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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

10 años después

El décimo aniversario de la muerte de Francisco Franco sirve de ocasión o de pretexto para una recapitulación general de los logros conseguidos, de las expectativas frustradas y de los conflictos irresueltos a lo largo de la última década. En términos de consolidación de las instituciones democráticas y de avance de las libertades, el balance es tan claramente positivo que su glosa parece innecesaria. Lo más notable es que comienzan a incorporarse a la vida adulta los hombres y las mujeres de una generación para quienes la dictadura franquista -que apenas conocieron- resulta una fantasmagoría casi incomprensible, un anacrónico vestigio de los regímenes autoritarios o fascistas derrotados en la II Guerra Mundial y un sistema incompatible con las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas de esa Europa a la que España se integrará oficialmente en 1986. Durante estos 10 años, los efectos de la crisis económica, agravada por las imprevisiones de la tecnocracia que gobernó la última fase del franquismo, han podido ser paliados gracias a los acuerdos entre organizaciones empresariales y centrales sindicales representativas y a la política redistributiva de los subsidios de desempleo. Aunque el terrorismo de ETA siga cobrando su sangriento tributo, cualquier variante de continuismo franquista no sólo no hubiera logrado impedir sus crímenes, sino que habría ampliado las bases sociales del nacionalismo violento a costa del moderado y democrático. Pese a las dificultades de configuración de la nueva distribución territorial del poder, el Estado de las autonomías ha abierto caminos practicables para la solución de los litigios históricos con Cataluña y el País Vasco. La conclusión de las negociaciones con la Comunidad Económica Europea ha puesto fin a un aislacionismo que amenazaba con descolgar definitivamente a España del mundo desarrollado.

Los 10 años transcurridos desde el 20-N de 1975 también han creado la distancia temporal imprescindible para que los historiadores puedan comenzar a analizar con perspectiva los fundamentos, las características y la evolución interna del régimen franquista. Dado que 1986 marcará el cincuentenario de la sublevación militar contra las instituciones de la II República, ruptura de la legalidad que se halla en el origen del llamado Estado del Dieciocho de Julio, nuestra historiografía se beneficiará de los alicientes de esas sucesivas rememoraciones para proseguir sus tareas de documentación y esclarecimiento. Pero si la servidumbre de la historia en aras de la política -la utilización de las investigaciones sobre el pasado para influir sobre el presente y para modificar el futuro- existe incluso cuando el objeto se remonta varios siglos atrás, tal y como demuestran las polémicas en torno al V Centenario, será difícil que la historiografía sobre la Guerra Civil y la dictadura consiga la autonomía precisa para instalarse por encima de las luchas por el poder de nuestros días. En cualquier caso, el dictador gustaba de presentarse como responsable únicamente ante Dios y la historia. Desconocedores del juicio divino, no nos cabe la más mínima duda de que la historia tiene razones sobradas para ser más severa con quien mantuvo viva la llama del enfrentamiento civil, de la violencia y la guerra entre los españoles durante casi medio siglo.

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