“La nacionalidad no se regala, se merece”: Las falacias que se esconden tras las declaraciones de los políticos
Para construir un argumento necesitamos al menos dos premisas que nos lleven a una conclusión


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¿Qué tienen en común estas declaraciones recientes de políticos?
- Alberto Núñez Feijóo: “La nacionalidad no se regala, se merece”.
- Isabel Díaz Ayuso: “No voy a hacer una lista negra de médicos nunca”.
- Pedro Sánchez: “Los datos no engañan. Frente al catastrofismo, el optimismo de los datos. España avanza con fuerza y en la mejor de las direcciones”.
- Vox, en su cuenta de X: “Los nuestros primero en el acceso a la vivienda. Sentido común que solo defiende Santiago Abascal”
Pues que todas contienen al menos trazas de falacias. Una falacia es un argumento mal construido, que contiene, como mínimo, un error en el razonamiento. Para construir un argumento necesitamos al menos dos premisas que nos lleven a una conclusión. Por poner un ejemplo clásico:
- Sócrates es humano.
- Todos los humanos son mortales.
- Por tanto, Sócrates es mortal.
Por lo general, argumentamos para intentar convencer a los demás. Este argumento, el de la mortalidad de Sócrates, es sólido, y solo se puede refutar si encontramos pruebas, por ejemplo, de que Sócrates era un alienígena o de que hay humanos inmortales.
Los políticos quieren convencer a los demás en el Parlamento, en redes y en medios, pero también nosotros cuando charlamos en el bar con nuestros amigos sobre cualquier tema, ya sea el aborto o dónde vamos a cenar después, aunque no acostumbremos a hacerlo en forma de silogismo. Y a veces argumentamos de forma inadecuada, cayendo en falacias en las que la conclusión no se puede deducir de las premisas. La mayor parte de las veces es algo involuntario: no queremos engañar a nuestro interlocutor, que puede pasar, sino que a menudo no nos damos ni cuenta.
Hay decenas de falacias, según cómo se dividan y qué incluyamos en cada etiqueta, pero por lo general se agrupan en dos grandes categorías:
1. Las falacias formales son errores en la construcción del argumento. Por ejemplo:
- Sócrates es humano.
- Platón es mortal.
- Por tanto, Sócrates es mortal.
En este caso, la conclusión no se deduce de las premisas porque no sabemos qué es lo que tienen en común Platón y Sócrates. En ningún momento se nos dice ni que Platón sea humano ni que todos los humanos sean mortales.
2. Las falacias informales se encuentran en el contenido de las premisas y no en la construcción del argumento. Aquí nos encontramos, por ejemplo, con ambigüedades, sesgos o directamente errores y falsedades.
- Sócrates es un cencerro.
- Todos los cencerros están colgados del collar de una vaca.
- Por tanto, Sócrates está colgado del collar de una vaca.
Formalmente, si no me he liado, el silogismo es correcto. Pero ninguna de las premisas es cierta: ni Sócrates es un cencerro ni todos los cencerros están en collares de vacas.
Las falacias son frecuentes en el ámbito de la política. Volviendo a los ejemplos del principio, Vox incurre en una falacia de ambigüedad cuando habla de “los nuestros”. ¿Quiénes son los nuestros? Como este partido no es claro, pueden decidir en cada momento quién merece el acceso a la vivienda con criterios que son arbitrarios y que pueden excluir a personas nacidas en España y con nacionalidad española si sus padres no son lo suficientemente españoles para ellos, como ya han dejado caer en más de una ocasión.
En la segunda frase del tuit de Vox hay una segunda falacia: al hablar del sentido común también son ambiguos, ya que el sentido común significa cosas diferentes para mucha gente. Hay personas que creerán de sentido común que todo el mundo tenga acceso a la sanidad pública, pero a un libertario le parecerá de sentido común todo lo contrario. Además de eso, el mensaje apela a un supuesto consenso sin demostrar: no está claro que todo el mundo piense que es normal o justo que los españoles deban tener prioridad a la hora de acceder a una vivienda.
Feijóo incurre en una falacia de ambigüedad: cuando habla de “merecer la nacionalidad” abre el paso a juicios de valor más allá de criterios administrativos y objetivos. Y, lo que es peor: ¿quién regala la nacionalidad, teniendo en cuenta los años y trámites que hay que pasar para conseguirla? Ayuso cae en una apelación al miedo, al caracterizar las listas de médicos objetores al aborto como de listas negras, cuando se trata de un registro administrativo y privado cuyo objetivo es garantizar que en todos los hospitales se pueda ejercer el derecho al aborto. En el caso de Sánchez, se trata de una falacia de generalización: ¿qué datos ha escogido para llegar a esa conclusión? No deben estar incluidos, por ejemplo, los de acceso a la vivienda o los de precariedad laboral, que hacen discutible que podamos hablar de “la mejor de las direcciones”.
Como se puede intuir, las falacias informales muchas veces dependen de cuestiones de grado y no siempre está claro que podamos acusar a alguien de falaz. Por ejemplo, se podría argumentar que Ayuso es inconsistente (en Madrid hay listas de objetores en el caso de la eutanasia), pero que estas listas sí pueden ser peligrosas en manos de un Gobierno irresponsable, por lo que es mejor buscar otras soluciones. O alguien puede defender que el acceso a la vivienda es un problema, pero Sánchez tiene razón cuando dice que España va a mejor y que quienes caemos en una falacia de generalización somos nosotros.
Las falacias también dependen del contexto. Pensemos por ejemplo en las falacias ad hominem: en lugar de contestar al argumento, atacamos a la persona. Por ejemplo:
—Juan conduce muy bien.
—No es verdad, porque es un mentiroso.
Para conducir bien no hace falta decir la verdad, a no ser que Juan sea tan mentiroso que ponga el intermitente para girar a la izquierda y se vaya por la derecha.
Pero:
—Juan sería un buen alcalde.
—No, porque es un mentiroso.
En este caso no está tan claro que sea un ad hominem porque nadie quiere un alcalde embustero aunque arregle todos los socavones y peatonalice el centro.
Otra cuestión importante es que el hecho de que un argumento esté mal construido o que las premisas sean falsas no nos dice nada sobre si la conclusión es cierta o no. Por ejemplo:
- Sócrates es humano.
- Platón murió en 1998.
- Por tanto, Sócrates es mortal.
El argumento está mal construido y la segunda premisa es falsa, pero Sócrates es mortal (hasta donde sabemos).
Es decir, identificar una falacia no nos ayuda necesariamente a imponer nuestros argumentos ni a encontrar la verdad. Pero sí nos ayuda a razonar y a dialogar mejor. No para acusar a los demás de ser falaces, que es lo fácil, sino para identificar cuándo nos están intentando engatusar y, sobre todo, para no hacer nosotros lo mismo. Si construimos nuestros argumentos y defendemos nuestras ideas de forma sólida podemos defender nuestras posturas a largo plazo, porque no dependemos de golpes de efecto que solo convencerán a los ya convencidos. Y, además de eso y sobre todo, podremos darnos cuenta de en qué podemos estar equivocados, que eso es bastante más difícil y bastante más útil.
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