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Tribuna
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Prodigio

Rosa Montero

Quisiera saber leer, en plan Sibila, la realidad que esconde este prodigio. Quisiera poder encontrar el corazón de semejante exceso, y sacarlo a la luz, y escudriñarlo, y descubrir, por el estado de la víscera, qué diantres nos ocurre, qué ha pasado. Punks de crestas en arco iris aferrando claveles, viejitas soltando lagrimones, un Madrid desaforado de emociones, Tierno santificado, el acabose.Atrás queda, aplastado por la leyenda fulminante, el Tierno hombre. Un político ambicioso que luchó por el poder y que perdió. Cabría preguntarse el porqué de su derrota frente al PSOE. Quizá el profesor fuera un hombre más honesto; o menos hábil en las estrategias de partidos; o más sabio; o más cansado; o quizá simplemente su precio era más alto y su orgullo más profundo. En cualquier caso, Tierno supo hacer de su alcaldía una obra de arte y convirtió su fracaso en una victoria colosal. Me pregunto qué pensaba ese Felipe González demudado que seguía el féretro entre la hirviente masa. Ese Felipe González que tuvo la sensata delicadeza de no soltar un discurso en todo el acto. Quizá tambien él andaba intentando comprender qué urgentes necesidades oculta un pueblo capaz de construir un dios en una noche.

Yo sólo sé que nunca he votado a Tierno y que, sin embargo, fui al entierro. Sólo sé que las deidades son ante todo símbolos. Soplan malos vientos para lo simbólico: vivimos una vida oficial sin contenido, desideologizada, movediza, en la que todo puede ser lo uno y lo contrario. En medio de esta amalgama de nadas, Tierno era un cuerpo sólido y opaco. Seguía siendo públicamente agnóstico y marxista, seguía estando en contra de la OTAN, supo desairar a Reagan cuando todos nos sentíamos por Reagan desairados. Nuestro alcalde jamás hubiera dormido en el Azor, pongo por caso: él sabía la magnitud de los pequeños gestos. Tierno consiguió ser la memoria de un país amnésico, un punto de referencia en el vacío. Ahora, instalados en la resaca de esta embriaguez de duelo, es el momento de intentar comprender lo sucedido para poder actuar en consecuencia. Porque si no, todo puede quedarse en pura histeria.

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