Jaruzelski abandona la presidencia del Gobierno y asume la jefatura del Estado
El máximo dirigente del Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP, comunista), general Wojciech Jaruzelski, que asumió el poder en Polonia durante los cruentos enfrentamientos de 1981, dimitió ayer como primer ministro del país y fue inmediatamente elegido jefe del Consejo de Estado, el órgano de la presidencia colectiva del país. Para el puesto dejado vacante por Jaruzelski fue elegido Zbigniew Messner, viceprimer ministro y miembro del Politburó. Messner deberá presentar un nuevo Gabinete para su aprobación por el Parlamento la semana que viene.En una sesión televisada del nuevo Parlamento, Jaruzelski, de 62 años, presentó su dimisión del cargo de primer ministro, pero no de la secretaría general del POUP, donde reposa en realidad el poder en ese país.
Ante los nuevos parlamentarios elegidos el pasado mes de octubre, que le tributaron una cerrada ovación, Jaruzelski fue elegido a continuación presidente en sustitución de Heryk Jablonski, de 75 años. Jablonski llegó a este cargo en 1972 y en 1981 firmó la proclamación de la ley marcial declarada por Jaruzelski para suprimir el sindicato independiente Solidaridad, que a partir de entonces pasó a la clandestinidad.
El nuevo primer ministro tiene 56 años y es profesor de Economía. Es precisamente en el campo económico en el que ha desarrollado su actividad dentro del Gobierno de Jaruzelski, del que entró a formar parte hace dos años. No habrá grandes sorpresas. Se espera que siga de cerca la política de su predecesor. Parece seguro que Jaruzelski va a mantener su puesto de jefe de las fuerzas armadas polacas, que conservó cuando cesó como ministro de Defensa en 1983, pero no ha habido ningún anuncio oficial al respecto.
Fuentes cercanas al POUP manifestaron que aparentemente Jaruzelski intenta transformar el papel del Consejo de Estado, que hasta ahora se ha limitado a funciones puramente ceremoniales.
Otros medios aseguran que la decisión del número uno polaco de dejar el Gobierno pretende ser una señal para Moscú y otros aliados del bloque soviético, así como para Occidente, de que la estabilidad política se ha restaurado tras el cataclismo de Solidaridad.
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