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Mundo feliz

J. FERRATER MORA

La tesis es ésta: el planeta está escindido en dos grandes porciones. Una constituida por países con regímenes políticos llamados; más o menos adecuadamente, marxistas- vive, o tiende a vivir, en un mundo del que Orwell (especÍficamente, el Orwell de 1984) proporcionó una escalofriante caricatura. Otra formada por países con regímenes calificados, más o menos apropiadamente, de capitalistas- vive, o tiende a vivir, en un mundo del que Aldous Huxley (específicarnente, el Huxley (de Un mundo feliz) ofreció una burlona imagen.Con mayores o menores variarites, esta tesis; puede escucharse en numerosos congresos, simposios, conferencias. Puede rastrearse en multitud de artículos, ensayos, libros. Entre los últimos figura uno breve con el titulo obviamente ingeniado para divertir a los posibles lectores: Amusing ourselves t,o death. Puede traducirse literalmente por Divirtiéndonos hasta la muerte, pero esta traducción es un ejemplo más de la proverbial traición en que consisten las traducciones, por lo que cabe considerar otras posibilidades: "Divirtiéndose hasta no poder más", "Muriéndose a fuerza de divertirse", en el sentido en que cabe decir que uno puede morirse de tedio, de aburrimiento, de risa y hasta de amor. El autor del libro es Neil Postman y se le describe en la solapa como "especialista en comunicación" -lo que en otros tiempos se habría calificado de "crítico de la cultura".

La tesis es, por supuesto, tan simplista que no se puede tomar demasiado en serio.

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Para empezar, no es cierto que el planeta esté políticamente dividido de modo tan tajante. Los sistemas políticos que hay en el mundo, y las correspondientes formas de organización económica y social, son muchos y muy variados. Ninguno es, estrictamente hablando, marxista; ninguno es tampoco capitalista a machamartillo. Las tradiciones nacionales, y en algunos casos tribales, son de una variedad casi desconcertante. Ni siquiera es seguro que los países que el autor del libro indicado menciona como los más adecuados representantes de cada una de dichas porciones del mundo -la Unión Soviética y Estados Unidos de Norteamérica- estén tan por completo bajo el imperio, o siquiera la amenaza, del signo de 1984 o de Un mundo feliz, respectivamente. Las colectividades humanas son siempre más complicadas de lo que se piensa, o inclusive de lo que parecen.

Pero las tesis simplistas no son siempre desaprovechables. Contienen un adarme de verdad que tesis más complejas y completas dejan escapar a menudo.

En el asunto que nos ocupa, la verdad se reduce a lo siguiente: que en numerosos países aflora la tendencia a verlo todo, o casi, desde el punto de vista del entretenimiento. Lo que pueda entretener es bienvenido o bienquisto; lo que no, poco atractivo, mal visto y hasta sospechoso. Y esto ocurre no sólo en el mundo de "los espectáculos" -que, al fin y, al cabo, suelen organizarse para. mayor y mejor entretenimiente, del público-, sino asimismo en casi todas las actividades, incluyendo las antaño juzgadas más, graves, como la educación, la religión y la política. En la medida en que se equipare entretenimiento con felicidad, podrá decirse que se aspira a vivir "en el, más feliz de los muncios posibles". Un mundo donde quepa. divertirse, si no hasta la muerte (lo que bastaría para destruir la ilusión), sí cuando merios hasta la locura.

El libro antes mencionado es; en este respecto harto iluminador. Lo es más por los ejemplos que brinda que por las razones que aporta. Éstas son en muchos casos meras reiteraciones de las ya viejas apocalípticas advertencias de Marshall McLuhan: he-

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Mundo feliz

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mos pasado, o más bien saltado, del espíritu lineal al visual, de la reflexión a la curiosidad, de la tipografía a la electrónica, del libro a la, pantalla, del mensaje al medio, etcétera. Los ejemplos, en cambio, son transparentes, en buena parte porque nos son familiares, especialmente a través del medio de comunicación por excelencia entretenido: la televisión. Quien haya visto en la pequeña pantalla un anuncio comercial, la transmisión de las noticias del día, la discusión por varias figuras más o menos ilustres de algún problema. candente, la cara de un político defendiendo sus ideas, o sus intereses, o alguna combinación de ambos, sabrá perfectamente de qué se habla cuando se afirma que todo parece conspirar para dar la sensación de que se aspira a vivir en un mundo feliz. Pues aunque los ejemplos que acarrea el autor del libro referido proceden invariablemente de América, podrían hacerse extensibles, o atribuirse, a muchos otros países.

Lo más entretenido sería dar, o reproducir, ejemplos. Pero como sigue imperando en este diario la aburrida manía de razonar, daré por sentado que los -todavía- lectores saben a qué tipo de ejemplos aludo y me limitaré a poner de relieve tres rasgos de los mismos, estrechamente emparentados entre sí.

Uno es el constante esfuerzo para proporcionar una imagen cautivadora y atrayente de aquello de que se trate -sea un producto de consumo, una obra de arte, una ideología política, una creencia religiosa, etcétera.

Otro es el no menor esfuerzo realizado con miras a persuadir a cada uno de los miembros de esa vasta e informe masa llamada público que lo realmente importante en cada caso es el recipiente del supuesto mensaje. Como Neil Postman escribe a" propósito de los anuncios por televisión -pero algo similar cabría decir de muchas otras transmisiones-: "estos anuncios nose refieren a las características de los productos ariunciados; se refieren a la personalidad, o al carácter, de sus posibles consumidores". El teleespectador no ve tanto el producto como se ve a sí mismo consumiéndolo.

Un rasgo final, y acaso el más básico, es que lo importante no es tanto aquello de que se trata, sino su imagen -la cual es, a su vez, lo que el público espera de aquello de que se habla, o de aquellos de quienes se habla.

No hay duda de que algo de todo eso ha habido siempre en este mundo. Sería ilusorio pensar que los públicos de otros tiempos se fijaban únicamente en las cosas mismas o, en el caso de la política o de la religión, en las ideas o en los contenidos. Y si no, ¿por qué se daba tanta importancia a ritos y a ceremonias, a indumentaria y a boato, a disfraces y a máscaras? Pero lo que parece diferenciar aquellas épocas de la nuestra es que hoy aspiramos a que, más bien que convencernos, se nos divierta y entretenga. Aspiramos a ser ciudadanos de un mundo completamente feliz.

A este efecto lo mejor es saltar de una cosa a otra, a ser posible sin enterarse. No andaba desacertado Bernard Shaw cuando, de paso por Nueva York, se le llevó a ver, por la noche, los anuncios luminosos de Times Square:

Hermoso, muy hermoso, siempre que no se sepa leer".

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