Jugar con fuego
LOS ARTEFACTOS -palabra suficientemente ambigua como para encubrir su verdadera definición- que han caído sobre los civiles en Madrid y en San Fernando no han causado víctimas: las han rozado. Han creado una alarma que excede de los puntos locales de los dos sucesos y nos atañe a todos, sobre todo si los relacionamos con otros hechos similares del pasado muy reciente en campos de tiro, maniobras, acuartelamientos o carreteras. La repetición sobrepasa las simples explicaciones de racha o azar y se constituye en amenaza. No sabemos en qué momento puede caer en cualquier punto algo que pueda ser mucho más grave, y hay que pensar que se pueden y deben tomar medidas para que no ocurra jamás. Cada uno de estos incidentes ha sido seguido, además de por la obligada petición de excusas y reparación de los daños -que desde luego inauguran formas de comportamiento y responsabilidad cívica en el estamento militar, muy de elogiar por lógicas que parezcan en una democracia- por la promesa de que no sucedería más. No ha sido así. Pero no se ve el funcionamiento de la justicia ordinaria para averiguar culpabilidades, castigar a los responsables y fijar en su justo término las reparaciones a los dañados. La fiscalía es más activa en querellarse contra un escritor como Gala, acusado de ofender al Ejército, que en defender los derechos de los ciudadanos, y su seguridad, objetivamente agredidos con hechos como los que comentamos.La chapuza es un hábito nacional que preocupa ver extendido también a los profesionales de los ejércitos, minuciosamente adiestrados para la eficacia, precisamente por la naturaleza arriesgada, aun en tiempos de paz, de su profesión. Trabajan con un material necesariamente mortífero y con un personal -los reemplazos- no solamente no especializado en ello, sino con frecuencia no especializado en nada, en razón del abandono en que está la juventud española, y al que no da tiempo, durante su estancia en filas, de familiarizarse con las armas y sus alrededores, que están adquiriendo una complejidad cada vez mayor. Las chapuzas a estos niveles pueden convertirse en sucesos luctuosos.
La idea de que el ministerio de Defensa esté pensando ahora en evitar que haya vuelos militares sobre las poblaciones es todo un anacronismo en estas cuestiones de seguridad. Los acuartelamientos deben estar suficientemente alejados de las zonas habitadas, las armas no deben portarse en ellas más que cuando el servicio lo requiera, los campos de tiro no han de situarse en la proximidad de núcleos civiles, los vehículos militares han de estar conducidos por gente capaz. Y sobre todo esto, la profesionalidad debe estar presente en todos los actos militares y en su material, que ha de ser suficiente y continuamente revisado.
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