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Polémico estreno en Múnich del primer drama del pintor Arroyo

El estreno de Bantam, drama en dos actos escrito por el artista español Eduardo Arroyo, se celebró el pasado domingo en Múnich. La representación, dirigida por Klaus Michael Grüber, una de las figuras europeas más prestigiosas en este campo, se llevó a cabo en el Residenztheater, que es uno de los tres teatros oficiales de la capital bávara, y contó con un importante elenco de actores, entre los que merece destacar a Nicole Heesters, Heinz Bennent, David Bennent y Karl Lieffen. Los decorados y vestuario fueron diseñados asimismo por dos relevantes pintores europeos, el francés Gilles Aillaud y el italiano Antonio Recalcati, viejos camaradas de Arroyo en las luchas vanguardistas internacionales de los años sesenta; y la música se debe al compositor italiano Fiorenzo Carpi, asiduo colaborador en el Piccolo de Milán.Con un conjunto de figuras tan célebres cada una en su especialidad y teniendo en cuenta que era ésta la primera vez que Grüber accedía a trabajar en Múnich y que lo hacía con una pieza escrita por un pintor internacionalmente famoso como tal, pero novel como autor de textos teatrales, se puede adivinar la expectación que había en la ciudad alemana antes del estreno.

Esta expectación se tradujo, de hecho, no sólo en la masiva asistencia de público el día de la première, que llenó el amplio aforo del Residenztheater, sino también en su apasionada reacción, que originó ruidosas controversias a lo largo de todo el espectáculo y que estalló al final en una clamorosa división de opiniones, al parecer algo muy poco habitual en este foro, que tiene fama de ser uno de los más tradicionales y comedidos de la RFA.

Boxeadores rotos

Entre las varias y posibles causas que cabe en principio aventurar sobre la polémica reacción del público asistente al estreno hay dos principales. En primer lugar, la derivada del propio texto de Arroyo, en el que se narra la trágica historia de cuatro boxeadores rotos, cuya presencia sucesiva en el primer acto está enfrentada escénica mente con la figura de una taquillera de un cine de la ciudad de Nueva York que viene a encarnar tanto la imagen de un destino vital simétricamente catastrófico como el papel genérico del coro empleado en las tragedias clásicas.En el segundo acto de la obra de Arroyo, que es más que nada una especie de epílogo moral alargado, se produce un sorprendente cambio de escenario, que nos lleva a un paisaje bucólico de la Grecia clásica. Allí, vemos debatirse agónicamente, en medio de un lento crepúsculo y con la sola compañía de un único perro, a un viejo campeón atlético, que monologa hasta su muerte pronunciando un discurso patético, en el que se mezclan las añoranzas, las ilusiones y los consejos. Cuando, por fin, cae fatalmente desfallecido este héroe olvidado, hace su aparición un efebo que le rinde homenaje póstumo con estas palabras, que son las finales de Bantam: "Viejo campeón que amas la juventud, recibe con benevolencia esta ofrenda de un efebo amigo de la disciplina y del deber".

Toda la pieza está recorrida por un hermoso acento elegiaco y un complejo simbolismo, que cobran su máxima intensidad significativa en el enigmático, desconcertante y provocador final, que nada tiene que ver con las habituales interpretaciones sociológicas o existencialistas.

Pues bien, la interpretación escénica de este texto ha sido concebida por Grüber manteniendo una implacable frialdad y una monotonía sin concesiones, como si se tratase del canto épico recitado por un rapsoda antiguo, por cuyos labios, gastados y salmódicos, fueran saliendo con ritmo neutro las hazañas más fantásticas y atroces. Evidentemente, una interpretación semejante del texto de Arroyo, cuyo original en francés está lleno de imágenes poéticas de sobrecogedora belleza, que han puesto a prueba el talento del traductor al alemán, carga las tintas hasta el límite de lo convencionalmente soportable, moral y estéticamente, para un público medio bien pensante.

Controversia

Aun sin conocerse las reacciones de la crítica especializada, Bantam ha sembrado la controversia y el escándalo, desde la misma noche de su estreno mundial, lo que en principio tampoco es algo extraño en las respectivas trayectorias de Eduardo Arroyo y Klaus Grüber, que han sido desde siempre agitadores y polemistas natos.No hace mucho, Panamá. La vida del boxeador Al Brown, otro ensayo literario escrito por Eduardo Arroyo, esta vez dentro del género biográfico, ha constituido un éxito editorial en Francia y Alemania.

Sería una lástima que nuestro público no dispusiera de la oportunidad de conocer directamente esta biografía y este texto dramático, que toman al universo límite del boxeo -expresión de la más elemental y desesperada lucha por sobrevivir- como escenario de una oscura e inquietante alegoría moral sobre el destino humano.

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