Potugal vota al 25 abril
UNO DE los pronósticos que, al menos a la celebración el pasado 26 de enero de la primera vuelta de las presidenciales portuguesas parecía de los más claros en la historia de las elecciones contemporáneas, ha saltado hecho añicos. El ex primer ministro socialista Mario Soares, candidato de la izquierda disciplinadamente unida, ha derrotado al conservador Diogo Freitas do Amaral en los comicios de ayer a la presidencia portuguesa.Algunas importantes conclusiones parece que se pueden sacar de la ajustadísima pero no por ello menos satisfactoria victoria de Soares. Primero: la formidable disciplina de los votantes izquierdistas, no sólo los del partido comunista -para los que Soares ha sido siempre el espantajo de la reacción, camuflado tras unas siglas hortorables-, sino de los eanistas, los socialistas en disidencia varia y los partidarios del radical romanticismo de una candidatura como la de Maria Lurdes Pintasilgo; segundo: La polarización visible de un electorado que, en una gran medida, más que votar por Soares ha votado contra Freitas. Los pactos, las resignaciones y los convencimientos de que los males se jerarquizan en fundamentales -Freitas- y secundarios -Soareshan servido para fraguar una circunstancial unidad en tomo a la figura que a priori parecía la menos indicada entre los líderes de la izquierda para suscitar baluartizaciones de su electorado; finalmente, pero no por ello menos importante: Ese electorado contrario a la candidatura de la derecha representada por un hombre cuya conversión a la democracia es posterior a la revolución de los claveles, ha votado en Soares no solamente a quien unificaba en la coyuntura el voto de la izquierda, sino al hombre asociado al 25 de abril de 1974, el movimiento nacido del Ejército que trajo la democracia a Portugal. Se ha cumplido así la optimista profecía de Soares: pase lo que pase, la mayoría. en Portugal sigue siendo de izquierdas, pero, además, de una manera particularmente apegada al significado de aquella revolución floral e incruenta en la que la dictadura más longeva de Europa fue arrinconada de un breve culatazo.
La campaña de los dos finalistas de la primera vuelta se había basado en una contraposición de sus figuras políticas respectivas, que exageraba sus divergencias por encima de sus afinidades. Freitas habría querido mantener la elección en el terreno del nosotros somos distintos a los demás candidatos, subrayando el carácter democrático moderado que atribuía a Soares y que cree representar él mismo mejor que nadie en el panorama político portugués y arrojando a los perdedores de la primera vuelta -Salgado Zenha y Maria Lurdes Pintasilgo- a las tinieblas exteriores del radicalismo, del procomunismo y del descalabro seguro para Portugal si hubieran sido elegidos. Freitás obraba así convencido con excelentes razones de que a moderado a él no le ganaba nadie y que ese perfil endosado a su rival socialista le condenaba irremisiblemente a la derrota. Mario Soares, por el contrario, debía crear en su campaña la imagen de un hombre capaz de reconciliarse con la izquierda cuyo voto precisaba, marcando los alejamientos del candida tó conservador pero sin caer en un nuevo radicalismo que no sena compatible con'su pasado, ni le habría he cho otro servicio que el de restarle votos centristas.
El hecho de necesitar a los comunistas pero no poder permitirse el lujo de tener ninguna familiaridad con ellos hacía ese ejercicio sobre el alambre especialmente complicado. Nuevamente la capacidad de Soares para pulsar esa fibra no sólo sentimental sino perfectamente realista de la izquierda portuguesa, presentándose como el único que podía preservar el espíritu del movimiento renovador y democrático de hace casi doce años, es uno de los grandes factores que han marcado la diferencia entre la victoria y la derrota. El espectáculo del cantante José Afonso, autor de la sintonía revolucionaria de aquel 25 de abril, Grandola Vila Morena, sumándose, pese a estar aquejado de una grave dolencia, a la campaña, para salvar la herencia de un recuerdo, habrá tenido su importancia simbólica para mucho votante con memoria.
Nadie tiene que llamarse, sin embargo, a engaño -y un político tan avezado como Soares, menos que nadie- sobre la verdadera naturaleza de ese triunfo. Una mayoría de los portugueses no ha rehecho la unidad de la izquierda en un transporte de alegría comparable a las jornadas florales del 74, sino en una especie de convicción de retaguardia de que sólo la unidad podía impedir que Freitas pusiera un posible punto y aparte a todo lo conseguido con la revolución de los claveles. El nombre de Soares figura noblemente vinculado a la historia de la lucha contra la dictadura salazarista y, por ello, pertenece también a la historia de las jornadas,de abril, en tanto que la personalidad democrática de Freitas es una creación ex novo, posterior al derrocamienio de Caetano. Esos votantes, por tanto, han dicho no al cambio dentro del cambio, lo qué hubiera sido la conclusión de un período político en el que Portugal ha tenido en la presidencia -a través de Costa Gomes en la fase provisional y de Eanes en la plenamente constitucional- a personalidades de izquierda vinculadas a la fecha revolucionaria. La victoria de Freitas habría supuesto un cambio radical de esa perspectiva.
En ese terreno siempre diricil de las relaciones entre presidencia y jefatura de Gobierno, sin olvidar la preeminencia ejecutiva que en el ordenamiento político portugués corresponde al primer ministro, cabría apuntar finalmente que el electorado portugués ha dado ahora la presidencia a un socialista cuando en las legislativas de octubre pasado dio el triunfo al socialdemócrata Aníbal Cavaco Silva. Con problemas y todo, parece que es ésta una forma de equilibrar con, una sutil aritmética los dos platillos de la balanza.
Pese a las diferehcias de talante de los dos hombres e incluso de los recuerdos emponzoñados que pudiera suscitar en Soares la participación de Cavaco en,su caída de la jefatura de Gobierno, las pnmeras declaraciones de ambos permiten esperar que no haya intransigencias invencibles, en un momento en que Portugal enfrenta su integración en la CE con el primer presupuesto moderadamente expansionista de los últimos años, empieza a recoger los frutos de la política de saneamiento económico de la última, fase del mandato del propio Soares, y se encuentra, además, con el regalo de la caída del crudo. Sobre ese marco se dibujan ciertas afinidades centristas entre los dos políticos, por encima de su afiliación a diferentes grados del centro-izquierda. Esas afinidades mediocampistas son las que han obligado a una formidable demostración de disciplina a una opinión polarizada, factor que, unido a una memoria que el pueblo portugués no quiere dejarse arrebatar, ha hecho que Mario Soares sea elegido presidente de Portugal.
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