencias del SEPLA, aunque ello pusiera aún más en peligro la vida de la propia empresa. Porque el ciudadano debe saber que si el problema reside en dar 10 a los pilotos y la compañía accede, este problema quedaría inmediatamente resuelto. Pero ésa no es la solución, porque hay 22.000 trabajadores de Iberia que tendrían el mismo derecho a esas 10 y que ya han realizado el esfuerzo que la compañía les pide, si no queremos caer en el agravio comparativo más absoluto y más injusto desde el punto de vista social, y no es justo que el peso del saneamiento de, la sociedad recaiga siempre sobre los hombros de los económicamente más débiles.

En último término, la compañía, teniendo en cuenta la complejidad de los temas negociados, ha ofrecido la posibilidad de que sea un tercero, a través de un arbitraje, quien decida sobre las cuestiones planteadas, como medio más rápido para la solución del conflicto y, por tanto, de menos perjuicio para nuestros usuarios.

Momento crítico

Iberia es una compañía que se encuentra en un momento crítico del que podría salir en unos años, aprovechando la corriente de crecimiento económico que ahora se inicia, o seriamente enferma y con un futuro incierto, y en esta situación no se puede exigir a un equipo de gestores que pongan lo mejor de ellos para llevar a cabo la agonía de una empresa, con tal de evitar que se produzcan conflictos.

En los próximos años, la aviación comercial europea va a entrar en una espiral de liberalización y competitividad hasta ahora desconocida, y así nos lo están avisando recientes sentencias del Consejo de Europa. Frente a ello, la solución de Iberia pasa por un inaudito esfuerzo que permita estar preparados, desde el punto de vista económico, financiero, tecnológico y, profesional, y todo ello no se consigue haciendo oídos sordos o la vista gorda a una quiebra laboral casi absoluta, no deseada ni por la compañía ni por los trabajadores, que hoy ciertamente existe y cuya consecuencia primera es un servicio al pasajero que entiendo no es el que éste se merece.

Éste es el gran reto. No el fácil y a nadie se le oculta que pintar un tranvía en marcha, sin que se pueda parar, requiere encajes de bolillos permanentes y, en ocasiones, difíciles de entender, e incluso de aceptar. Sin embargo, hay que intentarlo, porque el futuro está ahí y lo que está en juego es, ni más ni menos, la supervivericia de Iberia, Líneas Aéreas de España.

Narciso Andreu es presidente director general de Iberia, Líneas Aéreas.

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