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Aniversario

El profesor Mariano de Paco, de la universidad de Murcia, me lo recordó hace unos meses: que era inminente el cumplimiento de los 40 años desde que en Madrid se formara -apenas terminada la II Guerra Mundial, y con todavía en nuestros oídos y en nuestras retinas el estrépito y el resplandor de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki- el grupo de teatro de vanguardia Arte Nuevo. Me pedía algunos datos y materiales que yo pudiera conservar y que le eran precisos para un artículo que, según me dice ahora, aparecerá próximamente en la revista Segismundo, una publicación, si no estoy equivocado, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, dedicada a la investigación teatral.¡Ciertamente! Está muy clara en mi memoria aquella noche del 31 de enero de 1946 en el teatro Beatriz de Madrid, cuando y donde nos estrenamos -nunca mejor dicho- como autores Alfonso Paso, Medardo Fraile, José Gordon, José María Palacio y yo, en un programa de piezas cortas; con la dirección de escena de José Franco -que fue nuestro maestro en cuanto a puesta en escena y actuación-, y con un grupo de actores pescados en el Conservatorio, entre los que hoy puede recordarse a algunos cuyos nombres siguen aún más o menos presentes en el teatro español: así, Enrique Cerro, Aníbal Vela y Miguel Narros. La edad media del grupo, si excluimos a Pepe Franco, que procedía del teatro experimental que se hacía en Madrid durante la República -concretamente de aquel grupo que se llamó TEA (Teatro Escuela de Arte)-, no pasaba de los 18 años; 19, un tanto melancólicos, tenía quien esto escribe... ¿Y qué era el teatro para nosotros? Yo diré, al menos, lo que era el teatro para mí, pues ahora no va tanto de recuerdo, a pesar del comienzo anecdótico de este artículo, como de reflexión a su propósito en torno a la relación que se da entre la biografía de uno y el mundo o mundillo de la profesión que elige -como es mi caso: elegí hacer teatro y literatura-, o por la que es elegido, como es el de tantas gentes que aceptan con mayor o menor grado de conformidad la profesión que les viene a mano en función de razones familiares, de imposiciones sociales, de azares de la vida u otras.

El teatro y la literatura eran entonces, para mí, y siguieron siéndolo durante muchos años, un mundo otro, habitado por sus legítimos inquilinos poco menos que desde la eternidad. Se me ocultaba, pues, la realidad de que esos actores y esas actrices de carne y hueso, y esos empresarios, y esos escritores, habían nacido años antes "muy pequeñitos" (como dijo César Vallejo), tan pequeñitos como yo, y tan ajenos al teatro y a la literatura como yo mismo. ¿O no? Pensándolo bien, la imagen de un mundo exterior, estrecho y ajeno, permanente, cuando se trata de algunas artes y oficios como el teatro, el circo, la medicina o el ejército, no es necesariamente tan errónea, pues en algunos oficios y profesiones se da como una transmisión hereditaria -los artistas de circo, por ejemplo, frecuentemente son hijos y nietos y biznietos de artistas de circo-, y ello hace que el extraño al mundillo, al gremio o a la casta, sea mirado como un parvenu, un intruso, y se sienta él mismo extraño al mundo o mundillo al que trata de incorporarse desde una familia o una capa social en la que esos oficios son insólitos. Sin embargo, no es así en términos generales; de tal manera que esta imagen era, sin duda, el producto de un error óptico.

El mundo o el mundillo profesional se configura, pues, quizá incluso en casos tan particulares como el circo, no según la dinámica propia de las castas. Desde luego que yo no dispongo -ni sé si existen- de datos sociológicos al respecto. Me gustaría, por ejemplo, saber qué porcentaje de artistas de circo actuales proceden de familias circenses, y de ellos cuántos son de segunda, tercera o quizá cuarta generación. También pienso que los datos serán muy diferentes si se trata del circo en los países capitalistas o en los países socialistas, y que habrá diferencias muy notables entre Oriente y Occidente, independientemente de su régimen político: digamos, por ejemplo, entre la composición del mundo del circo en China y en Checoslovaquia, es un decir. La conformación del mundo del teatro, como la de los demás mundos profesionales, se realiza en función de condicionamiento de clase, de sexo y de edad, y no de casta o de familia, aunque en algunos oficios se dé todavía una incidencia grande de factores de casta ciertamente.

En mi caso no se daban razones de clase para sentir ese mundo del teatro como tan ajeno. No sé cómo vería e el mundo literario antes de que llegara a formar parte de él -Andersen fue el primer escritor danés procedente de la clase obrera, según tengo entendido- ni de qué manera accedió a ese mundo ajeno a las posibilidades corrientes de la clase que lo vio nacer. Aspec-

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tos traumáticos tiene muchas veces en la sociedad de clases -todas lo son, hoy por hoy; y esto va para rato, por mucho que uno siga, erre que erre, en la utopía de una sociedad sin clases- el tránsito de un mundo a otro: recuérdese a aquel famoso hijo de una sirvienta en Estocolmo. ¿Qué mundo de misterio habría para él detrás de las puertas del teatro Dramaten, al otro lado del gran esplendor, entre los bastidores oscuros de aquella gran magia del teatro? Se llamaba Augusto Strindberg, y hoy no es posible concebir el mundo del teatro y de la literatura suecos sin evocar su nombre.

Entre nosotros, en Arte Nuevo, había incluso gentes familiarmente muy vinculadas al teatro -Alfonso Paso y José Gordon- y no muy ajenas a él, como yo mismo, pues mi padre, antes de ser un modesto empleado en Siemens, había sido actor, y por mi casa había muchos programas que eran un recuerdo de sus actuaciones, que profesionalmente habían culminado en un contrato para la compañía de Francisco Villaespesa, en cuyo Alcázar de las Perlas hizo un papelito que "se veía", como suele decirse en la jerga teatral. ¡Y, sin embargo, qué mundo tan otro, tan ahí y tan permanente! Esta imagen del teatro como lo otro se daba sobre todo en función de una vivencia social, que nosotros reproducíamos naturalmente, del problema de las generaciones entendido de manera, digamos, metafísica. La generación anterior, según esto, es el mundo: "ellos" son la realidad y la constituyen de tal manera que esa franja, la del mundo adulto establecido, convierte lo que hay fuera de ellas en un área un tanto irreal. Ahora esto se llama, con muy justo término, marginación; y lo que ha variado en este aspecto es que se ha superado en parte esa vivencia metafísica de las edades; el mundo establecido -el del teatro también- está habitado por un porcentaje bastante elevado de jóvenes.

¡Pero qué capacidad tienen los jóvenes -¿y es posible que Ortega y Gasset no lo viera?, ¿adónde miraba o cómo miraba para no verlo?- para reproducir todo lo antiguo! Yo estoy mirando y escuchando a las personas desde hace ya bastantes años, y veo que siempre hay -en el teatro, en la radio, en el periódico, en la televisión- unas gentes que están diciendo lo mismo y casi, casi, con el mismo tonillo. Algunos de ellos no habían nacido cuando yo escuchaba decir las mismas cosas (y casi, casi, valga la insistencia, con el mismo tonillo) a sus abuelos. Estoy mirando ahora -es una de las muchas cosas que se pueden hacer en Fuenterrabía- un programa de la televisión francesa. En él veo a una especie de brujo fetichista. ¿Es en la Costa del Marfil? Me parece que sí. Es albino y despide todo un halo de antiguas sabidurías africanas. Sus convecinos lo veneran como a una persona sagrada. Está bien, está bien; pero cuando el locutor me dice su edad me entero de que este hombre nació 30 años después que yo. No hay nada de extraño en ello, pero hay días en que uno...

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