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De la razón libertina a la razón dialéctica

Algunos críticos, grandes conocedores del pensamiento materialista francés, me decían que la razón libertina no se disuelve jamás en la razón dialéctica, como sostuve en un artículo anterior. La apreciación de sus objeciones me obliga a volver sobre el tema. En efecto, somos constitutiva, orgánicamente y sin remedio seres en búsqueda de placeres naturales. Pero al apoyarnos en el soporte de la corporeidad, somos y seremos libertinos dialécticamente. Por ello, con genial lucidez, todo el materialismo francés es corporalista, pues si el mundo es una presencia evidente, concreta, muchas veces desaparece, aunque. sigamos presintiéndolo en sueños. Solamente el cuerpo es la única materialidad segura que tenemos tan presente que hasta podemos olvidarlo en nuestro quehacer cotidiano. En este sentido, el cuerpo como ente materializado es un mecanismo que reacciona automáticamente a todo estímulo exterior. Sin embargo, el cuerpo posee impulsos de acción refleja, centrífuga, que lo capacitan para moverse por sí mismo. La concepción cartesiana del hombre se basa en la teoría de la circulación de la sangre, de Harvey. Por ello Descartes afirmó que el cuerpo no tiene alma, es pura materia en proceso. Sus discípulos, entonces se llamaba físicos a los médicos porque se ocupaban de estudiar el cuerpo, llegaron a afirmar audazmente, como Cabanis y Le Roy, que el alma era un modo de ser del cuerpo, y que de éste nacen los pensamientos y las ideas más sublimes.De acuerdo a esta concepción puramente mecanicista, el cuerpo era una materia insensible, ajena y enemiga del hombre. Sólo cuando Condillac descubrió que las sensaciones, la pura receptividad o sensitividad del cuerpo originaba la sensibilidad y en consecuencia la percepción del mundo, se aprendió a amar las cualidades y los matices de la existencia corporal. Se supo, desde entonces, que nos abrimos al conocimiento a través de los sentidos corporales. El cuerpo se humaniza porque es una materia sensible y puede ser herido al menor contacto estremecedor. La ternura demuestra no sólo la fragilidad y debilidad del cuerpo, también su fortaleza, ya que al enternecernos nos adentramos en otros cuerpos, los sentimos vibrar como cuerdas sonoras. En este sentido afirma Condillac que la experiencia sensible facilita la ampliación y riqueza de conocimientos. Al sensibilizarse la materia corporal hasta El hombre máquina (La Mettrie), se despereza de su inercia y goza de sus propios movimientos receptivos. También en Sistema de la naturaleza (Holbach), pese a que nos somete a la terrible obediencia de un determinismo universal, el cuerpo posee un impulso propio cuya potencia depende de su energía latente. Así podemos deducir que para el materialismo francés el cuerpo es un conjunto de fuerzas potenciales disponibles para la acción. Posee el cuerpo una energía exterior y un impulso interior que no pueden separarse nunca. En consecuencia, como dice Marx, "cada pasión es un movimiento mecánico que termina o empieza", una pulsión interior irrefrenable que se materializa al exteriorizarse. Todas las pasiones son materiales porque son corporales, están reguladas por leyes naturales y guiadas por un único principio: la búsqueda de placer.

De este materialismo francés nace el espíritu libertino del marqués de Sade, para quien el hombre es el ser del exceso, que vive todas sus pasiones sin medida, libremente. Pero ya Laclós, en sus Liaisons dangereuses, precede a Sade en el mismo combate de la razón contra la virtud, represiva de las pulsiones revolucionarias del cuerpo y de la libido. Sade en su discurso analiza cómo la sensibilidad pasiva, receptiva del cuerpo, lleva al desencadenamiento de su energía más poderosa. El libertino, para Sade, es el hombre que, por la fuerza de su cuerpo, es tan poderoso que se sitúa por encima de toda ley humana. Y dice justamente Maurice Blanchot: la libertad, para el libertino de Sade, es el poder de someter sus pasiones y también las de los otros, lo que implica darse a todos los que lo desean, así como poseer a todos los que desea; la igualdad es el derecho a disponer de todos y de todo (propiedad privada absoluta), y la fraternidad es la de los libertinos, únicos hon1res reales, verdaderos, cosmopolitas.

La razón sadiana es una filosofía física de la energía del deseo, de sus tensiones, de las fuerzas vitales. Pese a que "el erotismo es el tormento dual de la materia corporal" (Jacob Bohme), a la vez el libertino, que nos pinta Sade, tiene un perfecto y calculado dominio de sí mismo, de sus actos, y puede frenar o contener sus emociones hasta llegar a la impasibilidad. Los superrealistas, al divinizar a Sade, deformaron su conciencia lúdica, convirtiéndola en delirio irracional del inconsciente. Por el contrario, para el libertino, el discurso de la razón precede, permite y apoya siempre el acto sexual, como analiza Sade en La philosophie dans le boudoir. Es la razón espermática que guía todos los desenfrenos amorosos de estos personajes, y las sensaciones más placenteras se alcanzan por el lenguaje de los cálculos, como demuestra la filosofía de Condillac.

Ahora bien, este bienestar físico del placer se destruye a sí mismo al buscar nuevas y subversivas formas de goce sexual, y la razón sadiana se extravía al institucionalizar el desenfreno permanente, la libertad sin leyes, mudando el placer en tormento del cuerpo, en sed infinita, en angustia erótica. La pasión devorada por el deseo pierde así la razón de ser.

De estas contradicciones de la razón libertina, de sus desgarramientos, del patetismo musical, erótico, subjetivo, surge la necesidad de la razón dialéctica. Las antítesis que sufre el cuerpo dividido entre organismo y mecanismo, pulsión y necesidad, pasión y razón, solamente se pueden resolver por una síntesis superior de estos contrarios, pero sin perder jamás la riqueza material de la corporeidad, su razón libertina.

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