La idelogía de los vuelos espaciales
LA TRÁGICA explosión del Challenger ha provocado una profunda conmoción en la vida de EE UU y ha dado lugar a que vuelva a surgir una serie de discusiones, en el plano técnico, presupuestario e incluso ideológico, sobre los vuelos espaciales. Para 1986 estaban previstos 15 vuelos de transbordadores con misiones de diversa índole, el doble de los que tuvieron lugar en 1985. En julio, el transbordador Discovery debería poner en órbita un satélite de información militar considerado de particular importancia por el Pentágono. Todo este programa ha quedado temporalmente suspendido, y no es pronosticable cuándo serán tomadas las decisiones para su reanudación.Lo primero que ahora se discute es la necesidad o no de los vuelos tripulados. Una escuela científica mantiene que los sistemas mecánicos pueden realizar, sin la presencia de seres humanos, los experimentos científicos más importantes. Un rotundo ejemplo han sido las impresionantes fotografías de Urano realizadas por el Voyager, y que han permitido en unos minutos conocer más sobre ese planeta que durante siglos de observación desde la Tierra. Incluso en el terreno de los satélites de comunicación, EE UU tiene que hacer frente a la competencia -al menos para cierto tipo de satélites- del lanzador europeo Ariane, de coste inferior y sin tripulantes.
En la NASA, sin embargo, han prevalecido hasta ahora las tesis favorables a los vuelos con seres humanos. Al margen de la consideración científica sobre la necesidad específica de mentes humanas en las naves espaciales para determinados experimentos, conviene tener en cuenta que tanto en EE UU como en la URS S lo que se está desarrollando es una intensa campaña ideológica que tiende a convencer a los habitantes de la Tierra de que su futuro está en el cosmos. En ese orden, la presencia de la profesora Christa McAuliffe en el Challenger tendía a estimular entre los escolares norteamericanos la idea de que el espacio es la gran aventura que debe alimentar sus sueños y sus esperanzas de futuro. En septiembre estaba previsto enviar a un periodista al espacio, y más tarde, a artistas, poetas, bailarines... En un artículo defendiendo la necesidad de vuelos habitados, The Economist, de Londres, lo argumenta en los términos siguientes: "Si algunas de esas personas son escogidas como símbolos, no se puede negar el valor del simbolismo... Los contribuyentes no apoyarían un programa espacial que les negase el espectáculo entusiasmante de seres humanos que se mueven liberados de la gravedad a gigantescas distancias de la Tierra".
Pero la discusión sobre la presencia o no de seres humanos en los vuelos espaciales deja de lado los problemas más fundamentales. Casi ningún comentarista niega la conveniencia de proseguir las investigaciones científicas en el espacio. Es indiscutible que, en aspectos de suma importancia, incluso para la medicina y el conocimiento de las riquezas de la Tierra, el espacio permite descubrimientos y conquistas que tienen un enorme valor para la humanidad. Pero otra cosa muy diferente es la forma, los ritmos, las prioridades en que están hoy enmarcados los vuelos espaciales. Una gran parte de la opinión pública, en numerosos países, tiene la sensación de que existe un desequilibrio fundamental, e injustificado, entre la atención y las inversiones orientadas hacia la exploración del espacio y las que se dedican hacia cuestiones apremiantes, y angustiosas, como intentar aliviar el hambre y la miseria que sufren masas ingentes en el Tercer Mundo. La explicación no puede ser simplemente la de la rentabilidad, ya que se sabe que los vuelos espaciales no son rentables económicamente en la actualidad, ni lo serán durante mucho tiempo.
La prioridad otorgada a los vuelos espaciales responde a otros criterios, que no son ni los estrictamente científicos ni los de rentabilidad. El espacio es hoy uno de los terrenos fundamentales en el que las dos superpotencias, por un lado, compiten entre sí para afirmar su superioridad material e ideológica, y a la vez afirman conjuntamente su papel hegemónico sobre el resto de los habitantes de la Tierra. La mayor parte de los países del mundo tiene poco que decir en el tema del espacio. Cuanto más se polariza hacia la exploración espacial la atención de la opinión pública, más se transmite a las mentes humanas la idea de que en el mundo de hoy mandan los norteamericanos y los soviéticos. En este marco se sitúa el aspecto militar, que tiene a todas luces un peso cada vez más decisivo en todas las exploraciones espaciales. Reagan lo ha proclamado de una manera absolutamente clara, pero no cabe ninguna duda de que la concepción soviética en este terreno es paralela. El proyecto inicial de estrategia espacial dibujado por Reagan en su famoso discurso de 1983 tendía a eliminar las armas nucleares gracias a un escudo de satélites que anularía los misiles portadores de dichas armas. Sin embargo, como acaba de poner de relieve Flora Lewis en The New York Times, la eventual utilización de rayos láser para destruir los misiles exigiría previamente explosiones nucleares en el espacio. En realidad, el desarrollo de armas cada vez más sofisticadas implica a la vez el aumento de los niveles de incertidumbre e inseguridad, porque esas nuevas armas jamás han sido probadas, ni pueden serlo. La previsión de lo que sería una guerra de las galaxias es en gran parte una operación ideológica. Estamos en una etapa en que la mitología de la conquista del espacio, al lado de avances científicos de indiscutible valor, conlleva proyectos militares cuyos efectos podrían ser incontrolables.
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