Sainz Rodríguez entra en la Academia de la Historia tras haberla vivido
'Mi aportación ha sido hacer lo posible por que volviera la Monarquía"
Se podría decir que cada arruga del rostro venerable de Pedro Sainz Rodríguez es un capítulo de historia, pero no es cierto: pese a sus 87 años, Pedro Sainz Rodríguez tiene pocas arrugas y, en cambio, muchísimos recuerdos. Donde se le adivina la experiencia es en la mirada, que sigue siendo la de un hombre que piensa por su cuenta. Diputado en la II República, consejero de Sanjurjo, primer ministro de Instrucción, Pública con Franco, exiliado y consejero de don Juan durante 27 años portugueses, este catedrático de Lengua, autor de una Historia de la literatura mística española de cita obligada, se ha decidido a entrar hoy en la Academia de la Historia, décadas después de su e elección, con la autoridad de quien además de escribirla la ha vivido.
Sainz Rodriguez aceptó una cartera en el primer gobierno de Franco, en medio de la guerra, sin el entusiasmo obligado hacia el pensamiento de un militar a quien él había conocido de jóven oficial, en Oviedo, mientras le hacía una corte, insistente a doña Carmen Polo. El padre de ésta no quería. "Es un oficial de la Legión", decía el futuro suegro, "y ese es oficio tan peligroso como el de torero".La condición que puso Sainz Rodriguez para aceptar la cartera de Instrucción Pública -que él bautizó De Educación- fue la de retirarse tan pronto acabara la guerra. Así lo hizo. Entretanto, el cargo le había costado 300.000 pesetas de las de entonces, pues no hacía uso de los gastos de representación y su mesa en Vitoria tenía siempre diez puestos. Sólo había aceptado una escolta militar, en aquellos tiempos de centuriones, el día en que fue a inaugurar el museo de Marcelino Menéndez y Pelayo, él pensador de quien se reclama discípulo, como atestiguan tres fotos colgadas en uno de los escasísimos espacios que dejan los libros en su casa de Madrid.
La biblioteca de Pedro Sainz, Rodriguez es tan famosa que a ella acuden los estudiosos como si se tratara de una biblioteca pública. Allí se les puede ver entre semana, consultando ediciones de mística o crítica literaria que son codicia de bibliófilo, mientras dos o tres ayudantes del profesor escriben fichas incansablemente y clasifican 25.000 libros. No caben. Muchos de los libros han saltado a un piso vecino de 135 metros cuadrados, donde se alinean en las estanterías de a tres en fondo, y las fichas han echado a la calle las plantas y los geranios y ocupan las terrazas e un piso alto, de un edificio bien moderno, en una Avenida América cruzada por autopistas. "Este Madrid me da cierta tristeza" -dice Sainz Rodriguez en su despacho en penumbra- "Es demasiado grande. Yo estaba habituado al Madrid de los Austrias, pequeño, simpático, acogedor".
Una 'chaise longue'
"Franco era un militar, formado en la guerra de África, que llevó a la vida pública sus concepciones militares. Creía en la disciplina. De jóven, en Oviedo, era igual que más tarde: Cauto, muy cauto."Sainz Rodriguez pasó a la oposición al franquismo -esa oposición de tiranteces más que de enfrentamientos que mantenían los monárquicos juanistas- cuando comprendió que Franco daba largas a su promesa de devolver el trono. "Yo nunca me peleé con Franco. La única discrepancia era que yo le pedía que trajese pronto la Monarquía y él decía: 'ya la traeré'. Yo solía repetir el chiste, en aquella época, de que el problema de España se hubiese arreglado si no hubiese habido un trono sino una chaise longue con dos asientos."
Los libros, en la casa de Sainz Rodríguez, dejan un poco de espacio para unos cuantos muebles macizos, sofás con falda de borla, porcelanas galantes y tortugas, todo tipo de tortugas cuya mirada hipnótica repiten algunos espejos de aire veneciano. Sobre los muebles, retratos: el de una niña de unos siete años de anchísima sonrisa, y muchos de la familia real, todos con firma. Destaca uno en el que doña María de las Mercedes, la. madre del Rey, aparece muy serena y muy bella. Está fechado en Lausana en 1943 y dedicado, blanco sobre negro, con esa letra inclinada de las señoras de antes.
"Al rey lo elige Dios con la herencia". Sainz Rodriguez explica con sencillez las razones de su marmórea convicción monárquica. "Es algo histórico, fatal y providencial". La lealtad a la corona guió a este hombre en todos sus actos públicos, tanto cuando se unió a Franco como cuando se separó y se marchó al exilio de Lisboa, donde fue testigo del reinado en la sombra de don Juan, como cuenta en el libro de ese título.
"Mi aportación a España ha sido sostener un foco monárquico y haber hecho todo lo posible porque la Monarquía fuese restaurada. Se ha conseguido. Por primera vez el Rey es popular en España". Consecuencia de todo ello es que puede referirse al Rey como Don Juanito. Le vió crecer.
Hijo de un médico en cierto modo roussoniano que desconfiaba de los institutos, Sainz Rodriguez se educó en su casa, de la mano de un maestro, Justo García Soriano, que crió en él la afición a los libros y el estudio. Aunque ganó la cátedra de Lengua de la universidad de Oviedo a los 22 años, Sainz Rodriguez tiene una idea peculiar de lo que ha de ser la universidad. Cita a Nebrija: "Yo abrí tienda de latinidad en la universidad de Alcalá". Esto es, que puede dar clase aquel doctor a cuya cátedra asistan discípulos. Quien no tiene discípulos, no tiene cátedra. "Es usted un anarquista", le digo. "Si, si...", responde Sainz Rodriguez, y se rie.
El estudioso parece algo sorprendido cuando se le pregunta porqué no se ha casado. "No me lo he planteado muy en serio", dice. "...Es difícil..." Y finalmente encuentra la respuesta que parecía buscar:"No me he casado entre otras razones porque no veo una mujer que a las cinco de la mañana le guste estar leyendo en la cama".
De siempre el erudito se ha dormido tarde, En aquel Madrid de los Austrias que ahora se acostaba a medianoche, "después del teatro", y leía hasta escuchar el paso del primer tranvía del alba: sería sobre las cinco. No se siente solo. Tiene familia, muchos amigos, y el estudio, siempre el estudio. Cuando le preguntaban, cuando ministro, cómo podía seguir estudiando, él respondía: "Yo estudio. El tiempo que me queda libre lo dedico al ministerio".
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