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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reagan y el SALT II

LA NEGATIVA a la ratificación por el Senado del tratado SALT II, que Carter y Breznev firmaron en Viena en 1979, con una validez hasta finales de 1985, fue uno de los temas centrales de la campaña de Ronald Reagan contra los demócratas. Sin embargo, una vez en la Casa Blanca, llegó a un acuerdo con la URSS para que cada país aplicase sus cláusulas mientras el otro hiciese lo mismo; así SALT II está, de hecho, vigente, incluso más allá de su plazo legal, y sigue siendo una barrera importantísima que limita el número de las armas nucleares estratégicos de las dos superpotencias. En estos momentos de gran tensión por los hechos de Libia, ha surgido en el seno de la Administración Reagan un conflicto serio con motivo del próximo lanzamiento de un nuevo submarino Trident con 24 misiles; para quedar dentro de los límites de SALT II, EEUU tiene que desmantelar dos de sus antiguos submarinos Poseidón. El secretario de Defensa, Weinberger; el jefe de la CIA, Casey, y otros altos funcionarios preconizan que no se tenga en cuenta el tratado SALT II; su criterio no se refiere solamente a este caso; quieren extenderlo a otros casos más o menos semejantes; su tesis es que no se puede tener ninguna confianza en los soviéticos y, por tanto, no sirve de nada llegar con ellos a ningún acuerdo; esta tesis llevaría, pues, a un rearme incontrolado; este sector de la Administración está convencido de que es el mejor camino para imponer una hegemonía norteamericana, que los soviéticos tendrán que aceptar.A pesar del peso que en estos momentos tiene ese sector supermilitarista de la Administración, todo indica que, en este caso, Reagan ha aceptado la posición del Departamento de Estado y ha decidido, al menos de momento, desmantelar los dos submarinos viejos. No existe aún una toma de posición oficial, pero coinciden en ese sentido todos los comentarios de Prensa, y Paul Nitze, enviado a varios países europeos para tratar este tema, ha afirmado en su conversación con Margaret Thatcher que Reagan cumplirá los límites de SALT II. Es cierto que el Gobierno norteamericano ha acusado a la URSS de haber cometido violaciones de dicho tratado, pero de un ámbito poco preciso. Si, en cambio, EE UU no desmantelase ahora los dos submarinos viejos, sería un gesto abierto de ruptura de un tratado que es hoy el único freno que evita una carrera aún más demencial en la acumulación de armas nucleares estratégicas; quizá con el tratado ABM, referente a los misiles antibalísticos y, por tanto, a la utilización del espacio.

Puede sorprender que el presidente Reagan, a la vez que muestra un desprecio total por el Derecho Internacional en otras acciones de su política exterior, tenga esta preocupación por no violar un tratado que ni siquiera está ratificado. Sin embargo, las razones de que Reagan, sobre este punto, se haya enfrentado con el ala extremista de su equipo, son bastante claras; por un lado, tiene un interés particular, de cara a sus planes agresivos en Libia y quizá en otros lugares, a dar alguna satisfacción a sus aliados europeos, a demostrar una actitud constructiva, al menos en cuestión de tanta trascendencia como la de las armas nucleares estratégicas; por otro lado, el desmantelamiento de los dos submarinos viejos parece tener hoy un valor militar escaso; es un gesto políticamente rentable y militarmente casi indiferente. Por otra parte, y sin duda es el aspecto más interesante, Reagan quiere a todas luces dejar abierto el camino para la reanudación del diálogo con Moscú, y concretamente para una nueva cumbre con Gorbachov en Washington. A los ojos de la actual dirección soviética, el tema de SALT II reviste, sin duda, una importancia mucho mayor que las acciones militares y actitudes agresivas de EE UU, que están causando tanta conmoción en la opinión mundial.

Conviene agregar que la predisposición de Reagan a cumplir SALT II en el caso de la sustitución de los Poseidón por los Trident, tal como lo ha manifestado a sus aliados de la OTAN, tiene un carácter muy provisional; en otoño, la entrada en servicio de bombarderos con misiles de crucero pondrá de nuevo sobre el tapete la necesidad para EE UU de eliminar ciertos armamentos si decide no romper los límites fijados en el tratado. Será una decisión con una trascendencia militar mucho mayor que la referente a la de los submarinos. La Administración Reagan ha dado a entender que lo que pueda ocurrir desde ahora a fin de año, incluido el desarrollo de la enventual cumbre Reagan-Gorbachov, tendrá una influencia decisiva en la decisión última sobre la actitud definitiva de EE UU sobre el cumplimiento, o no, de SALT II.

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