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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revolución y piratería en la propiedad intelectual

LAS OPERACIONES policiales contra lo que se llama piratería de programas de ordenador tiene una eficacia fácil y al mismo tiempo engañosa. En numerosos centros urbanos, en mercadillos populares, la reproducción fraudulenta de cintas o discos tiene un tráfico continuo y barato, como sucede con los soportes de sonido o de imagen (casetes y vídeos), que no es más que una pequeña parte de un cambio radical en los conceptos de la propiedad intelectual.Se habla de grandes organizaciones clandestinas industriales y comerciales que están robando literalmente el trabajo de los programadores o de los autores artísticos y de quienes los adquieren legalmente para su difusión y explotación. Efectivamente estas organizaciones existen y contra, ellas cabe la acción policial y la persecución de los tribunales, pero hay un infinito intercambio doméstico de copias, que es el que suele aflorar popularmente, con infinidad de centros de distribución prácticamente incontrolables.

Los programadores de ordenador en todos sus aspectos, desde el micro hasta el profesional, han tratado por todos los medios a su alcance de hacerlos invulnerables, de protegerlos contra las copias. No lo han conseguido. Incluso han producido programas de copia -copiones- que anuncian en sus catálogos o en las revistas especializadas con una cierta hipocresía como aptos para hacer exclusivamente copias de seguridad con las que el usuario proteja su material, pero lo son en realidad para reproducir cualquier programa. La llamada piratería empieza muchas veces en estas mismas casas o en sus distribuidores y vendedores para vencer la resistencia del nuevo usuario, que, en efecto, se detiene muchas veces ante la compra de un ordenador, sobre todo de los llamados personales, a pesar de que están reduciendo sus precios y haciéndose bastante asequibles, por el coste posterior de los programas. Se constituyen clubes, asociaciones o círculos de usuarios que se intercambian programas o copias de programas: es un principio de la piratería, pero no más delictivo que el acto de intercambiar copias de vídeos o de casetes musicales; comportamientos que, aun perseguidos, ya han entrado en la costumbre.

Lo que se cobra en los programas originales, y suele ser un precio bastante elevado, no es valor material: los soportes son baratos, y las copias, instantáneas. Se cobra el trabajo intelectual de la creación del programa que a veces representa un esfuerzo de años. En estos precios se incluye ya la existencia de piratería: se basan en una venta rápida y directa a los interesados por la novedad del programa y que en poco tiempo pueden amortizar los gastos. Pero a partir de este tiempo, es sabido que cunden las copias clandestinas. Incluso, cada vez más, los plazos de venta directa se consumen rápidamente y las copias funcionan casi desde el primer día. Es el mismo calvario que sufren el cine, la televisión, la música y los libros, incluso la moda y el diseño. Las técnicas de reproducción ya no pertenecen a grandes industrias, sino que están al alcance de todos, y se afina día a día más las técnicas domésticas de forma que la calidad de reproducción sea aceptable.

Las ideas que brotan para impedir estos hechos son precarias. Sobrecargar el precio de los soportes o de los aparatos de reproducción para cubrir así los derechos burlados, encuentra la oposición de los fabricantes temerosos de ver reducido el mercado. Por otra parte, la posibilidad de aumentar las protecciones o de introducir sistemas que hagan imposible la copia se ha revelado insuficiente.

Sin embargo, los derechos del autor y del difusor legal no sólo son justos desde un punto de vista meramente material de legítima propiedad, sino por su condición de estímulo a la creación, por su condición de progreso social. La posibilidad de que estos estímulos sean pagados mediante impuestos, como se está haciendo ya en algunos sectores artísticos, es desaconsejable puesto que con ello se deja el control en manos políticas. Los organismos de protección de autores y difusores claman continuamente por un aumento de la penalidad contra los infractores; tienen razón, pero no bastará. La llamada piratería entra cada vez más en el ámbito privado y no en el público. Ofrecen el bien teórico de la difusión del conocimiento y de la cultura para quienes no tienen los medios de adquirirla a sus precios reales; la contrapartida es, como queda señalado, que se sequen las fuentes de producción.

La revolución de los conceptos de autoría y de creación alcanza al mundo entero. La pequeña piratería de los mercadillos apenas tiene repercusión en este gran vuelco de una forma de propiedad, que necesita rápidamente soluciones imaginativas.

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