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Principios y riesgos del debate de la OTAN

Al igual que todos los debates sobre medidas políticas polémicas, el debate sobre la pertenencia de España a la OTAN ha dado lugar a acusaciones e insinuaciones desagradables: que quienes se expresan a favor del ingreso en la OTAN están contemporizando con el Gobierno de Felipe González o que deben ser lacayos del imperialismo norteamericano, y que quienes defienden la postura contraria deben ser marionetas del imperialismo soviético o individuos que sienten nostalgia de la versión franquista de aislamiento. Si bien tales motivos influyen indudablemente en algunas personas, sería bastante desafortunado para el tono de la vida política española si el debate se convirtiera en una campaña de injurias y en un diálogo de sordos. Me gustaría resumir brevemente la postura que he defendido en varias reuniones públicas, para posteriormente comentar los argumentos principales a favor de la permanencia de España en la OTAN.En lo concerniente a la guerra, la paz y los derechos humanos, jamás he pensado principalmente en términos de intereses nacionales. Lo que me interesa es impedir una guerra que destruiría la actual civilización humana y la biosfera de la que dependería cualquier civilización futura; Así pues, mi primera prioridad en política internacional es el desarme nuclear, químico y biológico. En los últimos 40 años no he conocido jamás una época en que las dos superpotencias hayan mostrado una auténtica voluntad de desarme, y tan sólo en raras ocasiones he visto momentos en que alguno de los dos parecía dispuesto a hacer las concesiones necesarias de intereses nacionales propios que tendrían que darse con el desarme. De esto he sacado la conclusión de que el progreso hacia el desarme depende del papel de países que no estén subordinados, ni militar ni diplomáticamente, ni a Estados Unidos ni a la Unión Soviética. Existen tales países. En Europa, Suecia, Suiza, Austria y Yugoslavia, y en el mundo no europeo, la India, Tanzania, México, Argentina. Nombro específicamente a estas naciones por estar tan comprometidas con la democracia y los derechos humanos como cualquier miembro de la OTAN, y cuyos dirigentes han defendido en repetidas ocasiones la necesidad del desarme nuclear y de la no militarización del espacio exterior. Me gustaría ver a España en una postura de colaboración activa con estos países neutrales democráticos para presionar a las superpotencias a que inicien un verdadero desarme. De aquí, pues, mi propia preferencia, no en mi calidad de norteamericano o residente en España, sino como miembro de una especie en peligro (¿homo sapiens?), por una España que no forme parte de la OTAN.

Las cuestiones políticas complejas se suelen decidir en mi mente, no sobre la base de un sí o un no absolutos, sino de una proporción 60-40 a favor o en contra, respectivamente, o incluso de un 55-45, con bastantes razonamientos del tipo del mal menor. Éste es el caso con la OTAN, y puedo comprender perfectamente, sin desde luego denigrarlos, los razonamientos de los defensores de la OTAN. Sus defensores argumentan que la pertenencia al Mercado Común convierte en lógico y honorable el que España pertenezca a la misma alianza defensiva militar que el resto de países miembros del Mercado Común, a excepción de Irlanda. Señalan asimismo que la pertenencia a la OTAN debe reducir, a la larga, la dependencia militar directa. bilateral de Estados Unidos. Prevén que la pertenencia a la OTAN contribuya de manera importante a la modernización técnica de las fuerzas armadas nacionales y proporcione una continua colaboración con los oficiales militares de los principales países democráticos. Este último argumento no me impresiona grandemente, ya que la modernización y la colaboración democrática podrían darse también con Suecia y Suiza como en las multinacionales y las fuerzas armadas de las potencias de la OTAN.

No obstante, los otros dos argumentos tienen una gran validez, y si yo tuviera una idea diferente de las intenciones de Estados Unidos o de la Unión Soviética, de la que tengo tales argumentos, podrían muy bien ser mis propias razones 60-40 o de mal menor para abogar por la pertenencia a la OTAN. Por ejemplo, si pudiera creer que las comunidades militar, empresarial y tecnológica de Estados Unidos aceptaría realmente unos acuerdos de desarme mutuo con la Unión Soviética, podría pensar que la OTAN era una forma razonable de colaboración democrática internacional para la puesta en práctica de tales acuerdos. Pero todo lo que leo, junto con mi considerable experiencia como administrador en dedicación parcial de una de las mayores universidades científicas de Estados Unidos, me ha dejado bastante pesimista respecto incluso a la comunidad tecnológica, no digamos respecto a los intereses militares y empresariales. Si creyera que los países neutralmente activos no podían tener influencia alguna, que no existe ninguna alternativa a la división bipolar entre los bloques soviético y norteamericano, podría muy bien considerar a la OTAN como el mal menor, pero seguiría convencido de que la diferencia entre los bloques no tendría mucha importancia para los

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supervivientes de una guerra nuclear. Si creyera que la Unión Soviética se siente feliz con los resultados de su intervención en Afganistán, satisfecha de su relación con Polonia, Checoslovaquia y Hungría, tan confiada de su superioridad tecnológica, tan segura de su relación de camaradería con China que esperase ansiosamente la ocupación de la Europa occidental, aceptaría la necesidad de la OTAN como disuasivo de tal aventura. Pero en realidad pienso que la Unión Soviética es muy consciente de su atraso tecnológico y de sus fracasos políticos en Afganistán y Europa del Este.

Los pensamientos que acabo de resumir me impiden trivializar o personalizar las diferencias de opinión respecto a si España debe permanecer en la OTAN. Igualmente conducen a algunas reflexiones complementarias sobre el muy debatido papel del intelectual y sobre el tono del discurso político. Cuando era presidente electo del claustro de profesores de la universidad de California en San Diego, no me sentía libre para expresar mis opiniones personales sobre la política militar norteamericana. Mi responsabilidad voluntaria era la de representar los intereses comunes del claustro en las conversaciones con los miembros de la junta de gobierno de la universidad y con destacados dirigentes empresariales y militares. No deseaba complicar problemas ya complejos de por sí mediante la expresión de opiniones personales poco ortodoxas, y en ese contexto, totalmente mal acogidas, Mantenía mi afiliación a varias organizaciones y, privadamente, contribuía a las causas políticas en las que creía, pero no escribía artículos como los que estoy escribiendo ahora para EL PAIS. Para que un intelectual pueda funcionar eficazmente como analista y crítico sin trabas debe estar libre de cualquier responsabilidad directa de instituciones, partidos políticos o asociaciones profesionales.

Con respecto al debate del referéndum, espero que una exposición de hipótesis razonables, aunque enfrentadas, les permitirá a todos los participantes evitar la tentación, muy humana, de envolverse en la bandera nacional, o de asumir un tono de superioridad moral o de dignidad. personal ofendida. El tema es complejo y se puede votar en cualquier sentido con criterios perfectamente respetables y honestos. Espero también que los españoles recuerden que la OTAN es simplemente uno de los temas importantes de su vida nacional. La gran mayoría de centro-izquierda que votó al PSOE en 1982 es todavía necesaria para que la reestructuración democrática de España, apenas iniciada en los últimos cinco años, supere la resistencia corporativa de las burocracias firmemente atrincheradas y los poderes fácticos. Sería un duro golpe para el progreso democrático nacional que esa mayoría se derritiera al calor del debate de la OTAN.

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