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CONCESIÓN DEL PREMIO CERVANTES 1985

Gonzalo Torrente Ballester: "Mis libros intentan explorar, mediante la palabra, mundos imaginarios"

El jurado no se puso de acuerdo sobre el nombre de Torrente Ballester más que al cabo de "largas deliberaciones y tres votaciones", según dijo el ministro de Cultura, Javier Solana, al anunciar el premio. Fuentes próximas al jurado indicaron a EL PAI S que Torrente Ballester ganó por un solo voto a Mario Vargas LLosa; el novelista peruano, presentado por la academia peruana de la Lengua, no había figurado en las listas periodísticas de posibles candidatos al premio. Antonio Gala, miembro del Jurado designado por el presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana, propuso a María Zambrano, pero este nombre no prosperó.En el aeropuerto de Lausana (Ginebra), adonde llegó pasadas las 18.00 horas de ayer, el escritor declaró a Radio El País que, tras haber sido una especie de "escritor maldito" durante muchos años, como le había dicho el periodista, recibe este premio -tras el Príncipe de Asturias de las Letras y el Nacional de Literatura- con "cierta frialdad y una sonrisa encima".

50 años de profesor

Gallego, de 75 años, afincado en Salamanca desde hace 10; casado, 11 hijos, de los que siete viven en el domicilio familiar; cinco nietos. Ésta sería la ficha de un personaje que fue profesor de Literatura durante casi 50 años y que, tras su jubilación, inició una actividad viajera que le mantiene en forma, aunque le impida escribir todo lo que debiera.

Torrente Ballester tiene aspecto severo, gafas oscuras y es aparentemente tímido, aunque también arrogante. Pasa gran parte de su tiempo fuera de casa: "Viajando tengo disculpa para no trabajar, porque soy muy vago". Por eso escribió Memorias de un vate vago y por eso dice: "Escribo cuando me da la gana" o "He dejado de trabajar por pereza"...

Sin embargo, desde que en 1981 recibió el Premio Nacional de Novela, tras la publicación de La isla de los jacintos cortados, Torrente ha escrito Dafne y ensueños, Quizá el viento nos lleve al infinito y La rosa de los vientos. Obras cortas, según él, pero cuidadas. "Una cosa es que publique más y otra que escriba más. Si te tomas la molestia de comparar el tamaño de mis libros de ahora con los de antes verás que escribía libros gordos y distanciados y que ahora los escribo flacos y próximos el uno al otro. El esfuerzo es el mismo".

"Lo que pasa", dice, "es que el tiempo no corre en balde y uno tiene conciencia de que le queda menos. Hace 10 años o hace 20, yo concebía una obra de gran aliento, de gran tamaño, pensando que tenía tiempo de terminarla. Ahora nunca tengo esa seguridad mínima de que voy a tenerlo. Entonces la concibo más breve".

.¿Que puedo morirme en cualquier momento? Sí, sí. ¿Dejar un libro inacabado? Sí, sí. Lo tengo presente de manera natural, no dramática. Si se piensa que soy un hombre mayor, el momento definitivo, o como quiera llamarse, está cada vez más cerca; y como es imprevisible, si me meto a escribir una obra, pienso que no sea tan larga que necesite seis años, sabiendo que yo no voy a vivirlos".

En medio de libros, que forran las paredes de un no demasiado amplio despacho, Torrente se sienta junto a una mesa camilla con faldilla. Dos o tres sillas están llenas de papeles y álbumes de fotografías. Los cerca 15.000 libros que posee se reparten entre este estudio, una antesala mayor y los cuartos de los chicos. En las paredes, ni un solo hueco. Combina sus viajes con una vida familiar, según él, natural. Sus cuatro hijos mayores viven en Madrid. Una de sus nietas, de 23 años, es mayor que la segunda de las hijas que viven en casa. "La emoción de los nietos nunca ha sido grande para mí, porque tengo hijos menores. Y porque no les veo mucho; de los cinco, cuatro viven en Madrid. Me casé a los 21 años largos y tuve el primer hijo a los 23".

Torrente insiste en que siempre hace lo que le parece. No planifica su vida. Desde que se jubiló, hace cinco años, no tiene horario de trabajo ni familiar. "Mi familia anda por ahí, come conmigo, les veo, hablo con todos. De una manera natural. Si trabajo, cierro la puerta y no me entero, salvo que griten mucho". Depende de las menudencias que ocurran en el domicilio familiar, explica.

La familia Torrente se cambió de casa hace dos años. Un matrimonio, la mujer, María Fernanda, y siete hijos, ya jóvenes, entre 17 y 24 años, requieren mucho espacio. Junto a la puerta del piso han colocado un cartel escrito a mano: "Asegúrate de que el ascensor queda cerrado".

Las relaciones entre Torrente y sus hijos están marcadas por el estilo de un profesor con muchos años de docencia. "Les concedo bastante libertad e intento que tengan responsabilidad. Ellos saben lo que tienen que hacer, pues que lo hagan". Pero siempre está dispuesto a atender las consultas que le plantean. Los hijos del escritor se molestan a menudo cuando les señalan como los hijos de Gonzalo Torrente. "No les hace gracia que su personalidad dependa de ser hijos míos; quieren tener la suya propia". En una ciudad pequeña como Salamanca, en la que Torrente es una de sus figuras más populares, les es muy difícil pasar inadvertidos.

Los chavales, sin embargo, están imbricados en la ciudad de Salamanca, que ha concedido al cabeza de familia el título de hijo adoptivo, y como otros jóvenes en los últimos años, Francisca, en los meses de noviembre y diciembre, regenta cada año un puesto de castañas desde que empezó su carrera, hace cuatro. Pero ninguno de ellos ha utilizado el nombre de su padre para conseguir ver cumplidas sus aspiraciones.

Escritor marginado

"Algunos sectores me tienen por un señor antipático y serio, y yo no creo ser ni serio ni antipático. Otros me tienen por un señor distante, y soy una persona bastante accesible, quizá más de lo que debiera, porque muchas veces pierdo el tiempo atendiendo a los demás. Pero a mí no me preocupa demasiado la imagen", dice.

Esta despreocupación, al menos aparente, de Torrente, afecta también a su trabajo. Sabe que muchos lectores no pasan de sus primeras páginas y no le importa. Uno de los disgustos que ha arrastrado a lo largo de los años, la falta de reconocimiento de su Don Juan, que escribió en 1963, empieza a diluirse, porque es la primera de sus obras que se traduce a una lengua extranjera, el alemán, y porque ya hay varias tesis escritas sobre ella. Le agrada este reconocimiento, más incluso que esa admiración popular que surgió tras la difusión televisiva de Los gozos y las sombras.

"Hay dos clases de personas: las que son capaces de superar la dificultad de las primeras páginas y las que no son capaces. Éstas no tienen nada que hacer. Mi temática y mi manera de escribir no les interesa. Al lector que busca en la novela un reflejo de cómo él ve la vida, difícilmente pueden interesarle mis obras. El lector que lee mis libros va buscando en ellos lo que no sabe del mundo". Torrente se proclama un escritor no realista, preocupado por lo imaginario y por lo mágico. "Los argumentos que están de moda no me interesan. En este sentido, soy un escritor marginal y, en cierto modo, marginado".

Sus referencias al pasado le llevan también a esta conclusión. Torrente ya no se lamenta del silencio estúpido que acogió su Don Juan y que le impulsó, años después de recibir el Premio de la Fundación Juan March, en 1959, a abandonar España y pasar seis años en Estados Unidos como profesor emérito. Pero sabe que no es escritor de éxitos de venta. "Una cosa es que tenga cierta fama y otra que mis libros se lean vorazmente".

Torrente no echa de menos su trabajo de profesor. No tiene tiempo y tampoco se encuentra con energías vitales para ejercer esta tarea. Pero todavía recuerda la mayoría de las caras de los alumnos que encuentra por la calle. Cuando está en Salamanca, continúa paseando por las mañanas y recibe a sus visitantes en algún viejo café de la plaza Mayor. Su trabajo se ve dificultado por la dificultad de su visión defectuosa; pero, cada que vez que algún entrevistador llega a su casa, emplea los primeros minutos del encuentro en escudriñar detenidamente la grabadora que servirá para recoger el testimonio.

La tecnología le interesa, aunque, para él, a la modernidad se llega por la educación. También los medios de comunicación. Y los utiliza. Hace fotografías; ahora ya conversa con los responsables de la Casa Municipal de Cultura de Salamanca para presentar una exposición de sus trabajos, dedicados especialmente a recoger imágenes de edificios y de árboles. Graba películas antiguas de la televisión. Y compra todos los días "dos periódicos de ideología distinta".

Gonzalo Torrente pone fin a la entrevista. "Podría decirte, por ejemplo, que soy un escritor que intenta explorar, mediante la palabra, los mundos imaginarios". A ese escritor acaban de concederle el Premio Cervantes.

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