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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El British American Hospital

Soy la última paciente (y creo que la veterana más habitual) que queda y quedará hasta el próximo día 28, fecha fatídica del cierre, inevitable según dicen.Me toca muy de cerca y muy adentro: en casi todas mis averiadas vísceras, órganos, aparatos, sistemas y demás jerarquías anatómico-fisiológicas. Y además me toca afectivamente. Desde 1978, fecha en que se incorporó al numeroso y prestigioso personal médico de la casa el gran internista Rafael Lozano Guillén, médico principal de ASISA (mi seguro médico), pasaba internada aquí dos o tres temporadas anuales, unas veces por cuenta de ASISA y otras por mi propia cuenta, tan escueta, la pobre. (Pedro, Montoliú, en su informe sobre el problema, publicado en EL PAÍS del día 21, me asigna como único ingreso las 29.800 pesetas de pensión que cobramos este año [nos han subido un 8%] los escritores en la más o menos honrosa compañía de otros mínimos: los toreros, los artistas de espectáculos y los representantes de comercio -el menos se refiere a los toreros, no por los toreros mismos, sino porque pertenezco a la parte de los españoles para la que los toros no son la fiesta nacional, sino una de las vergüenzas nacionales.)

Aunque EL PAÍS haya informado dos días seguidos sobre las razones del cierre inminente de esta preciosa clínica, no puedo menos que hacer el grandísimo esfuerzo

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de añadir lo que sabe, lo que piensa y lo que intuye en la más clara lógica una paciente habitual durante nueve años (ya desde julio de 1984, como internada permanente). Durante mucho tiempo, ni yo ni nadie que viniera a una clínica llamada British American Hospital, con mucho más personal que camas (25), dudábamos que esto lo sostenían en parte los dos poderosos Estados que le dieron el nombre. Y como de cuando en cuando el sótano se llenaba de grupos de cubanos anticastristas que, camino de Miami, daban el pequeño rodeo de venir a buscar en el British American Hospital el visado sanitario que les permitiera entrar en el aséptico EE UU; y como un español que fue muchos años profesor de la universidad de Nueva York aseguraba que la CIA estaba camuflada en España hasta en los lugares más insospechados (por ejemplo, una revista literaria) sin que éstos lo supieran, y como todo el mundo sí sabe que, en efecto, la CIA está en todas partes, usurpando el don de ubicuidad que el catecismo del padre Astete atribuía a Dios (y también lo tendrá el diablo, léase la CIA), yo estaba convencida de que el déficit de este precioso hospital, rodeado de un hermosísimo parque típicamente inglés Gardineros ingleses fueron sus autores), era un ínfimo renglón en los enormes presupuestos del Reino Unido y de EE UU, pagadero a través de sus respectivas embajadas. Los portavoces de las mismas han declarado a los periodistas de EL PAÍS que no, que esta clínica no depende de ellos, aunque añaden la contradicción de que, en cumplimiento del contrato fundacional, ambos embajadores son presidentes honorarios del BOARD, comité directivo, formado exclusivamente por ingleses y norteamericanos, y que manda aquí, y por tanto es responsable de la pésima administración del hospital. Esta declaración de los portavoces de las embajadas me parece sencillamente vergonzosa y vergonzante.

Si los dos poderosos Estados titulares no tienen ninguna responsabilidad en lo que pasa en esta ya vieja y prestigiosa institución, ¿por qué permiten que se siga llamando British American Hospital y por qué en el hermoso hall de la entrada sigue campando de frente un gran retrato del embajador iiorteamericano Stanton Grifitts, iniciador del hospital, y en la pared de enfrente de la puerta de entrada continúan los retratos de los reyes de Inglaterra y del horrible presidente Reagan?

En mi manía de encontrar a todas las cosas una explicación lógica, o por lo menos vero símil, aunque sea tan lamentable e indignante como lo es en este caso, he llegado a la conclusión de que esta pequeña y prestigiosa clínica, para el Reino Unido no es precisamente Gibraltar y no vale la pena incluir en sus enormes presupuestos el invisible número de libras que costaría mantenerla, ni es para EE UU la base de Torrejón de Ardoz.

¿Qué les importa a una y otra potencia que el personal vaya a engrosar el grave paro laboral español? Y mucho menos, claro está, la orfandad hospitalaria y el consiguiente estrés psíquico de los pacientes habituales y de los potenciales, casi todos españoles -pecata minuta-, algunos de los cuales hemos llegado a querer como cosa nuestra estas preciosas paredes cubiertas de yedra, este hermosísimo parque de puro estilo inglés (ingleses fueron quienes lo realizaron)?

Reparo que he subido muy alto en la explicación del brutal cierre del B. A. H. o H. A. A. Asunto tan minúsculo no ha podido llegar a la señora Thatcher ni a su ministerio correspondiente. Seguramente, la resolución, no solución, habrá quedado en la burocracia diplomática media de la Embajada Británica y en los equivalentes funcionarios diplomáticos de EE UU, en relación con la incapacidad y el desinterés inenarrables del actual BOARD del B.A. H. (en español consejo o comité directivo del British American Hospital).-

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