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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un relato sin emoción

Madre Coraje y sus hijos es una obra fundamental de nuestro tiempo. Casi 50 años después de su primera escritura (1939), conserva su fuerza punzante, duele su ironía amarga. Reaparece, muy frecuentemente, en los escenarios del mundo, y muchas veces coincide con situaciones de peligro para la paz (no es difícil). Las distintas versiones, o montajes, de esta obra acentúan o disminuyen algunas de las lecciones de Brecht: la Coraje es unas veces la hija del pueblo, víctima de la guerra, otras se exalta su condición de madre, algunas la figura equívoca de la especuladora; depende de la ideología de la dirección. La de Lluís Pasqual parece neutral frente al texto, aunque siempre dejando latir la condena activa de la guerra y el papel de víctima del pueblo, sin que el sentido perder o ganar exista para sus vidas: pierden o ganan otros. Su principal virtud es dejar el texto vivo, comprensible, audible.Demasiado audible: la representación está gritada. Hay en ella unas características de teatro antiguo o, más exactamente, de teatro viejo, no bueno: el exceso de proyección de voz, las frases cortadas por conveniencias arbitrarias de la respiración, las palabras subrayadas también arbitrariamente -no por su significado- De todas formas, en aquel teatro había una cierta unidad prosódica; en parte, porque el idioma la conservaba mejor que ahora en el país, en parte, porque el teatro se esforzaba más en ella y, en otra parte, porque en las compañías estables los actores se identificaban entre sí. Un director de la sensibilidad de Lluís Pasqual no puede dejar que esto ocurra, y es posible pensar que lo ha hecho deliberadamente, para aumentar la teatralidad -dejar que el teatro transcurra entre sus propios defectos- que podría parecerle una de las posibles formas de distanciamiento que requeriría su visión de Brecht. El resultado, sin embargo, es que a veces se produce una cacofonía que hiere el oído. Otras teatralidades pueden ser los instantes de lluvia y los de nieve, como concesión al infantilismo que puede suponerse en unas formas de teatro.

Madre Coraje y sus hijos

De Bertolt Brecht, versión castellana de Antonio Buero Vallejo. Intérpretes: Enrique Navarro, Cesáreo Estébanez, Rosa María Sardá, José Antonio Gallego, Vicente Díaz, Victoria Peña, Antonio Iranzo, Juan José Otegui, Paco Peña, Ites Menéndez, Ángel Pardo, Cherna de Miguel, José Hervás, Gaspar Cano, José Luis Santos, Manuel Brieba, Sandra Toral, Pedro del Río, Francis L. Torres, Miguel Gredilla, Emilio Fuentes, Jorge Roelas, Manuel Alexandre, Margarita Calahorra, Carlos Hipólito. Escenografía y vestuario: Fablá Puigserver. Dirección: Lluís Pasqual. Estreno, teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional). Madrid, 5 de febrero.

El escenario de Fabiá Puigserver se limita prácticamente a la mítica carreta de la Coraje y a un montón de chatarra: el giratorio, bien articulado, los deja ver desde todos sus puntos, pero su limitación no da la conciencia del largo deambular por la Europa en guerra ni el paso del tiempo (la acción se desarrolla entre 1624 a 1636). Hay también, sin duda, una deliberación del director en esta forma de concebir el largo fragmento histórico como un solo momento: los mismos trajes, los mismos rostros, sin que la huella del agotamiento y del enorme desgaste se tenga que advertir: una busca de la simultaneidad del horror. Pero el resultado es la pérdida de la épica, de la narrativa, que queda confiada exclusivamente al texto. Una de las condiciones fundamentales de esta obra, y de su autor, era la busca de la ruptura de las unidades aristotélicas: aquí, en cambio, la resolución produce unidad de tiempo, lugar y acción.

Vocación de comicidad

La limitación de efectos conduce a una monotonía, a un desgaste mayor de los espectadores que de los personajes y, sin duda, a una frialdad. No a la supuesta frialdad de Brecht, que nunca la tuvo, sino al abandono de la emoción, del dramatismo, de la angustia de la larga historia; y a la perdida personalidad de la madre Coraje.A lo cual contribuye también la elección de Rosa María Sardá para el personaje, y también hay una deliberación en presentarle como eternamente joven. Rosa María Sardá contribuye a la cacofonía con un soniquete, o tonillo, con el que sin duda trata de dar lirismo a su propia vocación -o imagen pública- de comicidad. Es, ante todo, una buena actriz: saca partido a las buenas frases de su texto, hace brillar el sentido irónico del personaje -cuando éste lo tiene-, está siempre presente, tiene unos ademanes elegantes -quizá más elegantes de lo necesario-; pero no llena la carne magra y cubierta de cicatrices de la Coraje. Le faltan dimensiones y le sobra mucho de su propia personalidad. En el extenso reparto hay de todo, dentro del sentido general de desorden prosódico: la verdadera emoción brota únicamente de Victoria Peña -quizá porque hace un personaje mudo-, y el tono adecuado sale, entre otros, de Antonio Iranzo. Otros buenos actores tienen un papel demasiado corto para matizarlo.

El espectáculo tiene mucho interés. Habrá, naturalmente, quienes prefieran la frialdad, o el desapego, en lo que otras veces es un drama apasionante; y siempre hay una calidad, una sensación de buena marca en Lluís Pasqual y en Puigserver. El público del estreno se contagió más de la frialdad, aunque aplaudió largamente a todos.

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