Póquer de ases en el Real
No es demasiado frecuente que a la beneficencia se unan el interés y la calidad cuando se ejerce a través de la música. Esta vez ha sucedido todo lo contrario: si el propósito de la princesa Irene, promotora de la obra Mundo en Armonía, se ha cumplido en su aspecto social, en el artístico hemos gozado de un concierto excepcional por muchas razones. Cantaba Alfredo Kraus, dirigía López Cobos, tocaba la pianista María Joáo Pires y se presentaba la Orquesta de Jóvenes de la Comunidad Europea.Es un sensacional conjunto de instrumentistas pertenecientes a los 12 países comunitarios. Son capaces, en muchos casos, de dar lecciones de entrega, agilidad, precisión y profesionalidad a muchos maestros que andan por el mundo, sosteniendo con pereza su violín y mirando, de hito en hito y, con cierto aborrecimiento, al atril correspondiente. Si existe un mal de atril, tal enfermedad es inconcebible en estos formidables jóvenes, que interpretaron a las mil maravillas a Stravinski o Giménez, Ravel o Vives.
Joven Orquesta de la Comunidad Europea
Director: Jesús López Cobos. Solistas: Alfredo Kraus, tenor, y María Joao Pires, pianista. Obras de Stravinski, Luna, Vives, Puccini, Donizzetti, Beethoven y Ravel.Teatro Real, 16 de abril.
Kraus es un genio
En cuanto a Alfredo Kraus, me parece, sencillamente, un genio. Me interesan mucho más los genios persistentes que los momentáneos, los de larga paciencia que los intuitivos. Kraus sabe todo lo que hay que saber de canto. Por eso, cuando le escuchamos se aleja de nosotros cualquier idea, ni siquiera aproximada, sobre su edad, esos 60 con los que anda a vueltas. Si su Romanza de Doña Francisquita fue igual o mejor que la de sus años mozos (por decirlo en libretista de zarzuela), su Furtiva lacrima y su Che gélida manina pusieron el entusiasmo de la audiencia del teatro Real al rojo vivo.Otro genio, esta vez del piano: la portuguesa María Joáo Pires. Su Segundo concierto de Beethoven es de maestra, por más que María Joáo adopte ese aire simpático y sencillo. Ni cabe mayor nitidez ni mejor criterio, ni es posible un sonido tan bello ni una austeridad tan medida y, a la vez, de tan intensa expresividad.
En fin, Jesús López Cobos, superando sus graves preocupaciones familiares, dio el salto de Alemania Occidental a Madrid y se comportó admirablemente en las colaboraciones con los solistas, para lograr también excelentes versiones de El pájaro de fuego y La valse. Ricamente matizadas, exactas de ritmo, contrastadas de dinámicas y bien coloreadas, las obras de Stravinski y Ravel completaron un programa -que presidió la reina Sofía- al que hubo qu e añadir un par de propinas: la segunda, una supervirtuosística lectura del intermedio de La boda de Luis Alonso; la primera, la deliciosa Circus polka, hallazgo genial del humor stravinskiano.
Babelia
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