Ecos de la tortura

Claudia fue torturada en su país se trasluce que es Argentina-; llegó a denunciar a sus camaradas; tuvo una morbosa relación sexual con el torturador -como en Portero de noche-, el cual huyó con la hija que Claudia había tenido con uno de los jefes de la resistencia.Vive ahora la mujer de esta historia en Madrid, con otro nombre, casada con un español; y atormentada por su pasado, traumatizada: masoquista, descentrada, aterrorizada, decidida al suicidio...

Pero entre su paciente esposo, su amiga pintora y sus viejos compañeros, recupera el equilibrio y parte a su país, ya liberado, con su verdadero nombre, dispuesta a recuperar a su hija.

Jorge Díaz, el autor de El cepillo de dientes, no cuenta esta historia en su obra Dicen que la distancia es el olvido... por el orden cronológico en que aquí aparece, sino con teatralidad, graduando las revelaciones y preparando las sorpresas, buscando efectos, mezclando las escenas sexuales fuertes con las alusiones al exilio español de los sadacas.

Real y verosímil

La narración en sí es folletinesca, lo cual no quiere decir que no sea real y verosímil; la teatralización le da el mayor tono de melodrama. Dentro de la calidad literaria de su autor -se nota la escritura bajo el diálogo- y de la entereza de sus ideas.Claudia es un papel difícil, por la extremosidad de sus situaciones y por el texto literario, y Gabriela Hernández lo deja vivir y vibrar, conteniéndolo en lo posible, dentro de una actuación loable, secundada por Liz Ureta. Nacho Novo hace un papel de chulillo también muy difícil. Y Roberto Villanueva lo dirige todo dentro de la posibilidad de los medios.

En la representación del jueves 27 de Dicen que la distancia es el olvido..., de Jorge Díaz había en la Sala Cadarso ocho espectadores. Es poco justo.