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Días tranquilos en El Cairo

"Hago vida normal", contesta el embajador de España en El Cairo, Carlos Fernández Longoria, cuando el periodista de paso le pregunta qué cambios ha supuesto en su existencia cotidiana el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Madrid y Tel Aviv.La normalidad que describe el jefe de misión española implica, sin embargo, como en todas las demás capitales del mundo árabe, una mayor preocupación por la seguridad de sus subordinados y la suya propia, puesta de relieve por la escolta de miembros de los Grupos Especiales Operativos (GEO), que le acompañan en cada uno de sus desplazamientos.

Ante la cancillería, al borde del río Nilo, monta guardia la pareja habitual de policías egipcios, con sus uniformes negruzcos de invierno y sus trabucos al hombro, que nunca se molesta en controlar la identidad de los desconocidos que franquean la verja que rodea el edificio. En tomo a la residencia del embajador, en la isla fluvial de Zamalek, tampoco ha sido reforzada la guardia, considerada ya insuficientemente nutrida porque enfrente está situada la casa del primer ministro, Ahmed Lufti.

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Más que sobre el incremento del número de custodios, Fernández Longoria cuenta con "la labor preventiva de los servicios de seguridad locales" para evitar eventuales atentados en una capital en la que, a pesar del asesinato el pasado verano de un diplomático israelí, han demostrado ser relativamente eficaces. Un experto en seguridad del Ministerio del Interior egipcio visitó al jefe de misión español para pasar revista a las principales medidas previstas.

Sea o no eficiente la policía egipcia, la representación diplomática española debe, forzosamente, confiar en ella porque los cinco geo llegados la semana pasada no dan abasto para vigilar, además de las dos dependencias diplomáticas anteriormente citadas, el centro cultural, las agregadurías militar y comercial y el consulado en Alejandría, sin contar la decena de empresas que disponen de oficinas en la ciudad.

"Cumplen una función disuasiva itinerante porque circulan en un automóvil de la cancillería a la residencia, y viceversa", explica un empleado, aunque el embajador le acompaña en todos sus movimientos, como cuando, por cortesía, fue a entregar el sábado al Ministerio de Asuntos Exteriores el comunicado conjunto hispano-israelí hecho público en La Haya.

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De paisano y con las armas de mayor calibre disimuladas en bolsas deportivas, los jóvenes geo preguntan, al encontrarse con el corresponsal de EL PAÍS en el vestíbulo de la embajada, las últimas noticias sobre su compañero secuestrado en Beirut, y alguno evoca pesimista la suerte del rehén soviético asesinado en octubre en la capital libanesa. Pero alguien interpreta la amenaza de ejecutarlos, formulada por sus carceleros el domingo, como una manera más de mantener la presión sobre Madrid y apacigua sus temores.

Si el funcionamiento de la embajada apenas ha resultado perturbado por la iniciativa española, el de la compañía aérea Iberia sí parece algo más afectado, y por primera vez un policía uniformado monta la guardia en el exterior de sus oficinas en la céntrica plaza Tahrir mientras agentes de paisano echan de cuando en cuando un vistazo por la acera para comprobar que no ocurre nada anómalo. "Tenemos desde el miércoles pasado las mismas medidas de seguridad que El Al", la línea aérea de Israel, explica Plácido Domingo, el delegado de Iberia en El Cairo.

Domingo ha contratado los servicios de una empresa egipcia especializada en seguridad, que ha destacado permanentemente a uno de sus agentes en las oficinas de Tahrir, mientras en el aeropuerto la policía le ha facilitado nada menos que a 20 hombres para revisar sistemáticamente todos los equipajes antes de ser facturados y que más tarde deberán de ser nuevamente identificados por sus propietarios en la pista al pie del avión.

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