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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los tristes 40 años de las Nacion Unidas

EL 40º aniversario de las Naciones Unidas, que se cele bró ayer, viene a coincidir con uno de los momentos en los que más patentes se hacen sus quebraduras. Sobre la crónica falta de una. autoridad internacional capaz de hacer respetar un orden y dictaminar sobre él, se acusa la constante transgresión y debilidad de los límites que las naciones se fijaron para convivir en paz. Efectivamente, los documentos fundacionales de las Naciones Unidas fueron un cuidado esquema de organización, pero al mismo tiempo conllevaban una fuente ética, nacida precisamente de un tiempo en el que la humanidad quería desterrar para siempre la posibilidad de que algún día volviera a comenzar la tragedia que estaba terminando. Piedra angular de ello fue la noción de igualdad y de soberanía de las naciones; un concepto del que humean sus cenizas.Noventa jefes de Estado o de Gobierno y 137 ministros de Asuntos Exteriores han participado en la presente conmemoración, pero en los discursos de todos estos días ha sido difícil encontrar rastros, aun leves, de solidaridad universal. La tribuna de la Asamblea General se ha ido cubriendo de quejas, acusaciones, profecías apocalípticas y descripciones sangrantes. No es fácil culpar a los oradores por ello; algunos cuentan lo que saben, y muchos de ellos lo que sufren. Es, en cambio, más posible acusarles de no ofrecer más soluciones globales que las que su optica considera mejores para sí mismos y, en muchos casos, incluso tan sólo mejores para los gobiernos y no para los pueblos. Basta pensar, en este último caso, que alrededor de dos tercios de los que conmemoraron el aniversario son enviados de dictaduras que violan en sus países los principios de libertad individual y colectiva que establecía la Carta.

Lo que está percibiendo nuestra época no es, quizá, peor que cualquier descripción que se pueda hacer del mundo en los aflos previ os a la Segunda Guerra Mundial, de cuyo fin brotó las Naciones Unidas. El drama reside precisamente en que no podemos considerarlo mejor. A grandes rasgos, dos terceras partes del mundo estaban, entonces, directa y cruelmente colonizadas, explotadas, con un régimen prácticamente esclavista y sometidas a la predación de sus materias primas. En Europa, dos personajes como Hitler y Stalin ejercían tiranías racistas, empleaban métodos de exterminio en el interior y una política de expansión sin límites más allá de sus fronteras. Estados Unidos, por su parte, se reponía de una crisis económica que había conmovido al mundo, y las naciones menores estaban alcanzadas por la misma crisis económica, sumada a los movimientos revolucionarios de distinto signo. En la actualidad, la diferencia es que el colonialismo ha dejado paso a las guerras internas y externas del Tercer Mundo, abundan los países agotados por la deuda exterior y se padecen regímenes no menos tiránicos, en su ámbito, que los de Hitler y Stalin. Una novedad, no precisamente afortunada, es que el terrorismo se ha convertido en una fuerza sin fronteras y que incluso sus definiciones y aplicaciones son tan arbitrarias o desalmadas que involucran también a los Estados civilizados. Por otro lado, las ideologías y las esperanzas se han precipitado hacia la nada y dos naciones acumulan un poder destructivo inimaginable hace 40 años.

Hay un tópico que se plantea siempre cuándo se habla de las Naciones Unidas, y es el de que todo estaría peor en el caso de no haber existido. Es un tópico no compro bable, pero con el que no cuesta trabajo estar de acuerdo. Después de todo, es un foro en el cual los desamparados pueden hablar ante un mundo, que generalmente no les escucha. Un parlamento que no ha servido de gran cosa a los afganos, a los libaneses, a los polacos y a tantos otros pueblos convertidos en víctimas. Ciertamente, la positiva intervención que pueda. atribuirse a las Naciones Unidas en contados casos no es capaz de contener la zozobra que produce contemplar su deterio ro a lo largo de estos años. Pasaron los tiempos en que todavía podía detener combates, facilitar treguas, me diar en conflictos o promover negociaciones. Todo ello ha ido desapareciendo de una organización casi exclusivamente destinada a ser una cámara de ecos. El hecho, por ejemplo, de que el mundo preste más interés a lo que suceda en torno a la reunión de Gorbachov y Reagan en Ginebra que a cualquier asamblea de las Naciones Unidas, dibuja claramente la realidad. El sueño del coro de naciones, comunicadas entre sí, soberanas e iguales, sosteniendo un orden mundial capaz de llegar hasta al último ciudadano de esta Tierra se ha ido desvaneciendo en estas cuatro décadas.

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