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Fernando VI

Madrid tiene su Gaudí apócrifo en el palacio de Longoria, obra del arquitecto Grases Riera, chata construcción modernista que contiene primorosas muestras de un tipo de arquitectura no muy frecuente en la ciudad. Innumerables e improvisados cicerones, que unían su desparpajo a su falta de información, señalaban este casón donde se alberga la Sociedad General de Autores como obra legítima de Gaudí, y el rumor todavía tiene partidarios en la urbe.Hecho a la medida de un banquero, el palacio de Longoria guarda sus mejores tesoros en el interior, con una espectacular escalinata y unos techos labrados con mucha filigrana.

En ocasiones señaladas coinciden en la ventanilla de esta institución los más reputados autores del teatro, el fólclor y las variedades, que esperan pacientemente su turno en una sala en la que se reproducen los ordenadores bajo un marco de inverosímiles palmeras.

El edificio hace esquina con la calle de Pelayo, corredor gay cuando la noche cae y se descorren las cortinas de los pubs. Haciendo juego con la azucarada arquitectura del palacio, unos metros más allá, en la misma acera de Fernando VI, se encuentra La Duquesita, confitería fina y rococó, bombonera acolchada, remanso de otro tiempo cuando lo dulce no inspiraba recelos y la gente comía por el placer de comer, ajena a las calorías, hidratos y demás zarandajas dietéticas; santuario del pestiño, del bartolillo y del bizcocho borracho.

En la acera de enfrente, el veterano pub de Santa Bárbara, construido sobre una antigua cervecería, reducto a finales de los años sesenta de la barbada progresía, aula de conspiración, parlamento de tribunos frustrados alrededor de un barro de cerveza. Inmutable decoración en chester, con escenas de caza inglesas y sofás desvencijados que todavía conservan la huella de las más célebres posaderas del antifranquismo universitario y alcohólico. Punto de encuentro todavía de los mismos guerreros, tertulia de ex combatientes reciclados en funcionarios, abogados o cantautores.

Barrio de moda

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La librería Antonio Machado es otro hito de esa vieja y reciente historia, blanco favorito de los ataques ultras, víctima propiciatoria de las iras de los iluminados e iletrados guerrilleros de Cristo, embadurnada de pintura, asaltada, hollada por las pezuñas de los bárbaros impunes.

Ahora el barrio se ha puesto de moda. En Argensola y Campoamor, afluentes de Fernando VI, se multiplican vertiginosamente las boutiques, y los escaparates de los viejos comercios se dejan invadir por los trapos más audaces.

a pasare a es el Café Universal, que ofrece para el lucimiento un largo pasillo entre las mesas. En el Universal se concentran intelectuales, periodistas, filósofos, traficantes, modelos, gigolós, artistas, poetas y peluqueros de señoras. Es un lugar escueto, severo, sin muchas veleidades decorativas, donde predomina el alcohol y las únicas sustancias sólidas son las rodajas de limón que nadan en las bebidas.

Frente al Universal, ríos de cerveza y de cubalibre barato pasan bajo el puente del Kwai, que, pese a su exótico nombre, es un bar de neto sabor asturiano y rico color local que goza de una parroquia joven y agradecida por el precio y el trato familiar.

Por las mañanas ondea el expresivo toldo de Tomad mucha fruta, reclamo de un prestigioso establecimiento del ramo, y cerca del cruce de Barquillo, una clásica pescadería ventila sus criaturas marinas. Si semejantes visiones excitan el apetito en este corto tramo se puede poner remedio con la cocina de El Patio de Lucas. Breve pero completa, la calle de Fernando VI acumula opciones muy diversas, aunque la estrechez de sus aceras impida muchas veces detenerse a los viandantes.

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