Una vergüenza de la humanidad
EN ESTOS últimos días del año la situación en África del Sur reviste caracteres de una verdadera guerra civil: se multiplican las brutales acciones represivas contra la población negra y cada semana aumenta el número de muertos. Por primera vez desde hace mucho tiempo se han producido actos terroristas contra los blancos. Esta situación dramática pone de relieve el fracaso de la política que el presidente, Pieter Botha, inició en el verano de 1984, calificándola pomposamente de reforma; ésta consistía en otorgar a los mestizos e indios el derecho a elegir unas cámaras especiales, agregadas al Parlamento de los blancos. Las elecciones para dichas cámaras tuvieron lugar en agosto de 1984, y, a pesar de una abstención masiva, fueron presentadas como una ampliación sustancial de la democracia surafricana. Botha realizó poco después un viaje por Europa occidental para demostrar que África del Sur volvía a ocupar un lugar respetable en el concierto de las naciones.Sin embargo, el efecto de la tan cacareada reforma fue muy distinto del previsto por Botha; sirvió para poner de relieve, con más fuerza que nunca, la imposibilidad de hablar de derechos y de democracia en un país en el cual más del 70%. de la población -los negros- carece de los derechos más elementales y está sometido a una segregación racista, el odioso sistema del apartheid. Así, desde finales de 1984 se puso en marcha un impresionante movimiento de masas para exigir el fin de ese sistema inhumano y anacrónico, que hace de África del Sur el último reducto de un racismo casi esclavista, cuando los imperios coloniales han ido desapareciendo de la faz de la tierra. Al lado de los negros, los mestizos, los indios e incluso sectores liberales de la población blanca se incorporaron a la lucha general contra el apartheid, lucha que se ha plasmado en el Frente Democrático Unido, en el que se han integrado más de 600 asociaciones políticas, culturales y religiosas. Las formas de lucha no eran violentas, sino políticas: mítines, manifestaciones, huelgas, acciones de desobediencia civil.
Conviene subrayar que el surgimiento de ese movimiento político creaba condiciones para una negociación; si hubiese habido por parte de Botha una disposición a abordar una reforma real, hubiese podido iniciar una negociación efectiva con las figuras representativas de la población negra. El obispo Desmond Tutu, que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1984, hizo los mayores esfuerzos para lograrlo; se entrevistó con el presidente Reagan para pedir una presión efectiva sobre el Gobierno de Pretoria. Numerosas organizaciones internacionales, desde la Comunidad Europea hasta la Asamblea de las Naciones Unidas, exigieron la liberación del dirigente más prestigioso de la población negra, Nelson Mandela, que se halla encarcelado desde 1964. El presidente Botha se negó a dar ni el más mínimo paso hacia una negociación; se negó a excarcelar a Mandela, cuya presencia es necesaria para que una negociación tenga efecto. En cambio, Botha ha empleado las medidas represivas más brutales. A las manifestaciones pacíficas en las barriadas negras se ha contestado con cargas policiales y con disparos. En los últimos 14 meses más de 1.000 personas -mujeres, hombres, niños- han muerto como consecuencia de la represión. Así, el período de la reforma de Botha ha sido de hecho uno de los más sanguinarios de la historia de Suráfrica. Debe quedar muy clara esta responsabilidad fundamental del Gobierno de Pretoria, y del presidente Botha, cuando ahora la situación se agrava y cuando surgen incluso casos de terrorismo, siempre lamentables, como el de Durban, contra la población blanca.
En estos días de Navidad y Año Nuevo una de las causas que -por encima de diferencias políticas e ideológicas- encuentra el apoyo unánime de todos los pueblos del mundo es la condena del régimen del apartheid imperante en África del Sur. Pero los Gobiernos europeos no pueden limitarse a lo hecho hasta aquí. Es cierto que la CEE, después de muchas discusiones, ha decidido aplicar ciertas sanciones, pero se trata de medidas absolutamente insuficientes: se sigue suministrando armas al Gobierno de Pretoria, se sigue participando en actividades deportivas, que Botha capitaliza en su beneficio. No se puede olvidar que los racistas de Pretoria se autodefinen, precisamente porque son blancos, como hijos de la civilización europea. El antiguo presidente de la República Italiana, Sandro Pertini, denunció en una reciente manifestación de masas, en Roma, que la noticia de la ejecución del poeta negro Benjamín Moloise fue seguida en las pantallas de televisión por los bólidos de fórmula 1 que participaban en una carrera en África del Sur. "No se pueden ya tolerar", dijo, "condenas formales del apartheid; es necesario que Europa y Occidente realicen actos concretos contra esa vergüenza de la humanidad"
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