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Tarde gris

Plaza de Las Ventas. 16 de marzo

Novillos de Francico Segura

Navarro, aceptables de presencia pero faltos de fuerza y bravura. Antonio Mondéjar, silencio y silencio. José Luis Bote, silencio y silencio. Juan Rivera, petición y vuelta, vuelta.

Pocos espectadores -muchos de ellos japoneses- en la novillada de ayer en Las Ventas. Los nativos que se quedaron en casa o se fueron a la discoteca no perdieron gran cosa: a la hora del paseo, el sol radiante de la mañana estaba cubierto de nubes, y por el coso desfilaron reses que dieron poco juego. Lo más destacable de la tarde fue la actuación de Juan Rivera, que demostró oficio y casta.Francisco Segura Navarro, vecino de La Carolina (Jaén), mandó un encierro no apto para el lucimiento. Casi todos los bichos entraron al ruedo buscando la salida, huyendo de los primeros capotazos o sin emplearse en las embestidas. Pelearon poco en el primer tercio -nueve varas y cuatro picotazos- y llegaron a la muleta probones, con media arrancada o parándose en el centro de las suertes; terminaron quedados, tirando derrotes o buscando el bulto. Estas condiciones negativas fueron agravadas por su falta de fuerzas -varios se cayeron o se resintieron de los cuartos traseros- y la habitual manera de los varilargueros de herir atrás y en los bajos. Durante los últimos 23 años, esta ganadería ha tenido ocho dueños distintos, uno de ellos con nombre tan sugestivo como Sociedad Anónima Membrillar San Juan. Otra tarde como la de ayer y el actual propietario también podría ir pensando en deshacerse de la vacada.

El cartel iba encabezado por Antonio Mondéjar, de Murcia, nuevo en esta plaza. El chaval demostró ganas de agradar y poco más, aunque en vista de las condiciones de sus dos enemigos y los lógicos nervios en fecha tan señalada, no hay que juzgarle con excesiva severidad. Brindó su primer toro al público, no sabemos porqué, para trastearlo sin dominio, a la merced de la res, y matar mal, de tres pinchazos y una estocada. A su segundo le instrumentó algún aceptable pase, intercalando lances de rodillas en los momentos de incertidumbre. Mondéjar debe intentar quedarse más quieto y citar con menos retorcimiento. Antes de volver a la Corte, le conviene un rodaje por plazas de provincias.

El madrileño José Luis Bote, que tiene cartel en su tierra desde sus comienzos como aventajado alumno de la Escuela de Tauromaquia, tampoco pudo lucirse ante semejante ganado. En su haber, la manera muy torera de llevar a su primer novillo al caballo; estuvo toda la tarde voluntarioso, seguro dentro de las mínimas posibilidades que le dispensaban sus dos enemigos e instrumentó algunos lances y pases sueltos de calidad. En su debe, los dos bajonazos que propinó. El público le obligó a banderillear a sus dos toros; Bote con los palitroques no es más ni menos vulgar que la mayoría de los matadores-banderilleros.

Juan Rivera, nacido hace 151 años en Elda (Alicante), se despedía del público de Madrid como novillero. No le habíamos visto antes, pero dadas las pocas posibilidades del ganado -y es preciso volver a insistir en esto- demostró oficio y personalidad; puede funcionar en el escalafón superior. Rivera intentó hacer bien el toreo y, cuando esto resultó difícil, se quedó quieto, juntó los pies y templó las medias embestidas con un toreo efectista que llegó al tendido. Mató muy bien a su primero, dejándose ver y recreándose en la suerte, lo que le valió una fuerte petición de oreja y, al presidente, una bronca por no concederla. A su último, que no merecía tan buena muerte, lo liquidó con una espada arriba, también volcándose con fe.

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