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LA LIDIA / FERIA DE SAN ISIDRO

Apuntes de toreo lorquino

JOAQUÍN VIDAL, Toda la tarde esperando toreo bueno, como siempre, y la afición pudo ver sólo unos apuntes de la versión lorquina de este arte singular. Afortunadamente, la versión tiene incorpóreas exquisiteces, que se acomodan a los cánones y generan belleza. Su artífice es Pepín Jiménez, hijo predilecto y portaestandarte taurino de la tierra.

Creó los apuntes en su primer toro, después de emborronar al carboncillo derechazos y naturales, que ensayaba a despecho del geniecillo que sacaba el animal y tras buscarle la distancia y el ritmo de la embestida.

Al fin los encontró, y se produjo entonces el dibujo del arte: aquellos redondos echando abajo la muleta, conduciéndola suavemente en el semicírculo que concluía tras la cadera; o los pases de pecho, kikirikíes, ayudados, molinetes y otras secuencias pintureras. Una brisa de frescor aliviaba la calentura de la plúmbea tarde de mayo y la afición j aleaba el advenimiento del toreo clásico -el inmortal-, aunque sólo fuera durante la fugacidad de unos apuntes.

Flores / Muñoz, Jiménez, Montoliú

Toros de Samuel Flores, con trapío, escasos de casta y bravura. Emilio Muñoz: pinchazo y estocada corta muy baja (división y saluda); pinchazo, otro tendido hondo bajo y otro hondo bajísimo (silencio). Pepín Jiménez: estocada corta baja (ovación y salida a los medios); bajonazo y dos descabellos (pitos). Manolo Montoliú, que confirmó la alternativa: pinchazo y estocada corta (palmas y también pitos cuando saluda); pinchazo hondo atravesado (silencio). Plaza de Las Ventas, 11 de mayo. Segunda corrida de feria.

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Sin manguitos

Pepín Jiménez mata muy mal, utiliza un estoque de empuñadura ortopédica y es adicto al bajonazo -sus compañeros de tema, también, por cierto-, con lo cual engendra una modalidad siniestra de la suerte suprema. Tales mañas le hurtaron el éxito que había ganado en su primer toro y empeoraron el resultado de su otra faena, que tenía mérito, pues el toro topaba incierto y ni loco aceptaba entregarse al mando de la muleta. Ese toro no era de fiar: unas veces metía la cabezada abajo, otras arriba, con mayor frecuencia pasaba silbando El sitio de Zaragoza y, a la salida del muletazo, se quedaba mirando a Estrellita, mujer objeto, que rompía corazones en los alborotados tendidos de sol.

Toros así son peores que la peste o, cuando menos, son peores que los broncos, pues éstos los ve el público enseguida y el torero no tiene dudas del aliño que debe recetarles. Hay otros toros que se pasan de buenos y también plantean problemas, naturalmente de otro tipo. Con los toros buenos, el torero ha de ser más bueno aún -arcangélico, si es preciso- y afinar mucho la ejecución de las suertes.

Toros de éstos -no bravos, sí manejables- le correspondieron a Montoliú y le llevaron al fracaso en su presentación ante la cátedra madrileña. El hasta ayer excelente peón era un mal torero, incapaz de embarcar al natural la malva de la embestida del sexto, ni de cederle distancia al aplomadito que abrió plaza. Pareció que a Montoliú le cuesta desarrollar la técnica esencial del pase y que no la tiene del todo asimilada, ni de salón.

Incluso en banderillas, que es su fuerte, estuvo mediocre. Prendía el par de su especialidad, cuarteando en corto, y eso era todo. Una vez quiso variar, reuniendo por los terrenos de dentro, y tiró los pidos. Montoliú ha podido equivocarse cambiando de escalafón. Sería tina pena, pues en el de subalternos tíacía número, y de los primeros.

La corrida de Samuel Flores tenía trapío y hondura, mas no casta, ni fuerza, y deslució la fiesta. Los toreros estaban a disgusto con esitos toros, que pegaban el tornillazo al menor descuido. Emilio Muñoz tiró del segundo y le mandó en dos series de naturales instrumentados con ligazón y coraje; se dejó enganchar el trapo al intentar los redIondos, que le salían cuadrados y, habida cuenta del desaguisado, volirió al natural, ahora de frente, pero ya tenía perdido el temple. Al cuarto no se atrevió a ligarle los pases, puies el toro le echaba la cara arriba y en el último tiempo del muletazo arriagaba un gañafón, de propina. Emilio Muñoz procuró evitarse un sinisabor y esperó a tiempos mejores.

En cambio, asumió la función de director de lidia con todas sus consecuencias, mantuvo en el ruedo una colocación impecable y hasta bregó en toros que no le correspondían. Es un detalle. Con este detalle y aquellos apuntes, la afición ya tiene suficiente para alimentar sus ilusiones y hoy las llevará renovadas a la plaza. Además, hoy banderillean.

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