Dimisión en la Generalitat
EL ELEMENTO fundamental de la crisis abierta ayer en la Generalitat con la dimisión de dos miembros del Gobierno catalán es la anticipación con que se ha producido respecto a los propósitos del presidente Pujol, quien ha reconocido públicamente no tenerla prevista para antes de unos meses. Ni Joan Rigol, titular de Cultura, ni Francesc Sanuy, responsable de Comercio y Turismo, militan en Convergència i Unió (CiU), y ambos habían solicitado el relevo, cansados del desgaste a que les sometía el partido por su falta de obediencia a las directrices que les suministraban, y de la oposición interna en el departamento, en el caso del conseller Rigol, y de desatención institucional hacia su persona, en el de Sanuy. Pero el presidente de la Generalitat quería deslindar en el tiempo su sustitución de la sensación de crisis financiera y de pesadez política que predomina en Cataluña desde el verano.Hasta hace pocos meses, muchos catalanes tenían la casi unánime consideración de que los problemas económicos de la Generalitat se debían exclusivamente a un ahogo de la Administración central; un ahogo deliberado, precisamente para vaciar de prestigio político a la autonomía catalana. Pero en este último trimestre han trascendido con toda crudeza los aspectos concretos de problemas tan delicados como el déficit sanitario catalán o la baja recaudación de los impuestos cedidos, que han desencadenado un debate sobre la capacidad de gestión del Gobierno de Pujol. En este contexto, el afloramiento de otros problemas -como los que están detrás de estas dos dimisiones- es particularmente incómodo para el presidente de la Generalitat.
Vale la pena ahondar en las circunstancias de lo sucedido en Cultura. Los esfuerzos de Joan Rigol para sumar a las iniciativas de la Generalitat a las capas intelectuales de todas las corrientes políticas, se concretaron en un pacto cultural con las principales instituciones de Cataluña, independientemente de los partidos que las controlan. Rigol recibió no sólo la abierta contestación de amplios sectores convergentes, sino también la humillación concreta de que el único presidente de diputación que milita en CiU, el de Tarragona, se negara ostensible y públicamente a rubricarlo. Y no acabaron ahí los problemas del conseller ante la necesidad de imponer recortes presupuestarios de cara a 1986, a la espera de pactar una nueva fórmula de financiación autonómica, Pujol decidió prorrogar para 1986 los presupuestos de la Generalitat de 1985, con lo que se desprovee a Cultura de los recursos necesarios para aplicar el pacto cultural. La dimisión de Rigol no es un relevo de trámite en una cartera cualquiera, como no lo fue su entrada en el departamento, sustituyendo al polémico, Max Cahner. Su sustitución marcará los horizontes de la futura política cultural de Pujol. No van desericaminados quienes consideran que este departamento se ha convertido en el termómetro más sensible del estado de la autonomía catalana.
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