Contradicciones de la política francesa
FRANCIA SE encuentra a tres meses de las elecciones parlamentarias, y esa perspectiva está determinando toda la vida política. El incidente que ha ocurrido con motivo de la visita del general Jaruzelski a París es inexplicable si no se coloca en ese marco. Brevemente, los hechos han sido los siguientes: Fabius declaró ante el Parlamento que la decisión del presidente de recibir a Jaruzelski le había turbado; la respuesta de Mitterrand ha sido que esa decisión correspondía exclusivamente al presidente de la República, y citó ejemplos en los que De Gaulle tomó decisiones trascendentales -la visita al Estado Mayor en Baden-Baden en 1968 sin informar siquiera a su primer ministro-. En el trasfondo de ese debate está la necesidad que tiene Mitterrand de preparar una situación sin precedentes en Francia, que se producirá con toda probabilidad a partir del próximo mes de marzo: gobernar con una mayoría de signo político distinto al suyo.El sistema presidencial francés, establecido por el general De Gaulle en la Constitución de la V República, tiene rasgos muy particulares. Por un lado, el presidente tiene poderes considerables para dirigir la gran política, en el plano exterior e interior; a la vez -contrariamente al sistema norteamericano-, hay un primer ministro que tiene que contar con una mayoría en el Parlamento, y las competencias respectivas de uno y otro no están claramente delimitadas. Además el presidente es elegido para siete años y el Parlamento para cinco. En el caso actual, ese desfase, de 1986 a 1988, puede ser decisivo. Hasta ahora, De Gaulle, Pompidou, Giscard d'Estaing y Mitterrand han podido designar un primer ministro de su misma familia política. Pero los sondeos indican que los partidos de derecha y de centro obtendrán la mayoría en las elecciones de marzo de 1986. Ante esa eventualidad, Mitterrand ha anunciado ya que él seguirá desempeñando sus funciones, y por ello necesita preparar su cohabitación con un primer ministro y un Gobierno de centro-derecha.
Los signos de esa preparación son de diversa índole. Mitterrand está dando un ritmo desbordante a su actividad: en escasas semanas visita provincias francesas, Londres y las Antillas; recibe en París a Gorbachov, Hassan II y Jaruzelski; asiste a la cumbre de Luxemburgo. Además están previstas dos entrevistas con el canciller Kohl en este mes, y actualmente, el gran show de la francofonía y de la reunión de países africanos de esa zona. El desacuerdo con Fabius ha sido una ocasión ópitima para dar una definición, al más alto nivel, del terreno reservado del presidente de la República. Forma indirecta de anunciar que, incluso si está obligado mañana a designar un primer ministro no socialista, las grandes opciones de la política francesa no se modificarán hasta 1988. Mediante esta cohabitación, quizá algo artificial, con un primer ministro socialista, indica que la cosa podrá funcionar después de las elecciones con un primer ministro de centro-derecha. Entre las fuerzas de derecha, un sector importante, con Raymond Barre, niega la posibilidad de la cohabitación. Y Mitterrand está interesado en debilitar esas actitudes intransigentes, en desdramatizar esa perspectiva, extraña y sin antecedentes, de un presidente y un Gobierno con posiciones políticas fundamentalmente opuestas.
El Partido Socialista está volcado en la precampaña electoral. Los últimos sondeos indican cierta recuperación, con una subida de las intenciones de voto a su favor del 24% al 27%. Algunos ministros han adelantado además la posibilidad, si alcanzasen el 30% de los votos, de un Gobierno socialista minoritario. Será decisiva la tendencia que se vaya definiendo en las próximas semanas. Los partidos del centro y la derecha (al margen de los ultras de Le Pen) han llegado a un cierto número de candidaturas unidas, pero las discrepancias entre sus principales dirigentes son serias y salen a la superficie con frecuencia. Otro factor importante es que en la política francesa se manifiesta cierta crisis de los partidos, y los votos van a decidirse mucho más por el prestigio y el carisma de tales o cuales dirigentes que por la referencia abstracta al programa de un partido. Los dirigentes socialistas más brillantes, Rocard, Fabius, Jospin, se reconciliaron en el último congreso de Toulouse, pero cada uno de ellos está preparándose para la batalla de la sucesión, que se abrirá antes de 1988: Fabius y Rocard, con una apertura hacia el electorado del centro; Jospin, más fiel a la tradición de la izquierda.
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