_
_
_
_
PREMIO DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS

Julio Caro Baroja: "Soy un dimisionario"

El galardón sorprendió a un hombre renacentista que detesta competir

PEDRO SORELA La noticia de que había sido elegido para el Premio Nacional de las Letras Españolas dejó ayer a Julio Caro Baroja estupefacto. No hace muchos días que le dieron el alta de una infección que le mantuvo postra do en octubre, "como nunca lo había estado", y aunque sabía que era candidato, consideraba el premio como una remota posibilidad en la que ni había pensado". "Soy un dimisionario", dice quien siempre ha detesta do toda competición y cavila sobre la forma de que los hombres sean apreciados por sí mismos, sin comparaciones.

Más información
Locura y documentación

A sus 71 años, Caro Baroja se desprende poco a poco de ese largo respeto que tuvo siempre por "la asepsia nórdica" y se vuelve hacia el sur. Sucesos como el del campo de fútbol de Bruselas, o hecatombes como la última guerra mundial, le han hecho pensar que, "en eI fondo hay un poco de tartufería" en la idea de que el norteño es más flemático y más listo. Caro se vuelve hacia Italia, que es su debilidad, hacia Nápoles, su capricho, y recuerda que toda la canción moderna viene de allí.Preso de zozobra como dijo con su lenguaje preciso, el escritor recibió la confirmación del premio por el ministro de Cultura, Javier Solana, a las 4.25 de la tarde, la agradeció y después de colgar el teléfonos e mostró preocupado por la gente contra la que le habían obligado a competir, algo que detesta y que ha evitado cuidadosamente durante 71 años.

La llamada quebró en dos una tarde despejada de dos grados de frío que, a esa hora, se esforzaba por apagar los ocres encendidos del parque del Retiro, frente a la casa de Caro Baroja. Vive en un séptimo lleno de luz, a pocos pasos de la que fuera la casa de Ramón y Cajal, no lejos del domicilio de Ortega y Gasset, a la vuelta de la esquina de María Zambrano. La pensadora fue profesora suya en el Instituto Escuela, producto de la Institución Libre de Enseñanza.

Nadie negaría que Caro Baroja es un hombre renacentista -esto es, un producto muy acabado de lo que pretendía el ideario de la Institución Libre de Enseñanza-, y sin embargo parece bastante escéptico sobre la educación. Se negó en su día a concurrir a cátedra, en los tiempos en que era preciso "un informe de la Falange, la guardia civil y la parroquia", y el año pasado se jubiló como catedrático extraordinario en la universidad del País Vasco, tras una experiencia de tres años. No lo añora: "Los alumnos están sobrecargados, cansados, y se nota".

Reconoce en cambio el magisterio de su tío, Pío Baroja, con quien vivió 42 de los 84 años del novelista, y cuya figura nunca ha pesado sobre su espalda. El tío Pío le guió entre las lecturas, "sin imponer nunca su gusto", y el tío Ricardo por la pintura.

De Ricardo Baroja son los cuadros clásicos y algo melancólicos que cubren las paredes del sobrio despacho madrileño, salvo un retrato grande de la madre, "que tiene un gesto duro que mi madre no tenía", explica el escritor. Él mismo es un dibujante notable, aunque dice que "para uso interno", es decir, para ilustrar sus trabajos de investigación. Cuando una vez se le ocurrió exponer en San Sebastián, le compraron todo, y suya es una de esas muestras itinerantes del Ministerio de Cultura. Su lápiz es fino y tiene humor.

También toca la flauta, muy bien al parecer, y sobre todo escucha música que, dice, le ha ayudado toda su vida. Sobre una mesa, un disco de sonatas de Weber interpretadas por Rampal. Toda esta actividad de caballero cultivado es lo que él llama "esfuerzo desinteresado"; -recuerda que la gente lo suele considerar pérdida de tiempo, y explica que, por lo que a él respecta, es lo principal. Para hacerse perdonar dice que es un solterón con tiempo.

Itzea, una casa sobre el río

Pero también él tiene más proyectos que tiempo. No ha podido, por ejemplo, redactar las conclusiones de su larga investigación en Marruecos, cuando realizó aquella sobre el Sáhara que le dio un prestigio de anciano de la tribu entre la gente del desierto, pues sabía tradiciones que ellos desconocían. Caro evoca y lamenta la forma en que España se marchó del Sáhara.

Con la misma pulcritud con que se alinean sobre el despacho siete lápices bien afilados,- en una mesa se amontonan libros de época, en evidente buen estado. Y es que el escritor les da. atenciones -de bibliófilo -los inyecta, les repasa las letras, los recose- antes de llevárselos a su casa de Itzea, en Vera de Bidasoa, una mansión de piedra que como indica el lugar está en el borde de España, sobre el río, a tiro de piedra de Francia. Allí se sentaba a pensar Pío Baroja frente a la puerta, y cuando algún aldeano le preguntaba "Qué, don Pío, ¿descansando?", él decía: "No. Trabajando". Y cuando le sorprendían cultivando la huerta y le preguntaban ¿trabajando?", el decía: "No. Descansando".

Allí, donde Julio Caro pasa la mitad del año, guarda la familia más de 30.000 libros, y pronto será difícil meter más. No tanto por problemas de espacio, explica el escritor, como por el deseo de agruparlos por temas: antropología, historia, literatura clásica española, los múltiples intereses del escritor, que ahora investiga sobre criminalidad a través de la literatura española -es falso el clisé del bandido libertario, explica-; prepara una Historia de la Fisiognomía, esa ciencia que investiga el carácter de las personas a través de sus rasgos; y lleva laboriosamente un diario -más de años ya- con el exclusivo objeto de investigar algún día sobre la memoria.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_