Virginia Betancourt
Adalid de la revolución del libro en Venezuela
La socióloga Virginia Betancourt muestra, sin pregonarlo, una inquietud social profunda. En el silencio de su esfuerzo de 30 años ha introducido una auténtica revolución en el mundo de los libros desde la dirección de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Seis millones de niños y adultos venezolanos se han beneficiado de sus programas informativos y culturales. Media decena de países suramericanos quiere sus programas para aplicarlos. El Gobierno español la ha invitado a exponer aquí los ejes de su política del libro.
Virginia Betancourt posee esa rara capacidad de generalización, tan difícil de hallar, por razones de discriminación cultural, en tantas mujeres. Cuando habla, sus argumentos se van trabando poco a poco, persuasivamente. Hija del que fuera pionero de la democratización suramericana y presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, con él pasó años de exilio y de tristeza durante la infancia. Fue en Costa Rica, uno de los destierros de su padre, donde nació Virginia en 1935.
Con el tiempo estudió Sociología en la ciudad norteamericana de Chicago. También pasó, exiliada, etapas de su vida en Chile, Cuba y Perú. Allí aprendió a conocer los problemas de los desterrados que por haber intentado aplicar ideas nuevas en sus países sufren persecución política. Aquella experiencia del exilio le otorgó la percepción real del sufrimiento humano.
Todo ello le permitió descubrir la necesidad de afinar al máximo los conocimentos de los demás y los suyos, contrastarlos hasta hacerlos invulnerables y con ellos, mediante su puesta al servicio de la mayoría, combatir la intolerancia, que acostumbra exiliar al hombre y al pensamiento, destierro tan hirientemente repetido en la historia de América.
Un quehacer vivo
Casada, madre de cuatro hijos, Virginia Betancourt siente la política como algo que no es propiedad de nadie, sino que es un tajo vivo, encaminado a hacer cosas útiles para el mayor número de personas. Su meta ha sido, reconoce, poner a disposición del mayor número de venezolanos el patrimonio cultural acuñado por los hombres, los colectivos y las instituciones desde el comienzo de la historia escrita.Ha tratado de llevar las bibliotecas a las calles, a los barrios y a los pueblos de las regiones apartadas, para establecer entre todos estos escenarios un hilo cultural vivo que diera al traste con la inmovilidad solemne e inútil de las estanterías intocadas, de la cultura estancada, del saber vampirizado por unos pocos estetas.
Fundadora en 1960 del Banco del Libro, en 1968 inició el primer ensayo de los servicios bibliotecarios móviles en barrios de Caracas. Tras haber desempeñado la secretaría ejecutiva y la presidencia del Banco del Libro durante nueve años, dirigió durante otros tres más la Biblioteca Nacional de Venezuela. Fue premio Internacional del Libro de la Unesco en 1978.
Desde estos cargos ha puesto la información y la sensibilidad adensada en los libros, en los servicios de documentación, en la música y en las manifestaciones culturales, al servicio de los más, mediante un tratamiento nuevo, integral, que la convierte en una herramienta útil para la construcción de una vida cotidiana mejor, de participación democrática informada del conjunto social.
Cualquiera que mire de frente a Virgina Betancourt sabe hoy que el sueño de su adolescencia, como el de tantos demócratas de Venezuela y de Latinoamérica, sigue vivo en su mirada: la virtud puede seguir siendo conocida por todos.
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