La industria nuclear británica desarrolla una lucha sin cuartel contra los ecologistas
La industria nuclear británica, que durante años ha luchado por obtener la aceptación popular, se encuentra embarcada en una lucha sin cuartel contra la creciente preocupación por los efectos que sus actividades pueden tener sobre el medio ambiente. Un próximo informe pluripartito del Parlamento recomendará a finales de este mes, según la Prensa, desechar el proyecto de construir una nueva y ambiciosa planta de reprocesamiento, al tiempo que pedirá un mayor control gubernamental sobre esta técnica.El centro, valorado en 1.850 millones de dólares (286.750 millones de pesetas), está siendo construido en Sellafield (Inglaterra), anteriormente denominado Windscale, donde se encuentra ya la mayor planta de reprocesamiento, a orillas del mar de Irlanda.
Por otra parte, han quedado congelados los planes para construir una nueva central nuclear en Sizewell, al sureste de Inglaterra, en tanto culmina una investigación oficial sobre sus posibles efectos en el entorno ambiental.
Funcionarios de la empresa estatal British Nuclear Fuels (BNFL, Combustibles Nucleares Británicos), que el año pasado obtuvo 98,5 millones de dólares de beneficios antes de impuestos, se quejan de que están siendo asfixiados por la propaganda ecológica, difundida por medios de prensa hostiles. Según Harold Bolter, directivo de BNFL, el principal objetivo de la empresa en estos momentos consiste en luchar contra los ecologistas y conseguir el apoyo del público. "Si fracasamos, peligra el futuro de la empresa".
Los visitantes de Sellafield son recibidos en un elegante centro de exposiciones dotado de modernos vídeos, maquetas y gráficos, y reciben gran cantidad de folletos y carteles en los que se defienden los beneficios de la energía nuclear. Posteriormente recorren la más moderna de las instalaciones del centro, destinada a reducir la radiactividad de los desechos que se vierten al mar, y se les muestra la lápida conmemorativa de la inauguración de la planta, en noviembre de 1984, por la primera ministra, Margaret Thatcher, abierta defensora de la energía nuclear. Inicialmente, Sellafield fue un centro puramente militar en el que se produjo el plutonio con el que se fabricaron en los años cincuenta las primeras bombas atómicas británicas. En su seno aún existen instalaciones militares ultrasecretas.
Los expertos creen que este centro desempeñará un papel clave en la producción de armas nucleares ante la inminente introducción en el Reino Unido de misiles intercontinentales Trident de fabricación norteamericana, destinados a reforzar su plan de disuasión nuclear.
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