Tiempos posheroicos
Éstos son malos tiempos para la épica, y no sólo para la lírica. Los héroes, el. sentimiento heroico que encarnaban, han muerto. Tras una larga agonía de siglos desaparecieron los últimos representantes de aquella raza de ángeles fieramente humanos, buscadores de verdad, belleza y bien, tan diferentes "a como son ahora los mortales" y que alcanzaban la gloria. sólo liras, vivir con celo.Se aflojaron aquellas cuerdas tensas entre lo divino y, lo humano, de las que, por sabia mano gobernadas, salían beethovenianos aspegios celestiales, aquíleas flechas justicieras o palabras punzantes y certeras como dardos. Perdieron pie en la cuerda floja los osados funambulistas vadeadores de abismos filosóficos con la sola percha, de su razón; se despeñaron desde las alturas del placer estético los autodisciplinados escaladores de cimas del espíritu por las regiones del vértigo goethiano; se destensó el arco de los aguerridos cazadores de pérfidos endriagos. Se extinguió la rara especie de los héroes. Y mientras ellos, pasados a mejor vida ciertamente, disfrutan en las islas bienaventuradas de la siesta eterna bien ganada, nostros, sus herederos universales sin merecerlo ni quererlo, hemos decidido pasar también directamente a una vida mejor y más libre de compromisos éticos y estéticos. "Hemos dado pasos de la ética de las ideas a la ética de las responsabilidades", como dice (embutiendo en las finas tripas de Weber el picadillo ideológico del gato por liebre, blanco o negro, pasado previamente por el chino) nuestro jefe de Gobierno.
No creáis, pues, que aquel caballero de estulta figura que, jinete sobre su Bocinante, arremete contra el rebaño de peatones sea por fuerza Don Quijote vuelto al camino, ni el Cid ese alcampeador que cabalga por la Vaguada al frente de su familiar mesnada. ¿Sería, acaso, présago de Sha kespeare el fautor de ese macbet hiano canto, lleno de ruido y de furia, cantado por un necio que proclama: "¡La cagaste, Bur Lancaster!" o "es que me pica un huevo?". ¿Irá para Bach ese joven virtuoso del tocata y fuma? ¿Redivive, oh quirites, Cicerón en aquel senador que hace eterno mutis en el foro, o en el que lanza su brillante quousque tandem "a nivel del planteamiento puntual de la problemática del tema..."? Esa heroica ama de casa siempre al pie del cañón en el "Fagor" de la batalla cotidiana ¿será Agustina de Aragón? ¿Dónde están tus pinceles, Botticelli?
No. Huelga el candil diogenépico. Lo que hoy se lleva son la ética y estética posheroicas de Pepi, Lucy, Bom y otros chicos posmodernos del montón, los nuevos y horteriles Roquentin, "K", UIrich y Bloom, cuyas búsquedas de verdad, belleza y bien se quedan en la "gozada" pacata del bocata, cubata, tocata y fumata, y Madrid me mata. Agotados del esfuerzo generacional de sus antecesores prometeicos encadenados al círculo vicioso rebeldía-represión, e indiferentes a la consigna mesoheroica de la reformageneración, optan por vivir apoltronados en el dulce y antiheroico triclinio de la devolición-disipación-disolución (si se tuviera que hacer el retrato robot frankensteico del poshéroe posrnoderno, tendría cuerpo dejota, cabeza de chorlito y pies para qué os quiero, e iría de negro por fuera y en blanco por dentro). Y no les habléis de héroes pasados o venideros, porque es responderán, citando a Turner (Tina, claro) que "we don't need another hero". Como diría Hölderlin, los héroes mueren cuando el entusiasmo muere, y entonces no queda sino proceder a su entierro.
El "pacto perverso"
Precisamente, uno de los signos de la decadencia en cualquier tiempo es el entierro apresurado de los héroes en los cementerios del espíritu ("Occidente es una tumba vacía", decía Kierkegaard), en la fosa común del desrecuerdo, convertida en osario de ideales y de sueños, y a la que sólo rinden culto el vano fuego
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fatuo de una cita a destiempo o el traslado furtivo de algún ilustre hueso. Olvidados los valores (no sólo los "eternos"), perdida la memoria colectiva, gastadas las tradiciones, albolidas las creencias sin que "el nuevo programa" proudhoniano esté hecho, se establece entre nosotros, como entre los demás europeos, grandes descrépitos de la historia cioranescos (y cyranescos), el "pacto perverso" de que habla Baudrillard. Ido a pique el contrato social basado en el consenso, y ahogado en el naufragio todo heroico sentimiento solidario, en el sálvese quien pueda y yo el primero, es el momento de oficiar la ceremonia de la concesión, concelebrada entre un poder permisivo, aunque inepto, y una sociedad que, a cambio, consiente su propio desgobierno. "Je vous laisse faire, laissez moi passer" sería el lema de ese pacto perverso, en el que señor y vasallo se arrojan a distancia su mutuo desprecio, o su indiferencia cuando menos. Y así como, bajo el "ancien régime", muchos ciudadanos se rebelaban contra "L'Etat c'est moi" autoritario, hoy la rebelión se internaliza y cada cual se encierra en el "yo soy mi propio Estado". Y los epígonos, desmovilizados, pasan de la lucha contra el poder en campo abierto a la nueva clandestinidad del subconsciente, esa tumba sin lápida del héroe en su recorrido desde Troya hasta la psicopatología, desde Tebas hasta el diván del psicoanalista, del alto ellos al bajo ego.
Quedamos, pues, en que el heroismo ha muerto. Lo cual podría no ser tan mala nueva, si admitimos que ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador y que hasta los héroes son monedas de dos caras, y no siempre, hybridas también ellos, caen del lado bueno. Pero conviene meditar con Carlyle y Nietzsche (que fueron más allá del simple culto al héroe de Foscolo, Leopardi y Brandés), y el propio Baudrillard, en que cuando todo sentido de lo heroico se pierde y el hombre medio se convierte en "animal de rebaño" manso y obediente es cuando surgen los "hombres de excepción de la más seductora y peligrosa especie". Mientras que cuando el heroismo se reparte democráticamente y todos somos pequeños émulos de héroes, nadie puede erigirse en el gran héroe. No hay gran pastor ni gran hermano que ose conducir una manada de lobos esteparios. Ayer fueron Hitler, Stalin, Mussolini y Franco quienes sedujeron a unas masas domesticadas previamente. Hoy, otros falsos héroes se erigen sobre los cadáveres de los héroes auténticos. Están los líderes carismáticos de que hablaba también Weber, truchimanes, charlatanes y chamanes, tipo Reagan, Juan Pablo II y Jomeini, prometedores de cielos mientras nos llevan al infierno. Y, algo más benignos, los líderes asmáticos, es decir, de corto aliento, ideológico y mental, que hoy abundan en nuetro medio mediocrático y cuyo mayor mérito es que, al no ser hombres de excepción ni seductores, tampoco son demasiado peligrosos, lo que les hace relativamente aceptables como parte contratante del pacto perverso. Ya Simónides de Ceos, anticipándose 25 siglos al espíritu de los tiempos posmodemos, se conformaba estoicamente con ser gobernado por "quien no sea malo ni intratable en exceso", aunque reconocía que era infinita la estirpe de los gobemantes necios.
Prometeo encadenado
Pero no todo está perdido, incluso el honor. Un rescoldo de esperanza en la resurrección del sentimiento heroico perdido nos lo atizan la psicología, la biología y la poesía. Freud y Jung nos dicen que en la inmensamente vieja psique que está en la base de nuestra mente se conservan, como remanentes arcaicos, la común herencia de la humanidad y de sus rnítos arquetípicos, no sólo los de Diana, Edipo y Narciso. Monod y Laborit afirman, por su parte, que todo hombre conserva en sí, en la estructura de sus proteínas y las moléculas de su cerebro, las huellas de su ascendencia, que marcan el camino recto cuando el hombre se desvía del "proyecto". Y el poeta comunista griego Yannis Ritsos, siguiendo a Kavafis, afirma que las tumbas de nuestros antepasados sabios y guerreros las llevamos todos dentro. Y es mejor que estén ahí, escondidas, a la espera de mejores tiempos, en que, "despertando de su largo sueño, se levante el alma de los hombres y volvamos a ser com.o los hijos florecientes de la Hélade", como quería Hölderlin.
Quién sabe. A lo mejor está Prometeo encadenado en ese ciudadano que hace titánicos esfuerzos sobre su "roca", condenado a purgar con el dolor de su vientre el pecado original de rebeldía y a tirar de la cadena eternamente; y en los hondones del chándal de aquel corredor dominical con pies de plomo yace un Aquiles, el de los pies ligeros; y un Edipo sin complejos, descifrador del enigma vital de la Esfinge, descansa en ese probo funcionario que hace jeroglíficos; y aquel idealista perseguidor impotente de quimeras acaso albergue un Belerofonte con su caballo alado en el desván de los recuerdos; un Atlas poderoso, el mozo de cuerda que soporta sobre sus espaldas mundos de otros; un heroico Teseo, aquel diputado que dormita apegado a su silla del olvido; un Hércules cansado a los pies de Onfalia, ese parado puesto al punto de gancho; y un taimado Ulises, ese padre de familia paralizado ante el televisor en su butaca-Itaca, con su pequeño Telemaniaco al lado... Y tal vez Antígona, Ifigenia, Hipólita, Electra, Diana se cobijan bajo las faldas de tantas madres, hijas, hermanas y esposas abnegadas.
Y, puestos a imaginar, imaginemos, ¿por qué no?, que de entre nuestros líderes asmáticos surge un Jasón que, sacudiéndonos la pereza, nos invita a recuperar la vieja ética-épica preweberíana de las responsabilidades en el servicio de las ideas, y a embarcarnos todos juntos en el Argo, aquella vieja barca colectiva de los locos maravillosos, para buscar, remo a remo y codo con codo, el alba de oro.
Bueno, y después de todo, pensándolo bien, qué más da, si ya es primavera en El Corte Inglés.
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