El referéndum, los intelectuales y TVE
LAS CENIZAS del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN tardarán en enfriarse. Un poso de acritud ha quedado prendido en amplios sectores de la opinión política, a la izquierda y a la derecha del partido socialista, pero también un cierto aire de frustración, pese a la victoria, en el interior de éste. Muchas son las causas de una digestión de los resultados que, a los pocos días, se percibe llena de acidez. Pero dos de ellas parecen especialmente relevantes. La primera es el comportamiento de intelectuales y artistas. La segunda, el de Televisión Española, acelerándose a lo largo de la campaña en la directa sumisión a los intereses del Gobierno y contribuyendo con ello a la crispación de unos y otros.El fenómeno colorista fue la profusión de manifiestos suscritos por intelectuales, partidarios del sí y el no. Atraídos por la importancia de la decisión que se planteaba y consternados, seguramente, por el temor de que el pueblo eligiera indebidamente orientado, grupos de profesionales de las artes, la ciencia, la filosofía o el periodismo se han sentido llamados a guiar las conciencias. Más allá de la información y de la contemplación de las posiciones políticas, los manifiestos de intelectuales vinieron a dar credencial a unas u otras posiciones, avalándolas con el mero prestigio de sus nombres. Con ello han desempeñado el papel de los antiguos ilustrados" dando por seguro que en sus proclamas pesaba ante todo el uso de la razón, pura o práctica, pero siempre desinteresada e independiente de mediaciones partidistas.
El papel de estos manifiestos ha sido representado con tal coherencia dramática que incluso, al final de la función, unos y otros se han abrazado en un comunicado conjunto, donde se congratulan de la correcta celebración del acto refrendatario y de la recíproca buena voluntad que les llevó a propugnar una u otra clase de voto. En definitiva, vinieron a decir, a todos y cada uno les guiaba el mismo espíritu de buscar lo mejor para los españoles y la paz del mundo. Resulta impredecible cuál haya podido ser el efecto de estas proclamas. En cualquier caso, se convirtieron, a partir del renombre de los firmantes, en una candente animación de mesas y sobremesas, provocaron enemistades circunstanciales y, como fue tónica general, un buen surtido de interpretaciones y malentendidos. Desde el punto de vista individual, quizá este descarte de determinados nombres que revelaban su decisión de voto, haya ayudado, dentro de los círculos afines, a superar dosis de mala conciencia y vacilaciones ante las urnas. Desde el análisis del espectáculo social parecía un entremés lleno de sorpresas, jugueteos y ansiedades. No pocos han recibido su nueva credencial de intelectuales firmando estos manifiestos. Esperemos, en cambio, que ninguno de los que ya lo eran la haya puesto en riesgo.
Sin embargo es probable que el Gobierno no esperara grandes efectos del apoyo, espontáneo en general, de los escritos firmados por intelectuales. Por eso lo fió, desde luego, a la labor de Televisión Española. En la línea de actuaciones de TVE como instrumento oficial, la temporada del referéndum ha ofrecido una abundante y sofocante cosecha. Hurtando una completa información sobre la cuestión fundamental puesta a debate, TVE ha incumplido su deber primordial de servir a la sociedad entera. En su lugar, prácticamente sólo existió la propaganda. Lejos de contribuir a facilitar elementos para hacer entender a un público muy necesitado de ello qué era la OTAN y la política de bloques, el planteamiento del equilibrio defensivo mundial y el papel de España en todo ello, su obsesión ha sido lograr que no faltara el rostro del presidente o de algún elevado representante socialista a la hora de la cena. No hubo coto a la manipulación: incluso la entrevista publicada el pasado domingo por EL PAÍS con una fotografía que mostraba a Felipe González con cara preocupada fue trucada hasta el extremo de cambiar dicha foto por otra del primer mandatario sonriente y feliz. ¡Y en colores¡ Pero este periódico -salvo El País Semanal- no se imprime en color. Ese mismo domingo, por la noche, mientras Gerardo Iglesias y Fraga fueron tratados con rigor por los periodistas de la televisión estatal, el mismo quinteto cuidó de no herir la sensibilidad del presidente. Dos ejemplos de los muchos que podrían ofrecerse como prueba de que el monopolio del poder vuelve serviles a las gentes.
No es un mal de las personas, sino estructural, y algo tiene que ver con la propiedad de medios de comunicación por parte del Estado. El mismo Gobierno que se apresuró a la disolución de la antigua Prensa del Movimiento comenzó a editar inmediatamente después revistas, publicaciones de todo tipo para su autoelogio y propaganda, incluso para combatir-a la Prensa privada en los temas, departamentos o ministerios que pudieran creerse desfavorecidos. Y acentuó el carácter de servicio de Televisión. No ha ayudado en nada la profesionalidad dentro de esa casa. Por el contrario, sus remociones continuas y su sistema de premios y castigos han ido creando un clima de inseguridad que afecta a la independencia de todos. En situaciones como ésta, donde la angustia desbordaba con creces lo normal, el trabajo a presión ha alterado todos los presupuestos. Detrás de cada periodista en la pantalla había un fantasma de cese, de traslado, de invalidación, una factura de amistad, de compañerismo o de complicidad. El resultado ha sido el que ha sido. Y es más que preocupante para la libertad de expresión cara a las elecciones andaluzas y a las generales de este otoño.
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