Excedente empresarial y recuperación económica
Un negocio que deje 50 pesetas de beneficio por cada 100 de ventas -es decir, con un margen sobre ventas del 50%- pero que sólo genere 100 pesetas de ventas por cada 1.000 de capital invertido -es decir, con una productividad del capital del 10%- debería considerarse un negocio ruinoso bajo las condiciones presentes del tipo de interés, ya que la rentabilidad sobre el capital sería tan sólo del 5%.En cambio, un negocio que rinda únicamente 20 pesetas de beneficio por cada 100 de ventas pero que genere 100 pesetas de ventas por cada 100 de capital dejaría muy satisfecho a su propietario, ya que la rentabilidad sobre el capital sería del 20%.
Aunque todo esto es muy claro y muy evidente, muchos economistas destacados y muchos círculos empresariales influyentes han venido recomendando a las autoridades económicas, corno pretexto para la recuperación de la inversión, una estrategia económica centrada exclusivamente en el objetivo secundario de incrementar la participación del excedente, sin percatarse de que está política podía resultar a la larga incongruente con el objetivo básico y fundamental de mejorar la rentabilidad del capital productivo de nuestra economía.
Como consecuencia de ello hemos asistido en los últimos año s a un proceso que para muchos resulta incomprensible: en efecto, durante el período en el que la participación del excedente aumenta más sustancialmente -el Banco de España reporta un incremento de nada menos que cinco puntos porcentuales entre 1981 y 1984- la inversión fija ha descendido de forma prácticamente ininterrumpida, mientras que en 1985, cuando la participación del excedente parece haberse estancado, (*) se registra la única tasa significativamente positiva de crecimiento de la inversión fija desde el inicio de la crisis económica.
Naturalmente, cuando los hechos se analizan desde la perspectiva parcial del excedente, surge inmediatamente la tentación de elaborar una teoría de la inversión basada en consideraciones políticas, ya que la satisfactoria evolución del excedente no permitiría justificar el estancamiento inversor durante el último quinquenio. Sin embargo, la realidad no tiene nada que ver con esto, sino con el hecho elemental de que la rentabilidad del capital era antes satisfactoria, mientras que por lo general ha dejado de serlo durante la crisis. Y cuanto antes enfoquemos correctamente el problema antes estaremos también en condiciones de fundamentar la estrategia económica que resulta necesaria para estimular una recuperación económica duradera.
Para ilustrar mi argumentación he confeccionado el cuadro adjunto, en el que se muestra la evolución de todas las magnitudes macroeconómicas que resultan, relevantes para el análisis. En la columna se presenta la evolución de la participación del excedente neto de explotación en la renta interior. La columna 2 muestra la evolución de la productividad del capital obtenida como cociente entre la renta interior y las existencias de capital del sector privado valorado a precios de reposición. La columna 3 corresponde a la rentabilidad del capital, que es, por definición, el producto de las dos series anteriores. Finalmente, la columna cuatro recoge, hasta 1979, el rendimiento interno de las obligaciones, y desde 1979 hasta 1985 el rendimiento interno de la deuda del Estado, siendo esta se rie la que se considera representativa de la evolución del tipo de interés.
Inversión y excedente
Pues bien, del citado cuadro, que resume de manera sintética aspectos muy básicos de la política económica seguida durante las últimas dos décadas, se deducen varias conclusiones que resulta del mayor interés resaltar:
a) En primer lugar parece claro que la evolución de la inversión no tiene absolutamente nada que ver con la participación del excedente. De hecho, el auge inversor del período 1965-1974 se produce cuando estaba descendiendo la participación del excedente, mientras que la crisis inversora del período 1975-1984 se corresponde con una etapa, de la cual la participación del excedente ha venido incrementándose. Por tanto, la correspondencia entre inversión y participación del excedente es claramente negativa, y quien afirme lo contrario debe saber que tiene en su contra la más concluyente evidencia.
b) En segundo lugar también parece claro que los períodos de contracción en la participación del excedente coinciden con períodos de expansión en la productividad del capital y que, por el contrario, la productividad del capital declina cuando la participación del excedente se incrementa. Por supuesto, este fenómeno no se produce por casualidad, sino que admite una explicación completamente lógica. Podemos, ciertamente, tal como hemos hecho, congelar los salarios reales para elevar la participación del excedente, pero debemos ser conscientes de que esta política implica consumo deprimido, demanda estancada, infrautilización creciente de la capacidad productiva y, como consecuencia de todo ello, descenso en la productividad del capital. En el límite, la defensa a ultranza de la participación del excedente conduciría incluso a una situación absurda, ya que las empresas estarían ganando el 100%. sobre ventas... pero sin vender absolutamente nada.
c) En tercer lugar observamos asimismo que la política de mejora de la participación del excedente no ha permitido alcanzar el objetivo prioritario de incrementar la rentabilidad del capital, porque el descenso en la productividad del capital ha contrarrestado sobradamente aquel efecto. Se produce así el fenómeno de que la rentabilidad del capital se ha mantenido próxima al 10% durante un período -el que va de 1965 a 1974- en el cual la participación del excedente ha registrado un descenso de siete puntos porcentuales, mientras dicha rentabilidad se sitúa ahora en el 9% a pesar del sustancial incremento -también de siete puntos porcentuales- que ha registrado la participación del excedente en la última década.
d) En cuarto lugar llegamos ya al aspecto crucial de la historia, que no puede ser otro que el de la inevitable comparación entre la rentabilidad del capital y el tipo de interés. Y aquí es donde nuestra teoría económica de la inversión cobra pleno contenido, ya que las cifras se comentan por sí solas.
Rentabilidad del capital
Como puede comprobarse, la rentabilidad del capital se había mantenido en niveles comparables a los del tipo de interés durante toda la etapa expansiva anterior a la crisis, mientras que a partir de 1974 se inicia una escalada en los tipos de interés que coloca la rentabilidad de la inversión productiva en una situación de notoria desventaja frente a otras inversiones financieras alternativas.
Sólo en 1985, cuando el sensible descenso de los tipos de interés coincide también con una clara expectativa de descensos ulteriores, se aprecia una reducción sustancial de la brecha existente, siendo ésta la única explicación plausible del alentador crecimiento que ha registrado la inversión fija en el último año.
La mejora de la participación del excedente es, desde luego, la consecuencia de la política de ajuste, pero ello no supone ninguna garantía para la recuperación económica. Es una consecuencia del ajuste porque los retardos en la adaptación entre precios y salarios en el marco de un proceso de desaceleración salarial progresiva favorecen, casi por definición, la mejora del excedente relativo. Y no es una garantía para la recuperación porque la política de ajuste lleva consigo salarios reales estancados, altos tipos de interés, demanda deprimida, infrautilización de la capacidad, baja productividad del capital y, en último término, rentabilidad insuficiente para la inversión productiva.
En 1984, y después de una década de ajuste, la participación del excedente volvió a alcanzar prácticamente los mismos niveles que hace 20 años, pero ésta parece haber sido una victoria pírrica. Y lo ha sido porque la productividad del capital ha descendido también a los niveles de hace dos décadas, cuando la economía española iniciaba todavía su proceso de industrialización y modernización y cuando, por consiguiente, dichos niveles de productividad respondían a los estándares tecnológicos entonces vigentes. Esta no es, desde luego, la situación presente, ya que los bajos niveles prevalecientes de la productividad del capital son, sobre todo, el reflejo de la política de deflación de demanda a la que nuestra economía -como otras economías, pero también más que otras- ha estado sometida durante la crisis.
A corto plazo, la reducción progresiva de los tipos de interés, en la línea iniciada en 1985, constituye la única estrategia segura para la recuperación de la inversión y del empleo, ya que ello permite, por un lado, amortiguar de manera directa la brecha todavía existente entre la rentabilidad del capital y el tipo de interés, y por otro mejorar indirectamente la rentabilidad del capital a través de las ganancias de productividad que sin duda generaría un comportamiento más expansivo de la demanda global.
A más largo plazo, el mantenimiento de la rentabilidad del capital en un nivel satisfactorio deberá descansar necesariamente en el aumento de la productividad del capital generado por una demanda fuerte y sostenida, lo cual exige como requisito necesario la consolidación de una clara trayectoria de crecimiento para los salarios reales. Para entonces, la participación relativa del excedente comenzará, a descender. Pero esto, lejos de preocuparnos, debería ser más bien motivo de tranquilidad. Sería, en efecto, el signo inequívoco de que la economía española habría entrado en una nueva etapa de crecimiento impulsada por salarios reales crecientes y garantizada por unos niveles de rentabilidad del capital que competirían favorablemente con los tipos de interés.
Consideración final
Hace algo más de un siglo, Carlos Marx predijo la caída del capitalismo con argumentos que recuerdan a los que se derivan de una interpretación literal de la doctrina del excedente. Él afirmaba, en efecto, que el aumento del excedente llevaría inexorablemente aparejada la depresión económica, el ejército de parados y la revolución del proletariado.
Sin embargo -y afortunadamente para todos- sus predicciones no se cumplieron, y no se cumplieron porque las economías occidentales, durante la etapa en que predominaron las ideas keynesianas, fueron capaces de generar, desde el fin de la II Guerra Mundial hasta los primeros setenta, el más importante proceso de crecimiento de los salarios reales que registra la historia económica.
Después, un nuevo resurgir del liberalismo económico, del que la doctrina del excedente no es más que un simple ingrediente, vino a ocupar, como en los treinta, el centro de las ideas económicas, y por ello el mundo quedó sumergido, también como en los treinta, en la segunda gran recesión en los que llevamos de siglo. El que los mismos principios que conducirían al cumplimiento de las predicciones marxistas se esgriman ahora como tabla de salvación del capitalismo no deja de ser una broma bastante pesada.
* Aunque no se dispone todavía de cifras de consumo de capital, el avance de la contabilidad nacional para 1985, recientemente publicado, muestra que la participación del excedente bruto de explotación en la renta nacional se ha situado en 1985 en el 52,1%, sólo cinco décimas por encima del porcentaje alcanzado en 1984. Esta cifra contrasta con el incremento de 3,3 puntos porcentuales que, según el último informe anual del Banco de España, ha registrado la participación del excedente neto, de explotación en 1984.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.