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Una obra de teatro de gran éxito en Moscú condena el deseo de emigrar de los judíos

Pilar Bonet

La emigración de la URSS es presentada como una tragedia , una cobardía y una traición en una insólita obra teatral que aporta nivel artístico y un mayor grado de complejidad y sutileza a la propaganda -a menudo primitiva- contra la emigración de los judíos soviéticos a Israel. Calle de Sholom Aleijem, 40, que se representa actualmente en el teatro Dramático de Stanislavski, de Moscú, bajo la dirección de A. Tovstonogov, hace llorar al público y constituye el espectáculo de más demanda en la cartelera moscovita, precisamente cuando se baraja la salida de la URSS del disidente judío Anatoli Charanski.

Charanski, condenado por traición al Estado en 1978, era un otkaznik, como se denomina a quienes les ha sido denegada la petición de emigrar, en número muy superiora los algo más de 1.000 judíos que consiguieron visado para Occidente en 1985.En Calle de Sholom Aleijem, 40, el problema no son las dificultades de quienes se quedan contra su voluntad en la URSS, sin su trabajo y marginados prácticamente de una sociedad donde ya no pueden integrarse y de la cual no pueden marcharse tampoco. El tema es la tragedia familiar ocasionada por dos hermanos, Boris y Lonia, quienes viviendo confortablemente en Moscú, como físico el uno y médico el otro, deciden emigrar a Israel en nombre de unas afinidades patrióticas y culturales que la obra pone en duda."Ésta es nuestra misión cultural", "éste es nuestro deber ante la memoria de las víctimas del nazismo", dice Lonia, que aparece después como alguien cuya principal motivación es el dinero. Pese a su declaración de principios, Lonia no quiere ir a Israel sino a Estados Unidos, adonde, por otra parte, se calcula que van prácticamente la mitad de los judíos soviéticos que salen teóricamente hacia Israel. Aparentemente, ninguno de los personajes tiene dificultad para conseguir visado de salida.La acción transcurre en Odesa, en la casa de Semion, un anciano que participó en la guerra civil, y su esposa, Rosa. Son los padres de Boris y Lonia, que han venido a la casa familiar -proyectada sobre un patio que da vida a la escenapara comunicar su decisión de partir. Por razones afectivas, Rosa se suma al grupo. Semion los condena como traidores a la patria; pero, condenado de lo contrario a la soledad, les sigue a la emigración. Un vecino -ruso- se lo reprocha y le echa en cara haberse dejado arrastrar por unos hijos desagradecidos a unos países capitalistas que antes habían atacado.

Un bufé antisoviético

Pese a que hay quien tiene familiares emigrados residentes en el barrio ruso-judío de Brooklyn (Nueva York), los vecinos se niegan a aceptar el bufé de artesanía de la familia, alegando que es antisoviético. La abuela Rosa, para quien el bufé está ligado a la unidad familiar, protagoniza un largo monólogo abrazada al mueble. Y ése es elmomento de mayor intensidad, cuando el público se apresura a sacar pañuelos. Cuando los vecinos consienten en aceptar el bufé es demasiado tarde. Semion se tira por el balcón y se mata. La abuela renuncia a marcharse y confia en que los vecinos -el patio- no la dejarán abandonada, pues ya no tiene ni pasaporte, ni ciudadanía, ni piso, ni enseres, ni familia. Los hijos, temerosos de perder el avión y los billetes, se marchan rápidamente dejando tras sí el cadáver del padre y un hogar destrozado.La Prensa soviética califica la obra como una creación "aguda, mo derna y de carácter político social".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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