Gaddfi amenaza
UNA VEZ más, el coronel Gaddafi ha hecho unas declaraciones que suponen una injerencia absolutamente intolerable en un terreno que afecta a la soberanía de España y que corresponde a la exclusiva competencia de las autoridades de nuestro país. El viernes pasado, en un mitin multitudinario en Trípoli, ha pedido que España desmantele las bases de EE UU establecidas en su territorio y ha amenazado, en caso contrario, con atacarlas. No es la primera vez que el líder libio hace declaraciones de ese género. El abuso de amenazas apocalípticas, por otra parte, ha desvalorizado en buena medida los excesos verbales del coronel, si bien obtiene efectos de movilización y propaganda, sobre todo en determinados sectores de los pueblos árabes. Pero una respuesta de España era obligada: el ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, ha contestado a estas declaraciones diciendo que se trataba de "un lenguaje incomprensible e inaceptable", y recordando que las bases españolas no han sido utilizadas para nada en las recientes maniobras estadounidenses en el golfo de Sidra y que ni siquiera el Gobierno de Washington se había dirigido al de Madrid con una solicitud en tal sentldo, exigencia que figura en el acuerdo hispano-norteamericano para una eventualidad de ese género.En ese mismo discurso, ante masas entusiastas de sus partidarios, el coronel Gaddafi anunció la retirada de la VI Flota de EE UU de la zona del golfo de Sidra, relterando la versión de la propaganda libia, llena de invenciones y exageraciones, sobre estos hechos. En el capítulo de las advertencias y amenazas no se refirió solamente a las bases situadas en España, sino también a las de Italia, lo que ha sido motivo también de la correspondiente protesta del Gobierno italiano.
Pero la bravuconería de Gaddafi no ha buscado como objetivo una cuestión sin importancia. En realidad, tanto en Italia como en España, el problema de las bases norteamericanas es objeto de un debate importante entre las fuerzas políticas nacionales. En Italia, sobre todo después del incidente en la base de Sigonella en el pasado mes de octubre, en el que estuvo a punto de producirse un choque armado entre soldados italianos y estadounidenses, ha crecido mucho la preocupación suscitada por las bases. En España, en el reciente referéndum, uno de los puntos aprobados se refiere a la disminución de la presencia militar norteamericana. Sin embargo, cuando Trípoli pretende amenazar y hacer chantaje sobre una cuestión que afecta a la soberanía de dos naciones, lo único que provoca es el rechazo unánime e indignado de todas las fuerzas españolas, cualquiera que sea su actitud sobre el tema de las bases. Por mucho que su mente se deje turbar por locuras de grandeza, Gaddafi tendrá que convencerse de que sus amenazas sólo tienen efectos directamente contraproducentes.
Durante los recientes incidentes algunos Gobiernos europeos, como el italiano y el español, han manifestado su desacuerdo con las medidas militares llevadas a cabo por la Administración Reagan. El secretario de Estado, Shultz, en su reciente visita a Roma, ha reconocido la existencia de esas discrepancias, que no deben ser subestimadas en modo alguno por Washington. Si existiese en Trípoli un mínimo de capacidad para abordar de modo racional y político los problemas del Mediterráneo, lo lógico sería una valoración positiva de esas actitudes europeas. Pero ocurre todo lo contrario. En su fanatismo, Gaddafi lanza sus ataques, incluso sus amenazas, precisamente contra países que se han negado a, apoyar en este caso a EE UU. Ello confirma una vez más que en Trípoli predominan actitudes inspiradas por una demagogia sin fronteras.
Los desacuerdos europeos con EE UU se refieren por eso a dilucidar cuál sea la mejor manera de hacer frente al hecho trágico y peligroso de que un Estado importarite de África del Norte esté hoy dominado por un dirigente de esas características. Libia es hoy un factor de inestabilidad en el Mediterráneo. La pretensión de Gaddafi de fijar a su capricho el límite de las aguas territoriales, despreciando el derecho internacional, es inaceptable. Y no cabe tampoco ninguna duda de que de Libia salen, como mínimo, estímulos para el terrorismo internaclonal. Prueba de ello son los discursos amenazantes del coronel, que, si bien poseen escasa credibilidad en cuanto a su capacidad de emprender acciones bélicas ofensivas, contienen llamamientos a unas movilizaciones populares que, en el campo abonado del activismo islámico, caen como directas convocatorias a la acción terrorista.
Pero a la provocación de Gaddafi no se puede oponer una política de hostigamientos militares, de creación de sucesivos precedentes de intervención armada en el Tercer Mundo y de escalada de miedo bélico, sino una firme confianza en el derecho internacional y una paciente y sostenida actividad diplomática que tienda a eliminar los focos de tensión en vez de atizar el fuego de los coriflictos.
Las maniobras realizadas hasta la semana pasada por la VI Flota de EE UU frente a las costas libias contribuiyen, finalmente, a fortalecer a Gaddafi y a aumentar su poder de convocatoria y su influencia en el mundo ára.be. Aunque se trate sobre todo de demagogia verbal, las injerencias y amenazas del líder libio merecen una respuesta enérgica. Pero la evolución en el norte de África requiere, principalmente por parte de Europa, una política que exija el respeto, por todos, del derecho internacional y una comprensión de los problemas reales del mundo árabe que ayude a la consolidación de las fuerzas de racionalidad y moderación, frente a la ola fanática que Gaddafi se esfuerza por alentar.
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