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Tribuna:MADRID RESUCITADO
Tribuna
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Callao

Necesitaba la renacida ciudad un símbolo, mascarón de proa de las nuevas olas, logotipo, imagen de recambio que arrebatase a la Cibeles su agrario cetro, erigiéndose en monolito indicador de la vocación cosmopolita de la urbe.El edificio Capitol de la plaza del Callao surgió entonces como espontáneo candidato, al converger sobre su torre, tapizada de neones, la visión intuitiva de fotógrafos, pintores, diseñadores y dibujantes.

Más Picadilly que Manhattan, se asemeja la plaza del Callao a un gran escenario encartelado con las rutilantes efigies de los divos de la pantalla o de los cómicos del cabaret. Telones que ondean a los cuatro vientos de esta encrucijada que se alegra con las rotundas cariátides de cartón que marcan la ubicación de una cercana sala de fiestas.

Callao, espectáculo permanente en el que miles de ajetreados actores se cruzan ante los asombrados ojos del público, que descansa en los bancos de piedra que la última remodelación instaló en el centro de la plaza.

La anémica fachada de Galerías Preciados, estratégicamente situada en el estrechamiento de un embudo que desemboca en la Puerta del Sol, atrae como un imán a las voraces compradoras, expertas en oportunidades, licenciadas en rebajas y ofertas que en muchas ocasiones enlazan con el vecino Corte Inglés, hacen escala en algún corrillo de los que se forman alrededor de artistas, charlatanes o buhoneros, y salen al fin por la Puerta del Sol, estorbadas por las múltiples bolsas de plástico que certifican el éxito de su incursión.

Otro comercio que le dio a la plaza cierta fama fue Segarra, orgullo de la industria nacional, fabricante de los más resistentes y duros zapatos, toscos y económicos, blindados por dentro y por fuera, que atormentaban a los niños y les perseguían con saña hasta el servicio militar, ya que la firma modelo proveía en exclusiva a los ejércitos con un calzado prácticamente indestructible.

Sobre los restos de aquel privilegiado emporio, que garantizaba sus productos a perpetuidad, se alza un templo de la fugacidad, establecimiento especializado en comidas rápidas y hamburguesas cuadradas.

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Tampoco J & J es lo que era; situada en los bajos del Palacio de la Prensa, esta discoteca agrupó a los pioneros de la modernidad y del pop a finales de los años sesenta, compitiendo con el cercano Royal Bus para darle un toque londinense a esta zona de la Gran Vía.

La Asociación de la Prensa se instaló en un orgulloso palacio, escuela de Chicago, obra de Pedro Muguruza en 1928, pero su liderazgo arquitectónico iba a quedar en entredicho unos años más tarde con la construcción del edificio Carrión (Capitol), de Martínez Feduchi y Eced, que sigue conservando en su interior una atmósfera casi cinematográfica de hotel americano de los años treinta.

Claro que en esta plaza son Precuentes las alucinaciones fílmicas, ya que en ella y en sus alrededores se encuentran los coliseos más espectaculares que la capital dedicó al cinema, palacios surcados por lujosas escalinatas, con amplios vestíbulos y ostentosos mármoles, que se diría quieren prolongar a la vida real los ensueños de la pantalla.

Entre la decadencia generalizada de la Gran Vía, producida en gran parte por el espeso tráfico y la dificultad de aparcamiento, lucha esta plaza por la supervivencia con el arrojo de aquel gallardo almirante, Méndéz Núñez, que en la batalla del Callao, cuya efemérides rememora este lugar, pronunció una frase heroica que revolucionó la estrategia naval: "Más vale honra sin barcos que barcos sin honra".

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